Por Antonio Rojas Gómez

Estos cuentos presentan a personajes distintos que tienen en común el hecho de que sus vidas fueron deshechas (fracturadas) por la dictadura militar que se entronizó en Chile en 1973 de la mano del general Pinochet. La única excepción es la de una mujer argentina a la que le ocurrió lo mismo que a los chilenos, pero por obra y gracia de los militares transandinos (“La nieta”, pág. 33). También hay que decir que no todos los protagonistas son civiles bárbaramente torturados por los uniformados, pues conocemos a un general del ejército cuya vida se echó a perder por el quiebre de la democracia (“El general, la marea blanca y el aromo”, pág. 45).

Los cuentos son breves, ninguno sobrepasa las siete páginas, y están escritos en un lenguaje directo, económico, casi esquemático. No hay un desarrollo pormenorizado de situaciones, ni se bucea en las profundidades de los personajes, a los que les suceden cosas atroces, que solo se mencionan. La autora no busca solazarse en el dolor de sus criaturas. Deja los detalles a la imaginación del lector. Ese esquema funciona y va generando, a medida que la lectura avanza, una suerte de argamasa que envuelve la percepción y de alguna manera fractura también a quien lee, que se va poniendo en los zapatos de quienes sufrieron aquellas atrocidades. ¡Cómo puede haber sido posible!, es lo que debería exclamar el lector. Pero la autora no, ella no dice nada de ese estilo. Simplemente cuenta, presenta las situaciones de una manera fría, como en el caso de Constanza Alvear, que fue abatida junto a dos compañeros en un enfrentamiento en una calle de Las Condes: “Según el material fotográfico disponible, el cuerpo de la joven se encontró tendido a ocho cuadras de una casa de seguridad. Solo vestía calzones. Se constató, posteriormente, que las lesiones de quemaduras y los orificios de entrada de balas fueron hechos cuando ella estaba sin ropa. Tenía treinta impactos” (Pág.31).

Algunos cuentos están escritos en primera persona, por su protagonista. Tal es el caso del relato inaugural (“Mi lugar en el mundo”, pág. 7), en que la narradora es una mujer, que en realidad le habla a su hermana, o al recuerdo de su hermana, escritora exitosa que emigró a Europa y tiene reconocimiento internacional; en cambio ella se fue al sur y ha sufrido pellejerías en el mundo mapuche. Se podría pensar que la hablante es la propia autora, que está narrando sus experiencias personales. Pero esa idea se disipa en el segundo cuento (“Patético”, pág. 13) también escrito en primera persona, pero por un hombre que se ha exiliado en Berlín. Luego se alternan la primera y la tercera persona, pero siempre se mantiene el mismo lenguaje directo y claro, incluso severo, sin descripciones que vayan más allá de lo indispensable, ausente de metáforas y preciosismos. Veamos un ejemplo en el cuento final, cuando la protagonista, exiliada en Inglaterra, regresa a Chile tras asumir el presidente Patricio Aylwin: “No lo pasé bien. Me llamó la atención la insularidad de los chilenos: nadie me preguntaba nada. Nada de nada” (pág. 75).

En suma, once cuentos distintos destinados a poner de relieve una idea común.

Fracturados
11 cuentos de Odette Magnet
Editorial Forja, 2024, 75 páginas.