Nacido en Buenos Aires, en 1946. Libros publicados: «El vagón de los locos», Emecé (premio Emecé), «Cuerpo de mujer», «Tripulantes de un viejo bolero», «Sueños de perro» (premio Umbriel/Semana Negra 2004), «Buscadores de oro», «Nadie ama a un policía» (premio Carmona de novela negra). «Noches de Pelayo», cuento, segundo premio UNED. «Ciudad santa», premio Hammet 2010, Semana Negra de Gijón. «Segunda vida», novela, 2011. «Fantasmas del desierto», novela, 2014, finalista Hammett 2015. «El árbol del Vaticano», novela, 2014. “Siempre hay alguien a quien matar”, novela, 2015. “Ciudad Santa”, novela (reedición Tusquets), 2021.

Editoriales

Almuzara y Umbriel (España)

Grupo Norma

Planeta Argentina

Editorial Revólver. 

(de mi novela «Segunda vida»)

«Aceptaré que he nacido de nuevo cuando un balazo ponga fin a mi presunta segunda vida.

Cuando volví de Malvinas creí que el pueblo argentino estaría en las calles, si no para vitorearnos –porque habíamos perdido-, al menos para consolarnos, calentar el alma de los congelados en las islas.

No había nadie.

Nos desembarcaron de madrugada y entramos en los cuarteles sin despertar a la guardia, como un ejército enemigo, empujándonos unos a otros en la oscuridad, llorando de odio y algunos, todavía, de terror. Se había acabado la guerra, nos apagaron la luz en mitad de la carnicería y nos sacaron por la puerta de servicio. Heridos, mutilados, muertos o condenados a serlo en uno, dos, diez años.

Todavía adolescentes, habíamos resistido a los soldados ingleses y a sus mercenarios gurkas, nos habíamos cargado a unos cuantos, los que pudimos. Pero al mirarnos por primera vez en los espejos descubrimos que nuestros enemigos éramos nosotros mismos.

Antes de ir a Malvinas la guerra era asunto de yanquis contra nazis, películas rusas insoportablemente lentas, la serie de televisión en blanco y negro Combate, soldados con cascos ladeados, sueltos, a lo cowboys, cigarrillo apagado que cuelga de la comisura, mirada penetrante, vencedora.

Mientras nuestros propios oficiales nos mataban de hambre y de frío, y nos estaqueaban sobre la nieve por haber robado el alimento que ellos acaparaban, Rambo empezaba en los cines su campaña militar de un solo hombre, reventando a balazos de Hollywood a los miles de vietcongs que cinco años antes habían tomado Saigón para rebautizarla Ciudad Ho Chi Minh.

Nos desembarcaron de madrugada, como a leprosos, soldados de un ejército invasor sin oficiales, solos y ciegos. El pueblo que días antes nos había empujado fiesteramente al patíbulo había desaparecido de las calles, estaba triste. No porque hubiéramos perdido la guerra sino porque la Argentina había quedado eliminada en el mundial de fútbol de España.

Hacía frío, esa madrugada, mucho. Por un momento extrañé el clima polar de las islas. Vos no estabas, quién iba a avisarte que volvíamos.

Tampoco, y de eso tardé mucho en darme cuenta, era yo el que volvía.»