por Omar López

Hace cincuenta años, un cuatro de septiembre de 1970, el sol amaneció desde el mar. Insólito, porque la noche también se hizo día. Y el pueblo chileno cantó, bailó y celebró un triunfo histórico, ejemplar y emotivo hasta las raíces de sus esperanzas y anhelos. Los jóvenes de ese tiempo llenos de energía transformadora y siembra de futuro también gozamos de una alegría portentosa y sana, convencidos de solidaridad con los postergados y pasión de fundadores de un proceso inédito en el mundo.

En el marco de las primeras cuarentas medidas del gobierno popular se contemplaba el medio litro de leche para cada niño; la nacionalización del cobre; la profundización de la reforma agraria y el fortalecimiento de las organizaciones comunales, sindicales, estudiantiles, profesionales; etc. Así comenzó una época de grandes transformaciones sociales y en el aire se olía una primavera distinta: No se mataba ni se perseguía a nadie por sus ideas; no había censura ni miedo entre la gente común y corriente. Y la “vía chilena al socialismo” se había conseguido con un lápiz y un papel.

Años inolvidables por cierto. Intentamos construirnos como “hombre nuevo” a cada instante y la entrega, la generosidad de tiempo y de sangre limpia era incontenible en todas las juventudes políticas de izquierda. Fue una buena escuela aprender a leer la otra humanidad con otros ojos y crecer en los trabajos voluntarios de verano o de los fines de semana para combatir el sabotaje y las trampas de las fuerzas reaccionarias. El animal herido busco asilo en los dueños del norte americano y este comenzó de inmediato a enviar sus dólares y agentes para destruir un triunfo legítimo y soberano. Se trabajó muy duro, pero también se cometieron errores y oportunismos de toda índole. Hubo unidad de acción pero también sectarismo y mano blanda con los centros de poder económico. Hubo incluso ingenuidad y cierto candor para tallar la historia frente a fuerzas amparadas en una institucionalidad clasista y soberbia.

Caímos en esa trampa y lo pagamos caro. Y lo seguiremos pagando por generaciones porque la herencia tras diecisiete años de dictadura, es un pueblo azotado por las implacables leyes del mercado transnacional; por la introducción sistemática y voraz de la drogadicción y el automatismo ciego de la ignorancia política de la gente; en el sometimiento al lenguaje del dinero plástico que envuelve, idiotiza y disuelve las libertades y derechos fundamentales de todo ser humano. Lamentable que el actual paisaje nos presente una existencia precaria y opaca de virtudes amables. Pero, debemos porfiar en la constancia de los sueños y en el poder de la unidad popular, la unidad de renacimiento y aprendizaje a partir de la memoria y el sacrificio de nuestros mártires.

El 25 de octubre podría ser otro 04 de septiembre y una nueva Constitución con Asamblea Constituyente será otro nuevo sol que salga desde el mar, pero esta vez sabremos sostenerlo.