Por María Eugenia Góngora / Letras de Chile
El Castillo de Barbazul es la tercera novela de una trilogía que Javier Cercas (1962) ha publicado en años recientes, y cuyo protagonista, Melchor Marín, un policía convertido en bibliotecario de la imaginaria Terra Alta, ha iniciado un trayecto de descubrimiento personal. Descubrimiento o redescubrimiento de su propia vida, de la de su hija Cosette ya adolescente, y la de su lugar en la vida de quienes lo rodean: su mujer ya muerta, asesinada; Rosa Adell, su nueva compañera; sus amigos de otras vidas; su relación con la violencia y la justicia. La descripción de la contratapa de la edición de Tusquets nos indica que es esta una novela de aventuras convertida en una pieza esencial del proyecto literario de Javier Cercas.
La historia se nos relata en dos planos simultáneos y solo hacia el final de la novela, advertimos que se nos ha llevado a conocer unos acontecimientos que no transcurren “ahora”, ni en un pasado reconocible, sino en los años por venir;: el epílogo está “fechado” en el año 2035. Si leemos esta novela de forma independiente, esta nota cronológica nos sorprende; solo si ya hemos leído las dos novelas anteriores, Terra Alta e Independencia, estaremos preparados para este “salto” hacia el futuro; es un futuro que, como lectores, por cierto, no conocemos ni podemos controlar en cuanto a su verosimilitud.
El narrador juega con los dos planos de estas historias, las que se diferencian gráficamente: la narración se inicia con un relato impreso en cursiva, y reaparece con intervalos a lo largo de la novela: ésta es la historia vivida y experimentada por Cosette, la hija adolescente del protagonista, y que, por su mismo nombre, nos recuerda de inmediato – pero solo a quiénes la hemos leído- la gran novela Los Miserables, de Victor Hugo. Este será el último libro que Melchor Marín leerá en voz alta a su hija, la que se aburre con ese relato que es, por el contrario, uno de los favoritos de Melchor Marín. El policía convertido en bibliotecario, es un lector apasionado de Los Miserables, de ese relato con cuyo protagonista, Jean Valjean,, él de alguna manera se identifica. Y es asimismo un lector del gran novelista ruso Ivan Turgeniev, en cuya lectura se sumerge en distintos momentos de la historia que nos presenta Javier Cercas. Es quizás esa lectura casi forzada de los Miserables, el último libro que Marín leerá a su hija, la que señala el inicio de su progresivo distanciamiento.
La hija adolescente, por su parte, descubre casualmente y luego rechaza lo que considera un engaño por parte de su padre, al haberle ocultado éste las circunstancias de la muerte de su madre. Decide entonces partir con una amiga a Mallorca, un lugar preferido por los jóvenes catalanes para sus vacaciones. Y es en esa isla, en el pueblo de Pollensa, donde se pierde el rastro de Cosette, y donde transcurre una parte importantes de la novela: la búsqueda da la hija extraviada.
En ese pueblo se haya la mansión de Rafael Mattson, un personaje siniestro y pervertido, y hacia ese lugar casi inaccesible y peligroso se dirigirán los pasos de Melchor Marín junto a sus amigos, en su intento de revelar y denunciar las conexiones y los abusos contra las mujeres cometidos por Mattson y sus invitados.
La última parte de esta tercera novela de la trilogía nos muestra la reconciliación de Cosette con su padre, reconciliación que se manifiesta. de manera preliminar, en su decisión de declarar ante un tribunal sobre los abusos a los que fue sometida en la mansión de Mattson; y un poco más tarde, en su decisión de dejar de lado una posible carrera universitaria y hacerse policía. Ambos, padre e hija, habrán tomado un camino en el que, desde distintas experiencias, los lleva a situarse ‘del lado de la Ley’.
Hay algunos aspectos que llaman la atención en la escritura de Cercas en esta tercera novela, la que se puede leer de forma independiente, pero es al mismo tiempo parte de un solo gran libro, afirma su autor. Uno de esos aspectos llamativos es la reiterada morosidad en la descripción de escenas cotidianas tales como, por ejemplo, las de las comidas y de su preparación, sobre todo en situaciones en las que ese aspecto no pareciera tener mayor relevancia. Otro aspecto llamativo es que, aunque el objetivo y el deseo del protagonista es penetrar en la mansión de Mattson, encontrar su registro virtual de las imágenes que lo comprometen a él y a sus visitantes, las escenas de esa entrada, de los peligros que corren él mismo así como quiénes lo acompañan, están narrados de manera muy acotada. Como lectores, no llegamos a tener una visión amplia de ese Castillo de Barbazul tan temido y buscado al mismo tiempo: el narrador sigue los pasos de Marín y sus amigos como si estuviera grabando sus movimientos con una cámara personal y no podemos conocer de esa casa sino los espacios que ellos mismos alcanzan a ver antes de volver a salir huyendo de sus guardias. No parece haber ningún efecto dramático asociado a este episodio, salvo, claro está, las graves heridas que los guardias causan en Marín y uno de sus acompañantes al salir huyendo del “Castillo”; nos preguntamos entonces como lectores si el título del libro era solo un señuelo para atraer nuestra atención inicialmente. Porque en verdad, nuestra curiosidad nunca quedará satisfecha.
Y esta (aparente) renuncia al efecto dramático de la entrada en el Castillo de Barbazul nos lleva también a preguntarnos por qué el autor alude reiteradamente a los Miserables y a las novelas de Turgeniev, pero nunca al relato de Barba Azul recogido de los relatos tradicionales por Charles Perrault y publicados en 1697 bajo el título Histoires ou contes du temps passé. Avec des moralités. Es igualmente llamativa la ausencia de toda referencia a algunas de las muchas obras literarias y audiovisuales que se han basado en ese relato popular. Pero mucho más notoria aún es la ausencia de alguna alusión , aunque fuera mínima, a la ópera del gran compositor húngaro Béla Bartók, la que lleva exactamente el mismo nombre de esta novela: “El Castillo de Barba Azul”, una ópera breve que se estrenó en el año 1911.
Esta ausencia de toda rereferencia a la larga tradición de los relatos asociados al personaje de Barba Azul resulta sorprendente también porque Javier Cercas ha declarado recientemente que esta novela la ha escrito en el contexto de lo que él denomina “el descubrimiento reciente de la violencia que tradicionalmente se ha ejercido contra las mujeres”. Un hecho, ha afirmado Cercas, del cual recién nos damos cuenta: cómo se ejerce la dominación de las mujeres por parte de los hombres. Esa afirmación no parece condecirse justamente con la violencia explícita contra las mujeres, que encontramos en las distintas versiones de la historia de Barba Azul, tanto en el cuento popular como en la literatura, Y también la encontramos en aquel relato que en otros tiempos se consideró un cuento infantil, con una moraleja, como es el caso de la edición de Charles Perrault a fines del siglo XVII:
Podemos pensar, por cierto, que Cercas quiere mantener su independencia como narrador, frente a una determinada tradición narrativa. Y al llevarnos al año 2035 al final del Castillo de Barbazul y mencionar (o desmentir, en ocasiones) la aparición de una cuarta novela gracias a la cual quizás llegaremos a conocer el desenlace del “viaje” de Melchor Marin, podamos nosotros sus lectores, asociarnos a ese trayecto, a sus venturas y desventuras en un futuro todavía incierto. Como lo ha planteado el propio autor en Buenos Aires, en una entrevista reciente y pese a su idea inicial de escribir cuatro relatos, finalmente fueron tres los que conforman hasta ahora la trilogía de la Terra Alta: .“…Cuando terminé este tercero me dije: ‘Bueno, esto es un final abierto, pero, ¿por qué no dejarlo así abierto?’
Es asombroso descubrir cómo se articulan las ideas y pasiones en torno a la poesía habiendo tanta distancia geográfica -nunca…