Editorial Tregolam, 210 páginas
Por Antonio Rojas Gómez
Eduardo Soto Díaz es autor de varias novelas de género negro; esta, editada en España, es la más reciente y en ella supera con creces todo lo que había publicado anteriormente y se sitúa junto a los más interesantes escritores policiacos del país, que no son pocos y cuyo nivel es bastante elevado.
La historia se inicia con el asesinato del abogado Jorge Villalta, candidato a senador por el partido derechista Vanguardia Democrática, en el Maule Norte. Es un homicidio misterioso. Ocurre en el baño de un restaurante de la costa, en otoño, cuando no hay turistas y los parroquianos son escasos y todos se conocen. Villalta llega un sábado al anochecer, ingresa al baño y no sale más. Alguien le disparó tres balazos. “Nadie advirtió lo ocurrido. El asesino arrastró el cadáver hasta una de las casetas del retrete. Le sumergió la cabeza en la taza y cerró la puerta. Pasarían horas antes de que alguien descubriera el cadáver y, tal vez, al comienzo imaginaría que era un borracho” (Pág. 14).
Buen principio. En el local había cuatro parroquianos enfrascados en el juego de la brisca, y escaso personal. No hubo ruido de disparos porque el arma seguramente tenía silenciador. Nadie se preocupó del abogado Villalta, a quien no conocían porque aún no comenzaba la campaña senatorial. Lo vieron pasar y se olvidaron de él. Y nadie vio entrar a nadie más, ni antes ni después. De la investigación se hace cargo el suboficial de Carabineros, de la ronda civil, Miguel Guevara, secundado por el cabo Cristóbal Molina, que es su ahijado de matrimonio. Pero como la víctima es un abogado santiaguino, con vínculos estrechos en esferas de gobierno, por disposición del ministro del Interior viaja a Curicó un equipo de la Brigada de Homicidios de la PDI. Así que hay dos grupos investigando el caso, sobre el que no existe ninguna pista.
Las técnicas investigativas que ocupan los hombres de la PDI los llevan a individualizar como autor del homicidio a un garzón del restaurante, de apellido Correa, que había sido procesado en Concepción por asalto a mano armada muchos años atrás.
Pero sus compañeros de trabajo le aseguran al sargento Guevara que Correa, que tiene escasa lucidez mental, no es capaz de cometer un crimen de esas características. Y el sargento sigue buscando nuevos antecedentes, a pesar de que el fiscal lo conmina a que dedique su tiempo a encontrar a los cómplices del hechor para cerrar el caso cuanto antes y dar satisfacción a la solicitud del gobierno.
El verdadero protagonista de la novela es el sargento Guevara. No es un investigador genial, ni súper dotado, ni ve debajo del asfalto. Es simplemente un funcionario de Carabineros que ha hecho su carrera en el sur, dedicado a investigar delitos menores. Pero tiene sus virtudes. Entre ellas, conoce a la gente, es perseverante y no se deja menospreciar; sigue las metas que se propone con tenacidad y paso a paso va enterándose de detalles en apariencia mínimos, pero que lo conducen por el camino adecuado.
Hasta aquí sabemos de un político muerto, y el título nos habla de tres. Bueno, Guevara sospecha que puede haber otras muertes y procura evitarlas. Si nos atenemos al título de la novela, no lo va a conseguir. Pero es mejor averiguarlo siguiendo los pasos de este investigador original, distinto a los muchos que se parecen tanto entre sí. Y también de su ahijado, el joven cabo Molina, que es un tirador de puntería excepcional.
La novela es entretenida, está bien conducida, despierta interés desde las primeras páginas; pero es más que entretención, porque revela personalidades curiosas, no solo en el mundo de la investigación policial, también en el de la política. Y se debe reconocer a Soto Díaz el conocimiento de los seres que pueblan sus páginas, a quienes no juzga, simplemente los presenta y entiende sus motivaciones y movimientos, como un observador sagaz de la condición humana.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…