Editorial Cuneta, 154 páginas
Comentario de libro por Antonio Rojas Gómez
Hacía falta una segunda edición de esta novela, publicada originalmente en 2009. Entonces obtuvo mención honrosa en el Premio Municipal de Literatura y comentarios favorables de la crítica. Mi lectura de hoy, trece años más tarde, parece diferir de la que hicieron los comentaristas anteriores. Y no porque yo piense que la novela no es buena; está bien escrita, con lenguaje preciso y económico, en episodios breves que van revelando detalles significativos de la historia objetiva que envuelve a los dos personajes centrales: una enfermera joven, partidaria de la Unidad Popular en los primeros años setenta del siglo pasado, y un capitán de ejército, algo mayor, que trabaja en los servicios de inteligencia de la dictadura luego de la caída del gobierno de Allende. La enfermera, María Rosa, es hecha prisionera y el capitán, que se hace llamar el Príncipe, la toma bajo su protección, lo que no significa que deje de torturarla psicológicamente y de utilizarla para su placer enfermo.
Los comentarios de 2009 hacían hincapié en la victimización de María Rosa por el Príncipe. Una novela más sobre la violación de los derechos humanos durante la dictadura, en las que los malos eran los esbirros del régimen y los buenos, quienes sufrían su violencia.
Yo veo en estas páginas una historia de amor. Un amor perverso y pervertido, pero amor al fin y al cabo, en el que no caben los buenos y los malos, sino simplemente los amantes. Los que ofrecen y los que aceptan ese amor son iguales entre sí y diferentes del resto, de aquellos que dan y reciben el amor con escasa o ninguna contaminación de enfermedades mentales.
Porque debemos aclarar que el Príncipe es un enfermo mental no solo porque sea jefe de un equipo de torturadores, sino porque no puede desarrollar una relación sexual completa. Es incapaz de eyacular dentro de una mujer. Y se lo manifiesta con la violencia propia de su carácter y de las actitudes que mantiene a lo largo de todo el relato, cuando María Rosa, su amante y víctima a la vez, intenta practicarle sexo oral. Sobre este rasgo enfermo en la personalidad del protagonista masculino insiste la narradora, que busca explicaciones y aun ofrece soluciones, que su amante rechaza, muy de acuerdo con su modo de ser.
Bien planteada la personalidad del torturador. También la de María Rosa, que conduce el relato, durante el cual se advierte su propio daño mental, al que ha contribuido, sin duda, la presión ejercida sobre ella por el Príncipe, que la utiliza tanto para su goce personal como para el proyecto político en que se encuentra involucrado. Pero la quiere, no hay duda de que la quiere, así como tampoco hay duda de que ella también lo quiere. Y no porque lo digan el uno y la otra, sino por las decisiones que adopta cada cual.
Desde luego el Príncipe, una vez que la ha utilizado políticamente, no la hace matar. Y es un ser convencido de que matar a quienes piensan distinto no constituye un crimen, sino una necesidad patriótica. En lugar de hacerlo la envía a Suecia como exiliada. María Rosa vive años en Suecia, donde trabaja y estudia postítulos en su profesión. Incluso la trata una psiquiatra brasileña, a la cual no le revela su realidad. Ella, que le preguntó en su ocasión a su amante torturador por qué no se hacía ver por un psiquiatra, rechaza también esa opción para sí misma, a pesar de pertenecer al gremio de la salud. Y a pesar de no ser capaz de establecer una relación sana con un hombre aun cuando sus necesidades sexuales revisten urgencias que la conducen a mantener infinidad de relaciones poco satisfactorias. Porque ella también es una enferma que no desea sanar. Lo que queda de manifiesto de manera clara cuando regresa a Chile y recién entonces decide tomar contacto con su familia, que vive en Limache y que hace dieciocho años no sabe de ella a pesar de que la han buscado por cielo y tierra.
Sucede que en Chile no solo se encuentra con sus padres y hermanas; también con el Príncipe. Y allí hay un vuelco y un final perfecto de la novela.
Una novela que es mucho más que otra historia de la dictadura, entre buenos y malos. Una novela que cala muy profundo en la intimidad de los personajes y que lleva al lector a preguntarse si los asesinos también son capaces de amar y de ser amados.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…