Nacido en Valparaíso, Chile, en 1969, Iván Quezada es narrador, escritor, periodista y editor chileno (El español de Shakespeare es su sello editorial). Marcó su presencia literaria con libros interesantes: Elefantes y Cisnes (novela breve, 2002, Tiempo Nuevo), Los Extraños (cuentos, 2005, Tajamar), Escritos de ningún lugar (miscelánea, 2010, Mago editores), Playa Las Dichas (poemas, 2011, Mago editores), Decepción del mundo (poemas, 2013, El español de Shakespeare), El estudiante de poesía (poemas, 2016, Ojo literario) y Poemas del encierro (Mago editores, 2021). La antología personal Cuestión de un minuto fue editada en México con la Fundación Abbapalabra. Tuvo el honor de editar libros de Armando Uribe, Oscar Hahn, Poli Délano, Gabriel Salazar, Álvaro Jara, Marta Blanco, entre otros. Es socio de Letras de Chile.
1 / EL POETA Y SU POESÍA
¿Cómo empezó tu relación con la poesía?
IQ: Empecé en la literatura con la novela. Cuando niño leía historias de aventuras y quería emularlas, ser capaz de hacer una también. No entendía cómo, a través de mi imaginación, veía los hechos igual que en el cine, pero mejor. Por eso mi primer libro publicado fue una novela breve y ahora mismo estoy terminando otra de formato normal. Recién en la adolescencia, por influjo de un profesor de letras, me interesé en escribir poemas. El primer libro de verso que compré fue una «Antología Esencial» de Antonio Machado, que por lo demás fue el primer poeta que me gustó. Hasta entonces me habían enseñado poesía formalista, con rimas forzadas. Eran lecturas obligatorias y por tanto las odiaba. Ahora le encuentro gusto a leer a Góngora, por ejemplo, pero entonces me hacía sentir un viejo chico. Escribí mi primer poema en contra de mi voluntad, una noche de insomnio en que no podía sacarme unas frases de la cabeza. Las escribí y fue un alivio. Al día siguiente se las mostré a todo el mundo y supe que eran versos, pero muy malos. Tenía que mejorar mucho. Con el tiempo toda la situación me ha parecido afectada, me da un tanto de vergüenza y risa.
¿Cómo es tu momento creativo? ¿Cómo escribís, cuándo escribís? ¿Tenés alguna ceremonia en especial?
IQ: La mayor parte del tiempo no quiero escribir. Soy perezoso, perfeccionista, por mí viviría de las rentas. No me imagino poniéndome una toga para escribir poemas. Recuerdo poetas jóvenes que comenzaban tomándose un vaso de vino, luego otro y otro, hasta irse a dormir borrachos. Una poeta amiga usaba música mística para concentrarse y de seguro que ya es una monja budista, pero de sus poemas no he sabido nada. Odio las ceremonias, los rituales, salvo si incluyen comida gratis. Temo que, con la crisis económica, sanitaria y ahora bélica, nunca más vuelvan las ocasiones felices en que los poetas comían y bebían a sus anchas… Como sea, escribo en cualquier momento. Antes, como niño que era, me proponía temas. Hoy voy a escribir del amor, hace tiempo que no hago un verso sobre la muerte, etcétera. Era un tonto, lo admito. Ahora creo en el tema fortuito, casi nunca sé de qué escribo hasta terminar. Me viene un verso caminando y si después lo recuerdo, compongo un poema entero. Ayer no más, de vuelta a casa desde una clínica en que estiro los brazos (no es una academia de boxeo, lo digo literalmente), me quedó dando vueltas el título Automovilistas… Ya, lo dije, es seguro que haré el maldito poema.
¿Tenés alguna organización, disposición, estructuración o ejes temáticos para conformar un libro y editarlo?
IQ: Hasta ahora he escrito poemas sueltos y cuando los reúno encuentro una línea en común, de la cual deduzco el título del libro. Es una arbitrariedad o en el mejor de los casos una intuición. Durante años me ha motivado el deseo de aprender. Tengo 53 años y calculo que ya he vivido tres adolescencias, pero no podría decir que todavía soy un poeta joven. En mi último libro, Poemas del Encierro (2021), llegué al punto en que no cambiaría ninguna palabra o signo de puntuación. Me sentí tentado a darme por satisfecho y dedicarme sólo a la narrativa. De hecho, alguna vez pensé que escribía versos para comprender mecanismos ocultos del lenguaje y así elevar mi prosa tan modestita y modosa. Sin embargo, lo más importante para escribir verso o prosa lo comprendí en Chéjov, un cuentista: el humor. Toda mi «programación neurolingúistica», como diría un académico con piedras en los riñones, se fue al tacho de la basura. Me niego a predisponerme y así, no obstante, se me ha venido a la mente un libro de versos largos, con un tema colosal, el siglo XXI, y en el que fundiría las influencias de Walt Whitman y Dylan Thomas. ¿No es cierto que es ridícula tanta ambición? Bienaventurados los ridículos, porque de ellos será el reino de los cielos. No sé si servirá de disculpa que Whitman sea el mayor poeta periodista de la historia. En otra época yo también fui reportero y quizás sienta nostalgia… En fin.
¿Cuáles son los temas que despiertan tu necesidad de escribir, hay algunos recurrentes?
IQ: Ninguno. El tema fortuito es cualquier cosa, se origina en la tontería, en el tedio de la existencia, en la comprobación de que nuestros padres y educadores nos llenaron la cabeza con cuentos de hadas. El humor me permite dejar la mente en blanco o, dicho con otras palabras, me río de mí mismo sin odiarme. No me celebro con la épica existencial de Whitman, pero creo que la autocomicidad también posee grandeza psicológica. El poeta, a diferencia del ser humano, tiene patas y demasiado pelaje. Podría ser un animal, pero curiosamente habla y escribe mejor que la persona media en la civilización industrial. Sus pensamientos son sutiles como notas de flauta, cuando se empeña logra que lo sigan miles de ratones. Sin embargo, nunca deja de ser un bestia con miedo a la calvicie y a veces tiene ataques de hipo.
¿Hay una fórmula para lograr el poema perfecto?
IQ: Voy a hacer como que el poema perfecto existe. Me acuerdo de un acróbata que decía ser capaz de dar un salto perfecto hacia atrás. Me lo demostró y luego dijo: «¿viste?». ¿Qué le podía responder? No soy experto en saltos, pero la verdad esperaba otra cosa. Ese es el problema de la perfección: uno nunca queda satisfecho. Aparte de que es una tautología. ¿Habré elegido el mejor verbo para decir lo que dije? No creo que la reescritura sea una fórmula, pero es una manera de convertir la obsesión en un método. Si se alcanza cierta velocidad cuántica (¿qué diablos significará «cuántico»?), quizás sea posible cambiar palabras y borrar versos innecesarios de manera inconsciente, en la mente antes que en la pantalla o el papel. Si la melodía queda completa y el corte de los versos no admita una repasada, tal vez, sólo tal vez, tenga uno un as bajo la manga. Aunque también tenía razón Neruda cuando decía que uno nunca termina de escribir un libro, sólo se conforma con una versión por la premura del tiempo y los lectores.
2 / EL POETA Y LA POESÍA:
¿Qué lugar ocupa la poesía hoy, en este tercer milenio?
IQ: La poesía está por todas partes, en el aire y los suspiros, en la risotada de una hiena o en las declaraciones de amor en las estafas románticas por Internet. Uno la puede dibujar, pintar, escribir, filmar, entonar, etcétera. Se encuentra en los sueños y en la vigilia. También en donde nunca ha habido un ser humano, como, por ejemplo, a un millón de años luz de la habitación en donde escribo las respuestas a esta entrevista. La poesía en la época actual se da del mismo modo que en cualquier otro tiempo.
¿Qué lugar ocupa en el mercado editorial?
IQ: A Dios gracias, la poesía sigue siendo un artículo sin valor comercial. Está en la memoria de las personas y el palabreo de los poetas, cuestiones ambas que no se pueden cuantificar. En el siglo XIX, a los periodistas les pagaban por palabras publicadas o por centímetros de texto. Naturalmente, esto originó el vicio de las sábanas en las cuartillas informativas. Los escribas daban tantos detalles, que los diarios hacían dormir profundamente a sus lectores. Por otro lado, ¿cómo uno podría vender poemas a gente analfabeta? La versificación es inaccesible a los «analfabetos funcionales» de nuestra centuria, tanto como la información o la ciencia. Quizás la poesía oral en un sarao podría significarle un vaso de vino al autor, pero la mayoría de las veces recibe una palmada en la espalda, si acaso no un empujón para que se calle. Otra cosa es el valor del papel, la tinta y la imprenta. Son bienes y servicios caros que generalmente paga el mismo poeta.
3 / EL POETA Y SUS LECTURAS:
¿Qué es lo que buscas cuando abordas un libro de poemas?
IQ: Entretenerme. No digo que busco sexo o chistes verdes en las parrafadas o estrofas, sino darle o descubrirle un contenido al tiempo. No hay nada más aburrido que no leer. Imagínense pasar semanas o meses sin abrir un libro, limitado a los letreros de las calles, a la publicidad de los productos que compras, a los chismes de Internet o a la desinformación de la prensa. Un suplicio. En los buenos poemas uno encuentra profundidad y claridad, pero son tan pocos los que pasan la prueba del paladar…
¿Si tuvieras que nombrar a diez poetas que necesariamente deben estar en la biblioteca de todo buen lector, ¿a quiénes elegirías?
IQ: Antón Chéjov, quien casi odiaba a la poesía, aunque la entendía; Neruda, porque si no sabía algo lo inventaba; Oliverio Girondo, el mejor de los discípulos de Vicente Huidobro; Vicente Huidobro, quien renegó de Rubén Darío de malo que era; Rubén Darío, habitante imaginario de París, donde fundó la Poesía Latinoamericana; Walt Whitman, clérigo sensual de la castidad; María Luisa Bombal, archienemiga de las feministas y por lo mismo la adoran; Paul Bowles, el mejor novelista del siglo XX a pesar de los críticos; Isak Dinesen, daría mi moneda de la suerte por conocerla en persona; Antonio Machado, el abuelo que nunca tuve; Dylan Thomas, el santo bebedor cuyo lema era: «no haga usted lo mismo en casa»; y el maestro de la oscuridad Charles Baudalaire (mencioné a once, disculpen por la licencia).
¿Un libro de poemas que te haya marcado por algo?
IQ: Vuelvo a la Antología Esencial de Antonio Machado, pero mejor voy más allá: sus Obras Completas. Con él aprendí el valor supremo de la sencillez, aunque me considero un tipo complicado. También todo Jorge Teillier, otro amigo de la simpleza y, a diferencia de Machado, más proclive a los paisajes arbóreos y a la vegetación húmeda del sur de Chile. O los poemas de vejez permanente de Armando Uribe, mi maestro, quien casi me obligó a escribir versos.
4 / EL POETA Y SU RELACIÓN CON EL MUNDO
¿El poeta debe estar comprometido con algo? ¿Es necesario relacionarte con otros poetas? ¿Para qué?
IQ: El poeta es el individuo con menos obligaciones en el mundo, salvo las físicas: comer, beber, dormir, amar, ir al baño… En ese sentido, es tan humano como los carpinteros o las enfermeras. Si tiene amigos poetas necesita relacionarse con ellos, aunque es más común que tenga enemigos entre sus pares. Todo depende de sus pasiones. ¿Qué sería de George Orwell, por ejemplo, sin la política? ¿O de Borges sin la bibliotecología? Cada cual sabe dónde le aprieta el zapato.
En tu entorno habitual (trabajo, familia, amistades, vecindad), ¿se lee poesía, se la cultiva?
IQ: No realmente. En Chile hay muchos poetas, pero poquísimos son familiares entre ellos. Tengo algunos amigos poetas de mi generación, como Armando Roa Vial o Francisco Véjar. Antes nos veíamos más, ahora sólo nos mandamos mensajes al boleo. Cuando me invitan a encuentros de escritores, llego a creer que la poesía es lo más importante del mundo y al irme todo queda en casi nada, como cuando uno hace un largo viaje en bus, se granjea la amistad de los otros viajeros, pero al llegar al destino cada uno parte rápidamente por su lado. Por lo visto, la poesía cada cual la cultiva a cuentagotas en el desierto. El sueño del pibe es enamorarse de una poeta y ser más feliz que las perdices. ¡Qué raro es cuando sucede y qué común cuando termina!
El poeta para los demás ¿es un bicho raro?, ¿un creador en su torre de marfil? ¿Un simple trabajador de las palabras? O…
IQ: Un bicho raro, a quien se aplica el adagio: «de todo hay en la viña del Señor». Para los demás, el poeta pone la nota seria en las fiestas o es un incordio, porque se emborracha y se queda en la casa hasta el otro día. No pocas mujeres dicen que los poetas serían perfectos si tuvieran dinero. A mí me preocupan cuando hablan demasiado de sí mismos. Me acuerdo de uno que se creía el mejor poeta de Chile… «¡qué digo, de Latinoamérica!». Le respondí que en mi caso era el mejor de Rusia. Se rio, diciéndome que él hablaba en serio.
¿Qué necesitaría la poesía para llegar a todo el mundo? ¿Tenés alguna idea potable para que la poesía pueda ser difundida masivamente o bien ocupe otros ámbitos a los cuáles hoy día no tiene acceso?
IQ: En realidad, la poesía tiene acceso a todos los ámbitos. A través de las artes, las ciencias, las letras, la política, etcétera. Mientras existan seres humanos, tendremos esa posibilidad. Por otro lado, es imposible que se difunda masivamente, porque la lectura es algo personal. ¿Dónde uno ha visto a una masa leyendo un libro? Cuando niño miraba a mi madre hacer el pan y al amasarlo su labor perdía interés para mí. La harina mezclada con agua, mantequilla y levadura no tiene forma alguna, es algo feo de mirar. Sin embargo, me gusta la expresión «masa madre». Me inspira la imagen del caldo original de la vida, un montón de elementos entrelazados al azar y listos para explotar como la nitroglicerina. Si algún día un poeta llega a ser presidente de Chile, entonces podremos decir que la poesía alcanzó el más absurdo de los ámbitos. Neruda y Huidobro lo intentaron, y Allende lo consiguió. Todo un caso.
Cualquier parecido con la realidad sólo coincidencia.