Ediciones E.M., 309 páginas.

Por Antonio Rojas Góme

Este es un libro en el que se funden el periodismo y la literatura. El periodismo, porque la crónica retrata un suceso que responde a la realidad, que es bastante más que una suma de sucesos. La crónica es un género que el periodismo aborda a diario. Pero la literatura, bastante más abarcadora como concepción e interpretación del mundo, tampoco la desdeña. Recordemos la “Crónica de una muerte anunciada”, esa magnífica novela de Gabriel García Márquez, que también fue escritor y periodista, como Sergio Mardones, el autor que ahora nos interesa.

Este libro no es una novela. Es una recopilación de crónicas que el autor escribió a lo largo de cuarenta años en el diario Las Últimas Noticias. Ese diario es el tabloide chileno más antiguo y su primer director también fue escritor: Joaquín Díaz Garcés, Jotabeche. Más adelante lo dirigió, por tres decenios, Byron Gigoux James, más periodista que escritor aun cuando también es autor de una novela que preparó expresamente para participar en un concurso en el que llegó segundo; el ganador fue Ciro Alegría con “El mundo es ancho y ajeno”. En tiempos de Gigoux las plumas más destacadas de la literatura nacional escribieron en Las Últimas Noticias, entre ellas las de Francisco Coloane, Manuel Rojas, Daniel de la Vega, Efraín Szmulewicz, Luis Sánchez Latorre y muchos más. Después hubo otros que destacaron en el periodismo y la literatura, y entre ellos se cuenta Mardones Labra, autor de cinco libros para niños y adultos.

Esto significa que estamos hablando de un hombre que escribe bien, muy bien. Y escribir bien significa comunicar mejor, hacerse entender y apreciar detalles que no saltan a simple vista, que suelen pasar inadvertidos y que muchas veces guardan significados profundos, que estremecen la sensibilidad del lector, que llaman a la meditación y aun desconciertan.

Sergio Mardones escribe sobre lo que acontece, el día a día. Entrevista a personajes. Les hace preguntas sorprendentes, que cualquier periodista no haría. Se escapa del lugar común. Dice cosas en las que nadie suele pensar, y si alguien lo hace, las mantiene en silencio. Obtiene conclusiones inesperadas, con las que se puede estar en desacuerdo; genera discrepancia, pero indiferencia, jamás. Un ejemplo para sostener lo dicho.

Un día entrevistó a Wilde, un ventrílocuo que triunfó en los escenarios con el muñeco Paquito y que había pasado al olvido. Para qué decir que el entrevistado fue el muñeco, no el ventrílocuo. La entrevista se publicó en el diario y se reproduce en este libro con el siguiente agregado: “Días después de publicada esta nota y a raíz justamente de ella, Wilde y su muñeco Paquito fueron llamados nuevamente por la televisión. Fue como el canto del cisne. Actuaron y pasaron al olvido a la velocidad del rayo. Podría entonces hacerse una segunda entrevista, saber qué fue de ellos, cómo vivieron el relumbrón, qué sintieron ese día en el canal, para cuánto tiempo les alcanzó el dinero. Mas, como se sabe, nunca segundas partes fueron buenas. En esta ocasión es mejor dejarlos solos. La oscuridad es la madre de la verdad” (Pág. 255).

Hay treinta y seis crónicas en el libro, sobre los tópicos más variados. Incluso, una serie de catorce capítulos acerca de la supuesta fortuna que un chileno de apellido Zamorano habría forjado en California durante la fiebre del oro, en el siglo XIX. La fortuna alcanzaría a los dos mil millones de dólares de hoy, y estaría esperando a los parientes chilenos de su dueño. Dos familias Zamorano, una de Coltauco y la otra de Melipilla, se disputan los dólares, que nunca nadie consigue ver. Es una especie de novela kafkiana a la que el autor le da muchas vueltas, cada cual más sabrosa y disparatada que la anterior.

Mardones Labra tiene la rara capacidad de mofarse de sus propias historias, de sus conocidos, sus amigos y de sí mismo. Sus páginas despiertan sonrisas, incluso alguna carcajada. Pero también maneja la emoción, el dolor, la esperanza. Notables son las dos crónicas que cierran el volumen, en las que narra el trance de su partida a la jubilación y entrega “un tributo desatinado” -son sus palabras- a quienes lo acompañaron en sus años de trabajo. Y pone punto final con una frase de Camilo Lardinois, un periodista que falleció hace pocos días, a los 80 años: “Pensar que éramos felices… y no lo sabíamos”.