por Eduardo Contreras Villablanca
Esta primera obra de Juan Pablo Leiva Casanova, aunque se inicia advirtiendo que: “A pesar de que esta novela usa algunos hechos y personajes públicos […], es ficticia”…., es de todas formas una denuncia contra las malas prácticas de los partidos políticos (en este caso particular, de la Democracia Cristiana). Unos comportamientos que a mi juicio forma parte de la triste evolución de esa transición post dictadura que nos llevó a la rebelión de octubre del año 2019. Más allá de la alerta inicial sobre el carácter ficcional del libro, el texto está plagado de eventos que el país sabe que son, en su gran mayoría, reales. Qué más quisiéramos que fueran solo fantasía del autor.
Si bien el subtítulo de Flores secas, es “Una novela política”, la verdad es que se trata de una combinación de narrativa con ensayo, algo de crónica (relativa a eventos que parten con la dictadura para luego centrarse en los años 90 y principios de este siglo), con tintes autobiográficos (a juzgar por algunas similitudes del personaje central con el autor), y todo esto novelado. Pero dentro de esta mezcla hay varias historias, algunas de ellas podrían ser cuentos por sí solas. O sea, una obra difícil de clasificar.
Se nos presenta una galería de personajes, la mayoría militantes de la Democracia Cristiana (uno de ellos ex militante, ya que está alejado de ese partido desde la época del Carmen – Gate). Unos militantes cuyas voces a veces se van alternando con la de José Manuel, el narrador y protagonista principal, para de esta forma ir desarrollando, en forma paralela a la historia del protagonista y su entorno, esas piezas tipo ensayo (fundamentalmente a cargo del protagonista y su amigo Martín), en las que se reflexiona y se denuncia la mezquindad de algunos líderes de ese tan contradictorio partido, que entregó al país personas de la estatura de Andrés Aylwin y Bernardo Leighton, pero que también generó a un grupo de golpistas que luego se arrepintieron de serlo, y a algunos líderes que durante la transición de a poco fueron migrando desde el centro a la derecha.
Ya el primer capítulo anuncia el conflicto principal del personaje, cuya vocación por el estudio, y el desarrollo de herramientas profesionales para abordar los problemas públicos, choca con los “muñequeos” y demandas poco éticas que le plantean los compañeros de militancia y sus líderes. La pasión por la música, y la amistad con Martín, le van brindando respiros para decantar la seguidilla de desilusiones a las que se enfrenta con cada nuevo acto corrupto o poco ético que le toca vivir en su partido.
La saga de irregularidades (y en algunos casos hasta delitos) descritos en el libro, parte como se ha dicho, con el conocido escándalo electoral en las primarias internas del Partido Demócrata Cristiano, que beneficiaron a Patricio Aylwin, en desmedro de Gabriel Valdés. Y luego de eso pasamos a vivir con los personajes la transformación del partido en una verdadera agencia de empleos, con prácticas anti democráticas en que las instancias a nivel central pasan por sobre la voluntad de los militantes de base en las comunas, imponiendo candidaturas de verdaderos pelafustanes para mantener los equilibrios internos de las distintas tendencias, en un partido que en la obra se refleja como una gran bolsa de gatos, con líderes mayoritariamente carentes de valores y principios (a no ser que consideremos como tales la pacatería hipócrita y el afán de poder). Todo esto alternado con un fraude de votos falsos en una votación interna de la JDC, acarreo de militantes, clientelismo, indolencia ante los dramas de las personas, la mentira y la desconfianza como prácticas cada vez más instaladas mientras más ascienden los militantes en la jerarquía del partido.
Se sabe que la mayoría de estas prácticas no han sido patrimonio exclusivo de la D.C. Por ejemplo: contando solo los últimos años, hemos tenido al menos quince parlamentarios envueltos en procesos judiciales que incluyen desafueros, formalizaciones, querellas e investigaciones por delitos como cohecho, entre otros, dentro de esos quince “la lleva” la UDI con seis. Independiente de lo anterior, en esta obra es a la Democracia Cristiana a la que le toca el rol de villano. Se nos muestra como una especie de lado oscuro de la fuerza que apelando a la ambición de las personas, va succionando las almas de quienes se acercan con ideales y cierto candor en el corazón.
Unos entramados sórdidos en los que sin embargo se vislumbra una pequeña luz al final del túnel, con algunos personajes que porfiadamente siguen pensando que lo que está mal es esa pesada máquina partidaria, y no ellos, y que la vida puede tener otro sentido que vivirla en espera de recibir o propinar una puñalada por la espalda.
Así como hay lectoras y lectores de temas macabros como la literatura de terror, o del género negro, que están plagados de crímenes y delitos, probablemente este buceo por el lado más turbio de un partido, provoque una lectura morbosa (entendida como una tendencia a lo desagradable, lo cruel, lo prohibido), como la que pueden generar algunas obras de los géneros antes mencionados. El libro deja la sensación de que el lado bueno está reducido a algunos militantes de base, o dirigentes a lo más a nivel de concejales.
Más allá de lo literario, el libro es una interpelación a la clase política, no solo de la D.C. Y me parece que está muy bien pegar esos coscachos. En Chile se han escrito obras que develan el entorno brutal de la dictadura, pero relativamente menos sobre otros comportamientos inaceptables posteriores, como los que se describen en Flores secas. Comportamientos que igual dejan víctimas en el camino.
Me gustaría pensar que vamos a ser capaces de construir un Chile, en el que las historias – porque son varias – que se relatan en este libro, lleguen a parecerle a las futuras generaciones, un mero recurso literario para atrapar lectores, unas hipérboles creadas por Juan Pablo Leiva Casanova. Por ahora, lamentablemente, no lo son. Más bien la obra la podríamos clasificar en lo que la profesora Carolina Grenoville, de la UBA; calificó como la literatura en el cruce entre el discurso de la historia y la memoria, es decir, una bastante realista.
Pero soy optimista, el país ha dado varias señales de querer cambios que nos pueden hacer esperar flores frescas, o al menos no tan secas como las que nos evoca este libro.
En mi trabajo en la universidad, me consta que una preocupación, al menos en mi facultad, es del recambio generacional. Eso hizo falta en la política, y se ve muy claro en este libro. Varias generaciones apestadas que se apartaron de los partidos, como el protagonista José Manuel. Las y los jóvenes de los ochenta, los noventa, y primeros años de este siglo, al igual que él, se dedicaron a tratar de aportar desde otros ámbitos, o “se privatizaron”. Pero tenemos ahora una nueva camada de jóvenes, que se tuvieron que abrir paso creando nuevos referentes, aliándose con otros antiguos pero propicios a los cambios, y porfiaron en ello hasta llegar a ser una alternativa de poder y de transformaciones para nuestro país. Me parece muy bien, ya era hora de que se comenzaran a abrir esos nuevos caminos.
Es asombroso descubrir cómo se articulan las ideas y pasiones en torno a la poesía habiendo tanta distancia geográfica -nunca…