por Omar López

La lluvia nocturna escribe cartas. Sobre la techumbre de una pérgola o el río vertical de una canaleta escribe sus palabras de agua. Con tinta de antigüedad y eco de caverna, la lluvia nos escribe un mensaje al corazón de la nostalgia. No sabemos qué persigue, qué nos quiere decir en su lenguaje líquido, en un estilo distinto al idioma humano. Humano a veces tan soberbio y atropellador de nubes, tan prepotente en su siempre insatisfecha maquinaria. Esta lluvia maneja su pluma con destreza de espadachín, lo que nos está relatando no es un cuento de amor o de fantasmas. Si consigue ella que abramos los ojos de una vez por todas, es muy posible que retomemos con una infancia nueva la palabra CONFIANZA o la palabra SOLIDARIDAD o tal vez, aquella tan actual en su fría cortesía, DISTANCIA.

Sabemos desde la comodidad de una casa con estufa, bien abrigados, que la lluvia escribe también con otra tinta la precariedad de otros techos, otros muros, otros patios donde su paso en un cuchillo abierto, su humedad una amenaza. Ahí no hay espacio para el romanticismo ni para una intimidad de afectos, ni para una tranquilidad de sueño, ni para un amanecer sin trampas. Pero en este caso, la lluvia es inocente. No tiene memoria ni futuro, simplemente es, llega, pasea, dialoga con la piedra, escucha brindis y escucha llantos, camina por las calles con lengua de vidrio, sin apuro. Como si toda esta zona fuera una página en blanco, la lluvia escribe cartas.

Es bueno de repente leer en un libro de aguas.