“El cristianismo enseñó a los hombres
que el amor vale más que la inteligencia”.
Jacques Maritain
por Edmundo Moure
El título de esta crónica proviene de una publicación de 1967, de la revista “Punto Final”, que atribuyo -si no me flaquea la memoria- a ese incombustible luchador del periodismo de vanguardia, llamado Manuel Cabieses Donoso. Entiendo que aludía a la política contradictoria de los jerarcas y parlamentarios de la Democracia Cristiana, bajo el gobierno de Eduardo Frei Montalva, enfrentados al dilema de profundizar en los cambios estructurales emprendidos a través de la incipiente Reforma Agraria y de la llamada Chilenización del Cobre; ambos procesos pusieron en evidencia las opuestas corrientes ideológicas que pugnaban -como lo hacen hoy en día- por imponerse en el seno del partido que se fundara como la Falange, y cuya semejanza simbólica con el movimiento fascista español, liderado por José Antonio Primo de Rivera, el socio joven de Francisco Franco, les llevara a sustituir el nombre de la entidad por Democracia Cristiana. El dilema de poderes iba a dilucidarse de penosa manera, cuando Eduardo Frei, Patricio Aylwin, Edmundo Pérez Zujovic y otros próceres, alentaran y dieran su “visto bueno” al sanguinario golpe de Estado de la manu militari aliada con el gran capital, proceso que tuvo, en el magnicidio de Frei Montalva, uno de sus más atroces frutos.
Es un tópico recurrido y manoseado ese de que pertenecemos al “mundo Occidental y Cristiano”, aunque esta doctrina religiosa y guía de comportamiento, expresada por su fundador, Jesús Nazareno, en el Sermón de la Montaña y en las Bienaventuranzas, amén de toda la Palabra Nueva que conocemos como Evangelios, diseminada en cientos de iglesias y sectas, se bate en retirada, merced al colosal empuje del materialismo hiperconsumista, que los viejos liberales y los neocapitalistas salvajes sostienen como única vía de felicidad posible, olvidándose de toda escatología e ilusorios paraísos post mortem.
La Iglesia Católica, defensora y usufructuaria directa del capitalismo, ha contribuido con ello al agudizamiento de su propia crisis institucional. Las constantes aberraciones morales de sus ministros parecen confirmar la visión pagana de que la dicha está aquí, al alcance de la mano, tanto para el individuo emprendedor y audaz que sepa nadar, aunque fuere a contracorriente, turbulentas aguas de la existencia convertida en un gigantesco mercado, como para los concesionarios de la divinidad.
Al promediar los años 50 del pasado siglo, la doctrina social cristiana vivió sus mejores días, fortaleciéndose en Alemania e Italia. Para nosotros, adolescentes en 1955, fueron significativas las voces de cambio de dos pensadores que aparecían, después de la crisis planetaria provocada por la II Guerra Mundial, como alternativa del pensamiento marxista, puesto en jaque por las atroces revelaciones del estalinismo en la Unión Soviética. Eran Jacques Maritain y Emanuelle Mounier. Su antecesor preclaro fue Frederick Denison Maurice (1865), representante destacado del socialismo cristiano británico, origen de esta corriente universal socialcristiana que ha tenido, y sigue teniendo, contrapuestas interpretaciones, entre el conservadurismo papal y la praxis popular cristiana propuesta por Elder Cámara.
Hay que entender que “el socialismo cristiano es una filosofía religiosa y, a la vez, corriente política que participa de los principios del socialismo y del cristianismo, distinta del pensamiento político demócrata cristiano, que no es socialista y tiene orígenes muy distintos, aunque las dos están influidas por las enseñanzas de Jesucristo y la Biblia. Muchos socialistas cristianos creen que el capitalismo es idólatra y tiene sus raíces en el pecado de la avaricia. Los socialistas cristianos identifican la causa de la desigualdad como la codicia que asocian con el capitalismo, respaldando la economía de izquierda sobre la base de la Santa Biblia”.
El padre Badilla nos hablaba entonces, en los días juveniles de La Cisterna, con ferviente entusiasmo, de Jacques Maritain, filósofo francés, uno de los más destacados defensores del neotomismo, a partir del cual se propuso edificar una metafísica cristiana, que él denominó «filosofía de la inteligencia y del existir».
Los bisoños “falangistas” chilenos se veían dispuestos entonces a competir -socialmente hablando- con sus coetáneos de los partidos Comunista y Socialista, que volvían a enarbolar la candidatura de Salvador Allende a la primera magistratura de la nación. Ideólogos de la DC hacían su tarea de proselitismo en los barrios “populares” de Santiago, y nombraban a estos pensadores como los izquierdistas aludían a Marx y Lenin. Así nos adoctrinaban, para vencer las tentaciones de la dialéctica marxista y de su revolución cruenta.
Por su parte, Emmanuel Mounier propugnaba una renovación a fondo del catolicismo, y su vasta obra de escritor y de animador se apoyaba en la necesidad de romper las formas estáticas en que han ido cristalizando la cultura y la sociedad burguesas.
La finalidad que se imponía, ante una tentativa tan amplia de revisión crítica, era de un completo replanteamiento de la cultura contemporánea, acompañado de un «análisis directo del movimiento de la historia». Su propuesta radical era sustituir el concepto de “individuo”, por el de “persona”.
Pero en la criba de la Historia se prueban todas las ideologías. Como primera colada, surge la contradicción entre la palabra y las acciones emprendidas para hacerla realidad. Asistimos, en el Chile de los 60 y 70 a la paradoja de un cristianismo político aherrojado por los intereses económicos y sus poderes fácticos, entendiendo que, a final de cuentas, el valor existencial supremo era (es) la propiedad privada y sus servidumbres individualistas.
La contradicción, pues, entre los principios cristianos y la ideología burguesa, se tornaba insuperable. Nos preguntábamos, con cierto candor juvenil: -Eso de sacarse tu abrigo y entregárselo a tu prójimo, ¿era una broma pesada de Jesús el Cristo, o imperativo de una conducta esencialmente revolucionaria? Se insistía, con toda clase de eufemismos interpretativos, en que era una exageración del Mesías crucificado aquello de pasar a los ricos por el ojo de la aguja… La salvación es posible para todos; el asunto estriba en arrepentirse a tiempo.
Conocemos muchos casos de individuos que ostentan, públicamente, una supuesta condición de cristianos, en esa versión oficial de católicos apostólicos y muy romanos. Franco Bahamonde lo era, de misa y comunión diaria, lo que no constituía impedimento para estampar su fatídica firma en las listas semanales de ejecuciones sumarias; Pinochet Ugarte fue otro paradigma “cristiano”, asistido sacramentalmente por el cura Hasbún; Jaime Guzmán era ejemplo edificante de impoluta devoción, aunque avalara, sin asomo de duda o contrición, los crímenes de sus implacables aconsejados o discípulos.
El candidato neonazi, José Antonio Kast, se declara “socialcristiano” y coquetea, impúdico y mimoso, con pastores y cabecillas evangélicos, uno de los cuales, ante la disyuntiva del triunfo de Gabriel Boric, se confiesa, sin eufemismos, como “un auténtico fascista”. Mientras tanto, cautela sus mal habidos millones de verdes reliquias “in God we trust”, en el único edén que anhelan él y los suyos: el paraíso fiscal.
La recalcitrante posición anticomunista, disfrazada de “guerra santa”, emprendida por una Derecha siempre en trance y empleo del terror, no logra pasar gato por liebre, a la vez que desnuda, una vez más, la falsía de este resucitado y oportunista “cristianismo rococó contenido”.
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Edmundo Moure
Diciembre 2021
Durísimo cuento. Atento a las obras de este autor valdiviano.