Por Antonio Rojas Gómez

Ediciones Mnemósine, 444 páginas.

Micrópolis vendría a significar una polis o ciudad, microscópica, una mínima versión del mundo. Pero lo que este libro pone ante nosotros es el mundo entero, el mundo ancho y ajeno en que nos movemos, visualizado por la mirada minúscula de un niño que va creciendo en una familia de clase media, en la ciudad de Rancagua. Ese niño se iba a convertir, de hombre grande, en periodista y el periodista en escritor. Micrópolis es el décimo libro que publica Sergio Mardones Labra, quien ahora, jubilado del periodismo después de trabajar cuarenta y dos años en la empresa El Mercurio, treinta de los cuales estuvo en el diario Las Últimas Noticias, vive su retiro en la tranquilidad sureña de Frutillar, junto a su esposa. Tienen tres hijos y dos nietos, que en estos días estarán descubriendo el mundo con el mismo asombro con que lo descubrió su abuelo, en su momento; con un asombro similar al que lo descubrimos todos, pero que muy pocos pueden narrar con la espontaneidad, la frescura, la exactitud y profundidad que consigue nuestro autor.

Hay un centenar de episodios condensados en estas páginas. No conforman una novela, ni un volumen de cuentos. Son crónicas del diario acontecer que vemos con los ojos infantiles de Huguito. ¿Por qué el personaje se llama Hugo, si sabemos que el autor se llama Sergio y lo que cuenta son las experiencias que él vivió en su infancia? El lector avezado tiene derecho a formularse esa pregunta, y a preguntarse, a renglón seguido, si lo que lee no serán invenciones de un adulto que finge pasar por niño. Pero al final, en el epílogo escrito por el hermano del autor, el arquitecto Víctor Mardones Labra, se revela la razón por la que Sergio Mardones siempre fue mencionado en la familia, y lo sigue siendo, por su segundo nombre: Hugo, porque Sergio era también el nombre de su padre.

Decíamos que el texto no responde a lo que conforma una novela, ni tampoco cuentos, en el sentido que revisten esos géneros literarios. Son crónicas, otra forma de la narrativa, tan legítima como las anteriores. Y tienen la ventaja de que no están hiladas unas con otras, no siguen una línea temporal ni argumental, de manera que pueden leerse de a poco, saltadas, dejar reposar un tiempo el libro y retomarlo cuando se desee; en la seguridad de que siempre se encontrará algo novedoso e inesperado, que vuelve a encender el entusiasmo del lector.

Es posible que, hace muchos años, algunas de estas crónicas hayan aparecido en la página de redacción de Las Últimas Noticias, en la que un editor astuto invitó a colaborar a Sergio Mardones, motivado por la calidad de su pluma y su muy particular sensibilidad. Pero allí estaban junto a las palabras de políticos, senadores y diputados, historiadores, religiosos del Arzobispado y el Gran Maestro de la Masonería, entre muchas otras voces, periodísticamente atractivas. Pero aquí las vivencias de Huguito están solas, son únicas, y van conformando el descubrimiento de la vida en sociedad, desde la familia a la escuela, el vecindario y las amistades. Y eso les brinda su verdadero valor, generado por la autenticidad del despertar a la vida.

Acaso todas las personas, o quizás solo algunas, muy pocas, guarden el recuerdo de su primer amor. Así lo cuenta Huguito, o Sergio Mardones Labra, en Micrópolis:

“Mi primera polola fue la Yin Yok. Fuimos muy felices durante un año completo y si no llegamos al matrimonio se debió únicamente a que nuestros destinos se bifurcaron por circunstancias ajenas a nuestra voluntad: del kínder ella pasó a la Escuela 2 de niñas: y yo a la Escuela 1, de hombres. Y como ambos colegios estaban bastante separados, no nos vimos nunca más. Pero eso no le quita nada a la grandiosidad y dulzura de nuestro bello romance…

“…Los grandes me preguntaban si la quería y yo decía que sí con la cabeza. A ella le preguntaban lo mismo y contestaba lo mismo. Yo nunca tuve necesidad de hacerle esa pregunta a ella, y ella tampoco a mí.

“…Íbamos hacia donde nos llevaran, envueltos en delantales. Y cuando llegó el momento de la gran fiesta, la última fiesta del año, la del reparto de juguetes, un fotógrafo nos ubicó bajo el proscenio y allí nos retrató.

“Y esa foto es lo único que queda de ese amor”.

El amor es una parte importante de la vida. Hay otras, a las que Mardones alude en estas páginas de recuerdos singulares: las relaciones, a menudo difíciles, con los padres, las envidias entre los propios niños, las vacaciones que traen aventuras insospechadas, los primeros cigarrillos (Huguito fumó desde los cinco años) y el primer sorbo de whisky (lo bebió a los siete). Pero no continuó. Hoy no es ni fumador ni bebedor. Es nada más un escritor, un escritor original, que maneja el lenguaje con precisión, que sabe contar historias con amenidad, que posee una sensibilidad especial, educada desde su niñez, esa niñez que brota de las páginas de este libro para fascinación de los lectores, a los que hará rememorar, sin duda, episodios de su propia infancia, que tal vez yacieran olvidados bajo el polvo inmaterial de los años.