Poemas de Ulises Varsovia

El escritor chileno Ulises Varsovia (Valparaíso 1949), reside en Suiza, San Gallen, desempeñandose como académico en la universidad St. Gallen.
Ha publicado 28 libros de poesía y sus obras han aparecido en muchas revistas y antologías del género.
Los invitamos a leer una selección de dos poemarios de su autoría: Para la sed de la muerte (inédito, 1979) y Goteo (2012).

PARA LA SED DE LA MUERTE

 

Para la sed de la muerte

Escribo para la sed de la muerte
que acerca hacia mí sus temblorosos labios.
Ella me busca en mi propio interior,
la siento echar sus redes en mis noches,
y sueño con náufragos que forcejean.

Un poco el hombre son sus palabras,
y las palabras que arranco a mi vida
yo sé que no existen, se han muerto.
Murieron inmoladas por mi vida.

Todos los días la muerte revisa mi cuarto,
remueve, olfatea rincones y estantes,
se inclina implacable en mi viejo cuaderno,
y una por una devora las letras cautivas.

Ay, si mañana perdiera el sentido
de la poesía,
si de pronto sus claves secretas
me fueran para siempre extrañas,
¿qué podría ofrecer a la sed de la muerte?
Escribo con sangre para sus labios.

Escribo con furia de fiera acosada:
detrás de las huellas de mis palabras
escucho acercarse su olfato felino.
Moriría si mañana equivocara los rumbos.
Escribo para la sed de la muerte.

Ruidos del mar

El mar otra vez estrellando sus olas
contra el origen del sueño,
espantando con ruidos de espumas disueltas
el suave sopor de la noche.

Hay en su larga insistencia mensajes,
una voz repitiendo apotegmas
que quiere mi mente arrancar de su cárcel.

Este mismo sonido ancestral
estremeció el corazón del ser primitivo.
Tal vez en la edad del rayo,
en la edad de los dioses originales,
un hombre escuchó la conducta nocturna del mar
y veló las altas mareas conjeturando.

Pudo ser el lamento de niños ahogados,
o la cólera adusta de un dios ofendido
que aullando exigía tributos rituales.

Pudo ser simplemente un arcano,
un tenaz testimonio que nadie comprende,
algo que nos llama desde no sé dónde.

Y allí se quedaron las olas gimiendo,
hacienda crujir su alfabeto sonoro,
por miles de años indescifradas.

Hoy me repite su larga canción y vigilo:
mi sueño no puede aplacar su exigencia,
y continúo las luchas del ser primitivo.

Árbol de invierno

La lluvia su ruido atroz
anoche sobre los techos,
su lucha por alcanzarme,
su inmensa pasion antigua
por arrancarme del sueño,
su deseo de amor torrencial
haciendo vibrar mis vegetales cuerdas.

Obscuras reminiscencias
saltaron desde la lluvia a mi lecho.
En la aurora soy un árbol que camina
despojado en la rapiña del otoño.
Huyendo sin dirección mis raíces
se aproximan al imperio de la lluvia.
Una mano dice adiós a la distancia.

La titánica lucha del viento
acomete mi cuerpo desnudo,
sopla con furia en mis últimas hojas
desordenando mis resistencias.

En su amor desmesuradamente hostil,
en sus besos terribles que muerden,
detuvo mi vida sus pasos para siempre.

Ahora llegó de repente en la noche
su voz malherida a buscarme.
En la aurora hay una mano que me llama.
Soy un árbol detenido en el invierno.

Rito otoñal

Una mañana de otoño me encierra
en su aliento, su densa humedad
donde tiritan de frío las hojas.

Siento caer a la tierra láminas muertas,
delgados tributos que entrega el follaje
para seguir existiendo.

Al pie de los árboles pego mi oido,
y escucho, escucho el tic-tac de la muerte,
su paso de danza ritual
extendida en el gran escenario silvestre.

Cuántas veces rodé en la hojarasca,
cubrí de amarillas insignias mi cuerpo,
besé enloquecido los mustios despojos
en un deseo salvaje por destruirme.

En un deseo de paz vegetal, de raíces,
desnudo de besos debajo del cielo,
cuando a la tierra acudí en holocausto
y el otoño no quiso llevarme.

Esta mañana de nuevo regreso,
acudo otra vez a mi patria en ofrenda,
y las hojas me miran sin entenderme.

Es que tal vez soy la muerte que pasa,
es que tal vez voy danzando en el bosque
y a mi paso la tierra recobra sus hijas.
Es que tal vez soy el gran victimario.

Ay, yo no sé lo que soy en la niebla,
yo no sé dónde están mis raíces,
yo no sé qué camino tomar
para cumplir con mi ciclo y dormirme.

Por eso esta fría mañana de otoño
que encierra mi vida en su gris envoltura,
he querido escribir estas líneas,
he querido buscarme por dentro.

GOTEO (selección, 2012)

Tan solamente

Tan solamente volver a verla
después de decenios de extravío,
y tocar otra vez sus labios
con mis labios de sed compulsiva,
y llevarla al tálamo nupcial
como a un fruto largamente ansiado,
o una flor de salvaje perfume
trastornando mi razón humana.

Oh, volver a descender con ella
al supremo acto de la redención,
en un clima de abejas estivales
libando en el cáliz mórbido
de una rosa de néctar secreto,

oh, volver a deshojar sus pétalos
hasta desnudar su cuerpo lácteo,
y penetrar en el antro sagrado
de una doncella por fin mía,
eternamente mía, así, desnuda.

Y si ahora un esfuerzo enorme,
y si ahora un esfuerzo supremo
de mi voluntad enamorada,
te trajera aquí, mujer excelsa,
trozo de mí perdido en el tiempo.

Pero lejos estás en las edades,
lejos en las vegetaciones,
y en vano mi sed de náufrago
estira hacia ti sus secos labios.

Entrecruce

Entrecruce de todos los tiempos
en el desamparo temporal
de una hora vacía de substancia,
ay, vacía de agente y memoria.

Aquí tu sitio de tinieblas,
aquí, en la absoluta ceguera
de uno que buscándose sin fin
entre cartas y fotografías,
mudo de voces ininteligibles.

Quién, hermano mayor, quién, viajero
por todas las generaciones
de una familia sin raíces,
sin huellas por la nomeclatura,

quién, quién tu presencia de niebla
entre las estatuas malheridas,
quién el otro que tú mismo dormido
bajo el velo de la retina
de todos los tuyos huyéndote,

y dónde la substancia primordial
de esta hora vacía de tiempo,
vacía de huellas y raíces,
en el entrecruce insubstancial
de todos los tiempos destruídos.

Mediatarde

Penetrante atmósfera de climas
hiperboreales acaecida
en la mediatarde detenida
frente a mis órganos sensoriales,

uno de tus detonantes líricos
clavado en mi sensor de niebla,
precisamente cuando Mercurio
en el ángulo de la Diáspora,
y sus heraldos atmosféricos
pasando a cuchillo los restos
de la luz solar agonizante.

Ahora, en este mismo momento,
hundirme en sus coordenadas
con todo lo mío aún vigente,
fallecer de saetas árticas,
o de lentísimas estalagmitas,
o sacudir el nervio sensorial,
y poner en marcha la mediatarde
atascada en mi abúlica mismidad.