Por Juan Mihovilovich
“¿Cómo puede un ser humano optar por defender su libertad tan
entrañablemente, arriesgando la vida cuando se encuentra en un
cautiverio permanente?” (pág. 83)
Autor: Guillermo Mimica
Novela, Trayecto Editorial, 255 páginas, 2024.
Mihail Popescu es originario de Bucarest, un universitario rumano que, en los momentos más álgidos de la dictadura comunista encabezada por Nicolae Ceausescu y su esposa Elena, toma la férrea decisión de huir de su país y convertirse en un exiliado afincado en Paris, Francia. Su deserción del régimen oprobioso es consustancial a una disposición preliminar con su amigo del alma, Dragos, quien, posteriormente decide no secundarlo, optando por su intenso amor hacia Rodica, compañera de estudios. Sin embargo, Dragos siempre sintió que la decisión de Mihail se coronaría con un éxito no exento de los riesgos que implicaban abandonar a un país donde todo movimiento opositor estaba férrea y cruentamente controlado.
Mihail Popescu, luego de tres décadas de exilio, retornará a Bucarest, encomendado por el gobierno francés, destinado a establecer un “dialogo social” con las nuevas autoridades rumanas, luego de la sangrienta caída de Ceausescu en los años noventa y tras los hechos que concluyeron con el deceso del autócrata, de una manera sanguinaria e ignominiosa que, a poco andar de esta valiosa novela, se detalla con una severidad tan real que da la impresión de ser fruto de la vigorosa imaginación del autor. Pero no. La descripción de tales sucesos son el preámbulo que Mihail considera como recuerdos válidos e imprescindibles, para ir entendiendo a qué espacio físico y político actual arribará para llevar adelante su cometido oficial.
Para ello dispondrá de nexos indispensables: su amigo Dragos y, especialmente, de Vasile, un catedrático de alto nivel, muy cercano al primer ministro Petre Roman, líder de una salida democrática de Rumania y que se verá enfrentado a la línea tradicional de un comunista ortodoxo: el presidente Illiescu.
En sus conciliábulos con Román, a través de Madelina, su secretaria de confianza, Mihail establecerá una relación con ella que excederá lo meramente formal, no obstante, que la propia embajada de Francia en Bucarest ignora los entretelones de la tarea de Mihail Popescu, situación que se deja entrever en la primera reunión con el embajador, que seguirá los acontecimientos tangencialmente y, más tarde, de manera relevante.
La relación con Madelina será crucial para comprender los niveles de intriga, del manejo y control que, en los incipientes balbuceos democráticos, ejercerá con fuerza el régimen comunista destronado y reacio a entregar el poder.
Desde una posición ambivalente, Madelina se transformará en un nexo esencial con la tarea de Mihail. La propuesta francesa no es otra que ayudar a acelerar el llamado “diálogo social”, ya descrito, a través de los sindicatos proclives a la nueva democracia y de sectores empresariales, que buscan retomar la senda de otros países que fueron adscritos al realismo socialista y que, bajo la égida doctrinaria de Gorbachov y su glasnost o transparencia, se desplomaron uno a uno en Europa del Este en la década de los noventa.
Desde la perspectiva de una lucha soterrada y violenta, ciertos sucesores del régimen comunista instaurado por Ceausescu se verán en la encrucijada de entregar o no los restos del que fuera un mando omnímodo que, a su pesar, declinará bajo el peso inexorable de la historia moderna. No existe posibilidad de mantenerse a contra corriente y en esa contienda interna, Mihail Popescu intentará establecer una suerte de correlato diplomático secreto o, al menos, cauteloso, con aquellas fuerzas políticas encabezadas por el primer ministro Petre Román.
Claro que en dichas negociaciones no estaba previsto que Madelina, la supuesta fiel secretaria del primer ministro y Mihail, entablaran una relación amorosa que dejará al descubierto el mundo sórdido, subyacente bajo la tutela de ese dictador espurio que gobernó a Rumania por un largo período: Nicolás Ceausescu.
Y en el ámbito de los vericuetos familiares saldrá a la luz un personaje tan siniestro como aquel: Moldovan, padre de Madelina, que ha utilizado a su hija como moneda de cambio para “espiar” las acciones del primer ministro y entregar informaciones falsas o acomodarlas a las exigencias del Presidente Illescu, con el que Moldovan mantenía férreos lazos de un poderío brutal.
La analogía del aparataje estatal con un dominio a ultranza y la imagen de un padre perverso y castrante es, a todas luces, un acierto narrativo notable. La expresión del dolor, del sufrimiento de un pueblo acosado por la tiranía tiene raíces profundas que, justamente, emanan de la aceptación del autoritarismo absoluto, pero además de esas fuerzas fantasmagóricas que Mihail va descubriendo producto de la íntima relación con Madelina.
Se trata de un vínculo que pretende ser la salvación, no sólo de Madelina, sino que en el trasfondo de la historia emerge como la piedra angular que podría sustentar de veras el término efectivo del totalitarismo, a través de la recuperación de la individualidad, del rescate de la personalidad sojuzgada, del amor enclaustrado entre cuatro paredes, mientras el absolutismo obnubilaba las conciencias y trenzaba su autoridad amparado en la maldad, la depravación y hasta la brutalidad sexual ejercida sobre Madelina, que terminará asfixiada por el sometimiento paterno. De ahí que Mihail sea su única alternativa de redención.
Las notas y apuntes que este va consignando durante los cuarenta y cinco días que pasará en Bucarest, serán una apuesta que pareciera destinada al fracaso: la vigilancia sofocante de que fuera objeto por la “securitate” del régimen en retirada, los manejos intencionados, el espionaje y las falsedades que contrarían el desarrollo de su misión, serán el entretejido de un trabajo que el tiempo determinará si valió o no la pena concretarse.
Las consignas de las marchas mineras convocadas con la anuencia del Presidente Illescu, los desórdenes callejeros, las persecuciones a quienes comenzaban a despertar hacia un año con la caída de Ceausescu, el lema desvencijado de “nosotros trabajamos, no pensamos”, de ese colectivismo irracional a que fuera sometido el pueblo rumano por las castas de una dirigencia obtusa, militante y despótica, se verán superadas por la fuerza irremediable de la libertad histórica.
En ese aspecto, y mirado en retrospectiva, los valores más caros de la humanidad, sintetizados en la amistad profunda de Dragos y Rodica con Mihail, de la entrega total a la causa de la liberación por un erudito como Vasile, y el amor abortado del visitante con Madelina, aún con esa supuesta frustración fruto del terror, la novela erige esos principios como indestructibles y que, en definitiva, salvarán a toda una generación de las ávidas garras de una soberanía ilegítima y decadente.
El final, de esta novela sorprendente, narrada con un talento poco usual en la literatura chilena reciente, nos muestra a un autor pleno y consciente de la trama urdida, de un desarrollo en espiral que conmueve y que desestructura las redes dominantes, por desgracia, tan común a los regímenes totalitarios o dictaduras, que también nos ha tocado vivir y conocer de cerca.
Estamos en presencia de una obra vital, inteligente, muy bien escrita y con un arrojo intelectual de primer nivel que merece ser leída y dialogada.
En suma, una propuesta literaria de innegable trascendencia, cuando todavía persisten los afanes tiránicos en una parte significativa de la humanidad.
Cualquier parecido con la realidad sólo coincidencia.