Una conversación sostenida hace 50 años con motivo de las elecciones presidenciales en que participaban Salvador Allende y Radomiro Tomic, conserva pleno sentido 50 años después.

Conversaciones de hace medio siglo

Recuerdo con entera nitidez una conversación con mi padre hace cincuenta y un años y algunos meses. El 5 de septiembre de 1973, para ser exactos, al día siguiente del triunfo de Salvador Allende.

Cuando yo nací, mi padre tenía 53 años. Me llevaba más de medio siglo de ventaja en la vida. A pesar de la abrumadora diferencia de edad estuvimos siempre muy cerca. En ese sentido, nunca hubo brechas entre nosotros.

Me doy cuenta de que vivo una etapa de la vida donde la presencia del pasado se torna abrumadora: de cualquier cosa hacen veinte, treinta, cuarenta años y más, como si nada, emulando al tango.

Esa conversación con mi padre, Diego Muñoz Espinoza (por eso uso mi segundo apellido, para evitar confusiones, y para rendir homenaje a mi madre , Inés Valenzuela), me ha visitado una vez más.

Entré a la vida política activa a comienzos de 1970, con ocasión de la campaña de Allende. Escribí con pintura innumerables veces su nombre en los muros de Ñuñoa. Y el 4 de septiembre llegó la victoria y la irrupción de una enorme esperanza. Eso mismo ocurre ahora, con el triunfo de Boric.

Esa tarde del 5 de septiembre de 1970, el joven Diego le señaló con arrogancia al Diego viejo que era momento de avanzar sin vacilaciones, sin renuncias, sin contemplaciones. El padre miró al hijo con cariño antes de darle -sin presumir ni apostolar- una lección que fui asimilando con los años, poco a poco, digiriéndola lentamente.

Me hizo comparar el programa de Allende con el de Tomic (el progresista candidato de la democracia cristiana). Eran casi iguales, con escasas diferencias. Me miró con el ceño fruncido (no enojado): “entonces haría que abandonar esas particularidades, abordar en conjunto -unidos- la parte común, que ya implica mucho avance para el país”.

No me gustó nada su opinión. Discutimos esa y muchas veces. Ahora pienso qué habría pasado si se hubiera intentado. ¿Habría ocurrido el golpe militar? ¿Se habría desangrado la patria con tanto crimen? ¿Se habrían perdido salvajemente las conquistas de los trabajadores ganadas tras largas luchas?

Quizás sí. La amenaza para los intereses de los poderosos era muy grande. Pero habría sido más difícil lograrlo. Pero la pasión juvenil me impedía comprenderlo.

Después vinieron el golpe y la tenebrosa e interminable dictadura, con su tarea brutal, homicida, el ejercicio cotidiano del horror, el diseño del neoliberalismo a ultranza, el saqueo y la fragilización del estado, el imperio de la indignidad y la injusticia.

El retorno a la democracia fue precario, frágil, limitado. Se hicieron demasiadas concesiones. La desigualdad ya estaba instalada.

Hubo varios estallidos que precedieron el de octubre de 2019. Ahí se produjo un cambio y se abrió una segunda posibilidad para Chile.

En la actualidad el mundo se estremece ante los efectos del deterioro ambiental que ha causado la codicia, la depredación del entorno para obtener riquezas, las guerras de ocupación, las expansiones imperialistas de diverso signo, surge esta posibilidad de un camino nuevo.

No quiero extralimitar mis expectativas y mis esperanzas, que son enormes, igual que las de la mayoría de los chilenos. Sin embargo, debo reconocer que estamos ante una posibilidad que no podemos desperdiciar, porque ya no hay tiempo para eso. Quizás no disponemos de otros cincuenta años. Eso me temo.

Entonces ahora hay que hacerlo bien. Cada ciudadana o ciudadano debe apoyar desde su puesto. Crear y defender las propuestas de cambio, ayudar a implementarlas activamente. Trabajar con generosidad, dando primacía al interés de todos por sobre el personal. Abandonar la era del individualismo extremo para privilegiar de nuevo al colectivo. Respetar las ideas de los demás, dialogar, conversar, discutir, aprender, colaborar, tolerar. No es fácil trabajar con otros: escucharlos, encontrarles razón, convencer con los mejores argumentos.

Habrá quienes traten de aprovecharse de las nuevas circunstancias, disfrazarse de partidarios leales para obtener ventajas personales. Habrá que estar alertas con esta clase de ambiciosos profesionales. Ya los conocemos y sabemos el daño que pueden causar.

Estarán también los profetas del miedo, los críticos mordaces para sembrar dudas y cosechar tempestades, los empleados a quienes el poder omnímodo de los dueños de todo compensará con magnificencia para que hagan su labor de zapa. Habrá que neutralizar sus canalladas.

Y también estarán aquellos que todo avance lo considerarán pequeño, mezquino, insuficiente, sin entender la enorme magnitud de los cambios más importantes a realizar. No va a ser fácil aplicarlos, pero si estamos juntos, si construimos grandes mayorías, si le damos protagonismo al pueblo, lo conseguiremos. No se puede cambiar todo de una vez.

Que haya éxito en esta segunda posibilidad es lo que le deseo con cariño y con esperanza a nuestro pueblo a fines de este año 2021.

Y le mando un enorme abrazo a mi padre, con amor genuino e inclaudicable, sin terminar de agradecer sus enseñanzas.

Diciembre de 2021
Diego Muñoz Valenzuela