Angela Loreto Crivelli Castro

Angela Loreto Crivelli Castro (1964), Educadora de Párvulos de la Universidad de Talca, Con ejercicio de la profesión, actualmente en la ciudad de Valparaíso, donde se deleita contemplando la hermosura del mar y aprendiendo cada día sobre las vivencias de su gente.

Oriunda de Rancagua, sus comienzos en la escritura fueron en la época universitaria, intensificándose especialmente estos últimos 7 años, donde ha explorado con satisfacción el relato corto, cuentos y poesía.

Escaleras

Josué sale de su casa muy temprano, enfrentando el alba. Le pesan los años, que no son tantos, le duelen sus manos agrietadas y frías. Anhela quedarse una mañana acostado en su cama, disfrutando del silencio, sin sentir dolor ni cansancio.

Vive en Barón, en la parte más alta del cerro. Todos los días tiene que subir y bajar cientos de peldaños, cada uno de ellos siente el peso, la liviandad, la alegría y la tristeza de las personas que los pisan con indiferencia. Pero Josué no es uno de ellos, ya que los cuenta, al subir y al bajar. Sabe cuál está quebrado y evita pisarlo. Los que están pintados los salta de dos en dos y los que tienen baranda, se afirma de ellas, sintiendo la aspereza de la madera vieja.

Son setenta y siete escalones de ida y vuelta. Los baja desanimado porque lo llevan a su trabajo, ocho horas sin parar limpiando la suciedad que dejan las personas en las calles.

Él quería ser diseñador, desde pequeño le gustó dibujar. Creaba historietas, comics, caricaturas y ya adolescente, en las noches, salía a pintar las paredes de Valparaíso.

A veces se entusiasma lleva su croquera y después de trabajar se va a la avenida Altamirano a pincelar el mar y a dibujar a la gente que pasea distraída y pensativa. Hay transeúntes que se detienen a observar sus obras y le dejan algunas monedas y billetes. Se le infla el pecho sintiéndose importante.

No pudo estudiar en la universidad, ya que su mamá, lavandera, madre de cuatro hijos, sin un hombre que la ayudara con el sustento, necesitaba que ellos trabajaran a la par con ella. Así que desde pequeño llevó el pan a la mesa.

Pero, Josué, a pesar de todo es un hombre alegre. Le gusta jugar a la pelota los domingos en la cancha, tomarse su chela de vez en cuando y piropear respetuosamente a las mujeres. No sueña casarse, menos tener hijos. Pero de vez en cuando una pierna acompañándolo en su cama de sábanas limpias y tibias, no está mal. Pero es exigente, le gustan las mujeres morenas y corpulentas. Mujeres que busca en la iglesia donde va los sábados, mujeres que dicen ser castas y puras, pero que en realidad son ardientes y necesitadas, que después de unir su cuerpo al de un hombre, piden perdón a Dios.

Cuando Josué vuelve a su casa, sube feliz las escaleras y llega a su refugio, su pequeña casa de madera pintada verde con la puerta blanca. Baila por los escalones, contándolos y saltando de dos en dos los que están pintados.

Lleva cuarenta y tres años subiendo y bajando por este camino con historia.

En las noches, se pone su cortaviento negro, coge sus brochas desgastadas, sus tarros de pintura y sale a colorear las escaleras, que muestran con vanidad la obra de este hombre afable y llano, quien alegra y hace llevadera las mañanas, tardes y noches de quienes transitan calladamente por este lugar de afán y sueños en silencio.

AL. Crivelli