por Aníbal Ricci
El auto se desliza rápido como la noche. La calefacción va templando la sangre. Voy extraviado y las líneas de la carretera son la única guía. Las pulsaciones a 180 y en la radio suena un …amor fugado. Desde Chillán nos hemos dedicado canciones una y otra vez. Nunca me había convencido Maná con su rock medio cursi, pero en los labios de Victoria esas frases adquieren más sentido.
Acelero las imágenes recientes del hotel Quinchamalí. Las llamadas de su marido no lograron asustarme. Sólo la veía escalarme con esos ojos verdes enloquecidos. Desnudos compartiendo el instante quiero llegar más rápido. La música aumenta los latidos y gritar nos hace descargar la ansiedad.
Disminuyo la velocidad para entrar en el desvío a Linares. Obviamos el almuerzo para llegar a tiempo. El cliente de la tarde se mostró entusiasmado con el producto. Temprano disfruté de la ducha viendo a Victoria a través del vidrio. Se ajustó la ropa interior sobre su piel morena. Sabiéndose observada giró un instante antes de vestirse el traje sastre. Los clientes de la mañana percibieron esa complicidad y los de la tarde nuestros deseos. Cada frase que pronunciaba era replicada por otra mía. Aumentando nuestro ego con cada imagen que salía del proyector. Los gráficos también apuntaban al cielo junto con las ventas.
Antes de llegar a la plaza principal descubrimos el Gula. Los sentidos todavía no descienden a la temperatura ambiente. Victoria prefiere ser admirada mientras avanza hacia la puerta de restorán. Observo que su elegancia no es suficiente para paliar el frío. Nos sentamos al tiempo que pido una botella de vino. No deja de mirarme o al menos eso pienso. Observo su boca deliciosa y recuerdo la noche anterior.
Nos registramos en el hotel Curapalihue. Pido dos habitaciones. Una para aparentar decoro y la otra para desatar emociones. Las maletas quedan junto a la puerta mientras nos despojamos de las ropas. Su abdomen luce huellas de su embarazo. Sentado en la cama deslizo mis labios por su ombligo. Junto al escritorio abre el computador portátil y coloca nuestra canción. Comparto el engaño… en cámara lenta retrocedo hasta el respaldo. Mi cuerpo se vuelve ingobernable. Lo presiente y se pone de espaldas. Seguro que no quiere, pero sabe que su trasero es endiablado.
Adherido a su cuerpo me ofrece su alma. Estoy debajo del vaivén de tus piernas… embriagan en un aroma distinto. Cantamos al unísono …relámpagos de alcohol. Deja ver su sonrisa y la ahoga en un gesto de placer. Cierra los ojos y el cabello hace oscurecer su rostro.
Mi razón se nubla cuando desciende del Olimpo y tensiona exquisitamente su cuerpo. No me siento culpable gracias al vino que confunde mi sangre. Comparto mis días y el dolor… en uno de los viajes Bernardita dejó de ser parte de mis sueños. Al contraer matrimonio, bastó dar el sí para comenzar a huir.
Recordé la banda sonora de secundaria. El heavy metal nunca fue una moda, el auténtico metalero seguía fiel hasta el fin de los días.
Spend your days full of emptiness,
spend your years full of loneliness.
wasting love in a desperate caress.
Victoria me contó un par de secretos y le confesé los míos. Me invita a morderla, a hacerle daño y más se excita. Sus caderas perpetúan el movimiento ancestral. Amor mutante… El orgasmo en gestación, inercia animal se confunde con lazos profundos. Soy un excavador sensible. Cada pequeño roce en esa tierra húmeda y fértil transporta a espacios incontenibles de placer. La cavidad se hace inmensa y deseo volver a casa. La caverna se ha llenado de sombras, aunque sospecho que hay algo de dramaturgia. Llegamos juntos al orgasmo, pero mis pensamientos viajan distantes. El cuerpo se deleita, pero la voz de Victoria es reemplazada por el rostro de Bernardita. Me reflejo en sus ojos y la empiezo a besar. Labios compartidos… labios divididos… Quiero apartarme de este cuerpo voluptuoso y ser feliz. Me jala del pelo y me grita –maricón culiao. Siento el cañón del arma en mi cabeza. Es demasiado violento. A nadie le importa el arrepentimiento. El traicionado comienza a patearme los riñones. Desearía orinar aunque fuera sangre. Mi cara siente los culatazos. Todavía estoy conectado con el placer. Merezco esta paliza. A cada golpe me voy despidiendo de Bernardita. Que me parta un rayo… que me entierre el olvido… Presiento el martillar del gatillo fundido a un hondo sonido.
Desde el aire se aprecia como la naturaleza es rodeada por cercas que intenta poner el hombre. Los ríos en cambio serpentean entre esos rectángulos de color verde. Acabo de aterrizar en el aeropuerto de Pichoy.
Acelero para llegar lo antes posible al hotel de Isla Teja. Apenas entro en la habitación telefoneo a mi esposa. Limpia y sin adornos en las paredes. Parece un motel carente de aire acondicionado, aunque tiene wi–fi. Permitirá conectarse a páginas porno, aunque prefiero alejarme de las tentaciones. Enciendo el televisor y en un canal argentino hablan de siete pecados capitales. Justo este capítulo está dedicado a la lujuria. Entrevistan a una chica universitaria que tiene un blog donde habla de masturbación.
The Film Zone da otra perspectiva. Dos mujeres se besan apasionadamente bajo la ducha que transparenta mis necesidades. Siento que la energía pecaminosa se evapora mientras eyaculo frente a la pantalla. Mi mujer está en casa preocupada, de alguna forma presintiendo las posibilidades que me da la noche valdiviana. La amo profundamente, pero su inseguridad me vuelve inestable. Es cierto que la engañé una vez, su marido casi me mata de un tiro. Me perdonó la vida, pero el estigma me perseguirá hasta la muerte. Bernardita no olvidará, sé muy bien que el perdón es sólo para los dioses.
Salgo a cenar al Ko, un restobar con vista al río Calle–Calle. Me encantaría compartir estos ostiones con mi esposa. Siento perturbador el entorno cuando no estoy en su compañía. La mayoría conversa amenamente en la barra salvo una pareja que observa atentamente mi plato. Quisiera pedir una copa de vino, pero prometí no beber en mis viajes de negocio. La mujer se levanta al parecer al baño y el hombre me pregunta por un lugar donde escuchar música en vivo. No le alcanzo a contar cuando me presenta a su joven pareja de 35 años. El marido no deja que hable. Pide que los acompañe a tomar unos tragos a otro sitio.
Vamos a un pub frente al hotel Melillanca. El ambiente de luz tenue es relajado. Bebemos vino y pide de improviso que le haga el amor a su señora. Lo miro extrañado, aunque no tanto. La mujer se acerca todavía sin emitir palabra. Me brinda una fabulosa vista a su escote y posa su mano entre mis piernas.
Terminamos en la habitación donde se hospedan. Bebimos lo suficiente como para no darme cuenta de cómo salimos del bar. Crucé la calle como autómata y me dejé llevar por esta mujer misteriosa. Sobre la mesa había dos copas y una botella de champagne. No encontré los hielos. El hombre sacó una petaca de whisky de su bolsillo, bebió un sorbo y desapareció tras el umbral del baño. No supe el momento en que la mujer abrió la botella. Entrelazamos las copas y nos dimos un beso. Faltó que dijera que nunca antes había besado a un extraño.
Siguió muda mientras acercaba su cuerpo y sensualidad. Sus senos eran perfectos como los de Raquel Welch, aunque su delgadez hacía recordar a Claudia Schiffer. Percibí que la osadía de tomarla por la cintura no traería riesgos. De pronto apareció el hombre con los hielos. Indicó dónde estaba el cuarto y la lencería de su esposa me dejó boquiabierto. Tomé uno de los cubos que resbaló por su pecho hasta motivar un leve quejido de placer. La curvatura de su abdomen recreó a Kim Basinger. Debe ser parte del instinto animal el sacarse la ropa. Mis manos descendieron hacia el vórtice. La mujer perdió la cordura y antes de caer al suelo me pidió que la penetrara por atrás. Sus primeras palabras resultaron chocantes y escuché a mis espaldas la voz del hombre que me impulsaba a violentarla.
No pude hacerlo al imaginar a Bernardita. El cuerpo era sagrado. Me recosté en su regazo y sentí ternura. La única manera de mostrarle afecto. Tuve que apartarme. De verdad le hacía daño con mi presencia. El hombre comenzó a violentarla de la mano de instintos perversos. Se sentía observado y eso le otorgaba un extraño poder. Vació su vejiga sobre la espalda de la mujer y sus ojos apuntaron al cielo en señal de catarsis.
De inmediato abandoné la escena. Las calles me llevaron hacia una pequeña plaza. Su fuente elevaba a una pareja entrelazada por cuya piel escurría agua cristalina. Bautismo purificador que atenuó las atrocidades de esa noche.
Al regreso del viaje busqué la canción de Iron Maiden en YouTube.
Spend your days full of emptiness,
spend your years full of loneliness,
wasting love in a desperate caress.
Sombras que rondan en la noche.
Cualquier parecido con la realidad sólo coincidencia.