Bravo y Allende Editores, 125 páginas.

Por Antonio Rojas Gómez

Ramiro Rivas es un escritor destacado, con una obra abundante que ha merecido numerosas distinciones en Chile y en el extranjero. Ha cultivado de preferencia el cuento e incursionado también en la novela. Pertenece a la generación literaria de los novísimos, que vino después de la del cincuenta, y en la que figuran nombres como Poli Délano, Antonio Skarmeta y Fernando Jerez. Una generación que endilgó por rumbos marcados por los autores norteamericanos de principios del siglo XX, Hemingway, Dos Passos, Faulkner. A este último siguió especialmente Ramiro Rivas en la utilización de la corriente de conciencia. Y esa técnica narrativa, presente desde los primeros cuentos que publicó a fines de los años sesenta del siglo pasado, domina también en estos que acaba de entregar a la curiosidad de los lectores.

Son quince relatos breves que presentan personajes comunes y corrientes, tan lejos de los dioses, como expresa el nombre del volumen, ninguno sobresaliente por méritos personales ni tampoco por presentar vicios que los conviertan en detestables. Se trata de lo que solemos llamar simples hijos de vecino, que llevan vidas rutinarias, acaso monótonas, en las que el autor sabe descubrir la chispa precisa que los convierte en seres únicos, dignos de protagonizar una aventura que podría pasar inadvertida, pero se convierte en motivo y razón para quedar impresa en las páginas de un libro.

No voy a contar las anécdotas que salpican estos cuentos ni me voy a referir a cada uno de ellos. Basta con mencionar que el hilo de todos está bien llevado sin que el lector advierta adónde lo conducirá hasta llegar a la frase final. Y el final sorprendente, que forma parte del encanto de un buen cuento, se manifiesta con meridiana claridad en el titulado “Lorraine y el mar” (Pág. 57).

De este nuevo libro puede decirse lo que la crítica Patricia Espinosa ya dijo de uno anterior del autor: “Desde el permanente uso del monólogo interior y empapado de derrota, la escritura de Ramiro Rivas corre imparable, rítmica, bullente de imágenes, adjetivando con entusiasmo y poetizando sin respiro”.

En el cuento “Dirán los otros”, por ejemplo, que va de la página 11 a la 16, no hay ningún punto aparte, ni siquiera un punto seguido. Es una sola masa de texto. Veamos su comienzo:

“Fin de la secundaria y esas ganas tremendas de partir, ¿a dónde?, pienso, manoseando perspectivas truncas, caminos cortados por esa realidad pequeñita que me ata a la ciudad con gusto a nada, ganas tremendas de los diecisiete años y un montón de esperanzas y deseos a flor de piel, ganas de empujar la vida hacia adelante con la audacia de lo indeterminado, lo por conocer, con la desidia congénita del provinciano que ha aplanado todas las calles y los rincones más inhóspitos de su pueblo, hastío de verificar mi rostro ante un espejo cansado de devolver mi imagen, aburrimiento de la misma plaza con sus sirenas gordas soplando chorros de agua, como meándose indefinidamente, mientras las muchachas de mi edad giran en círculo bajo los frondosos tilos de la plaza los domingos por la mañana, después de la misa y arman sonrisitas a los jetones que las admiramos y les soltamos lindezas desde los bancos cagados por los gorriones, quemando nuestros primeros cigarrillos y nuestras ansias sin vuelo…”

Y así sigue, ¿hasta llegar a qué? Bueno, eso se sabrá cinco páginas más adelante. Lo importante en los cuentos de Ramiro Rivas, es cómo se llega.