Por Antonio Rojas Gómez

Editorial Mago, 411 páginas

En esta historia, entretenidísima, Francisco Rivas hace gala de una imaginación prodigiosa. Nos traslada a mediados del siglo XIX, cuando los países sudamericanos estaban consolidando su posición de naciones independientes, y nos pasea por ellos y por Europa. Pero la trama no tiene que ver con la independencia política sino religiosa. Porque en aquel tiempo el mundo occidental se estaba sacudiendo el yugo de la mal llamada Santa Inquisición. Se trata, en definitiva, del eterno conflicto entre progresistas y conservadores analizado desde el punto de vista de un cura exonerado de sus funciones sacerdotales por los inquisidores, que enfrenta a sus perseguidores acompañado de dos mujeres judías, quienes también han sufrido la persecución inquisitorial. El excura, que es el personaje principal, se llama Orazio Malacqua y es italiano. Las mujeres son Ester, que hace olvidar a Malacqua los votos de castidad, y Gabriella, apenas una niña que va creciendo y alcanza dimensiones mayores a medida que avanza la historia.

Digamos que no es un libro estrictamente apegado a la realidad, a pesar de que el marco histórico y geográfico responde a ella. La Santa Inquisición acaba de ser abolida, pero los sectores más conservadores de la Iglesia y de la política procuran que persista a través de una organización clandestina, la Perseveranza. En ella se asilan los antiguos inquisidores que han quedado obsoletos y, como en Europa la situación les resulta difícil, buscan refugio en Sudamérica, donde algunos gobiernos los acogen. Es el caso del dictador Melgarejo en Bolivia y del presidente García Moreno en Ecuador.

A Orazio Malacqua lo conocemos como sacerdote en Italia, presenciamos su prisión y su tortura y la forma en que se salva de la ejecución. Somos testigos de su encuentro con Ester, de cómo aúnan fuerzas para luchar contra la Perseveranza, la forma en que la niña Gabriella se integra a ellos. Junto al trío recorremos Italia y España, en calidad de perseguidos y a la vez de perseguidores de los antiguos inquisidores. Nos embarcamos con ellos en el navío que los conduce a América, pasamos duras peripecias en alta mar y llegamos finalmente a Buenos Aires. Allí conocemos a un inventor muy especial, tanto por su aspecto físico como por los ingenios que es capaz de construir: el señor Viffarao, que perfecciona a Gabriela en los secretos del juego del ajedrez, en el que más tarde se va a enfrentar con el presidente boliviano Melgarejo.

En fin, no faltan aventuras, para no hablar de las románticas. Y no vamos a mencionar las particularidades de cada personaje, salvo que a Malacqua le crecen las uñas de manera exorbitante, lo que las transforma en verdaderas armas mortíferas. Porque este sujeto pasa de ser un correcto sacerdote injustamente perseguido, a convertirse en un asesino despiadado que no trepida en ultimar a quienes obstaculicen sus planes de venganza.

En resumen, en esta novela pasan muchas cosas, muy entretenidas, algunas pueden ser poco creíbles, pero están narradas con gracia, en una prosa amena, que invita a continuar la lectura. Y nos va revelando en cada episodio los cambios que van sufriendo los personajes, la forma en que los hechos externos influyen en la intimidad de cada cual. Y más allá de la anécdota, subyace el trasfondo que no responde solo a la época en que sucede la historia, pues ya estaba presente mucho antes y subsiste mucho después, hasta hoy, cuando la Santa Inquisición es nada más que un mal recuerdo, pero se siguen gestando ignominias para conservar privilegios y detener el progreso de las sociedades.