Raúl Simón Eléxpuru (Santiago de Chile, 1950), físico teórico y escritor, académico de varias universidades regionales del país. Invitamos a leer estos poemas de su autoría.

Autor de numerosos trabajos científicos, los que han sido publicados en libros, revistas y anales universitarios internacionales. Autor de Ontologías y Piedra Viva, poesía; Muchas Moradas novela. Socio fundador de la Corporación Artística “Caballo de Fuego”, sus poemas, crónicas y ensayos han sido incluidos en los sucesivos números de la Revista de la Corporación Artística “Caballo de Fuego”.

IFIGENIA EN AULIDE

“Deiner Inseln ist noch, der blühenden,
keine verloren“*.

Friedrich Hölderlin: Der Archipelagus

Duerme ante nosotros el mar Egeo:
sereno, grave, de un azul profundo.
En el cielo, una nube solitaria
-trono de los dioses-
preside la inmensa calma
que, cual anuncio de la próxima tragedia,
planea sobre este universo
fragmentado en pequeñas islas
y en impotentes seres humanos.

Ya se presiente a los inmortales.
Cuatro graves acordes nos introducen en su reino:
aparecen columnas de mármol,
ruinas de templos y palacios,
y a lo lejos óyese el coro
-amenazante turba-
que se aproxima.

En un altozano frente al mar,
junto a un tosco altar homérico,
está, sola, la joven Ifigenia.
Son quince años de vida frágil y graciosa,
de cuentos junto a la lumbre y danzas al aire libre,
de ilusiones que se resisten a morir,
los que entonan esta melodía de juvenil seriedad y gracia cortesana.
Pero el destino la cerca;
vuelven los acordes ominosos
sobre los pasos de Agamenón y los demás jefes,
vestidos de todas sus galas.
Crece el sonido,
se encrespa
como las aguas del Egeo en los acantilados,
y la melodía de la joven princesa
apenas sobrevive a la furiosa acometida;
finalmente, se extingue,
suavemente,
entre gemidos de oboe,
y su alma se cierne, serena,
sobre el plácido mar
y las islas que señalan el camino a Troya.

Aurora levanta su telón.

FLAUTA Y CLAVECÍN

El aire está tenso;
tensa, la oscuridad de la noche.
(Esta música, ya sea alegre o triste,
es siempre nocturna;
si no, ¿cómo podrían fulgurar en la nada
las doradas gotas que derrama el clave?

Comienza a desenvolverse,
lentamente,
la verde cinta sonora de la flauta:
va buscando su camino
por prados serenos y pensativos
-como una Madonna que mirara jugar a su Hijo-;
luego, este calmo río,
esta agua verde,
femenina y sugestiva,
se anima;
salta,
coquetea,
juega a las escondidas con su hierático acompañante.

Es el mediodía de esta noche.

Después, reposo;
dulce cantilena meditativa,
sin un respiro,
sin una nube,
en grávida sencillez.

Finalmente,
llenando de sorpresas la costumbre,
vuelve el son de danza,
picante, anguloso;
en un vertiginoso prestissimo,
sube, baja, se burla, dialoga,
se deja atrapar en cadencia mayor,
mas ya tiene la menor bajo la manga.
El clave, desesperado, intenta mantener la compostura;
pero estamos en Francia (no hay que olvidarlo),
y la gracia ahuyenta toda pedantería.
Termina todo con una reverencia y un abrazo:

¿Me buscabas? ¡Aquí estoy!

PRELUDIO Y FUGA DE SHOSTAKOVICH

Van siguiendo las notas un camino
arropado entre nebulosos tules;
verdes pastos y lágrimas azules
anuncian un crepúsculo ambarino.

Pasea su cortejo cristalino
entre las sombras de los abedules
el arroyo en que tú, paciente, pules
las piedras de tu canto campesino.

Las calmas nubes el terral azuza;
le responden los árboles con gozo
en un himno de rústica armonía.

Todo tiende a la calma y al reposo;
sobre la sonriente tierra rusa
tiende sus alas, claro, el mediodía.

CANTO GREGORIANO

Río de oración entre márgenes de silencio,
siempre otro y siempre el mismo,
anticipo de la eternidad,
llave del alma,
dulce-amargo secreto de mi vida.

“Si me olvido de ti, Jerusalén…”
Si mis pies se detienen en la playa,
“¡déjame recordar el silencio
en tus profundidades!”*

(*) Últimos versos de “El Archipiélago”, de F. Hölderlin.