La escritora M. Isabel Mordojovich envía una carta a propósito de la situación de pandemia y sus efectos sobre la población más pobre.

por María Isabel Mordojovich

Gente del barrio alto: familia, conocidos, amigos,

¿No ven el sufrimiento indecible en el que está sumido el país? ¿No saben de los cientos o miles de ollas comunes a lo largo de Chile de la gente que se está muriendo de hambre? ¿Somos nosotros los responsables?

¿No logran darse cuenta de que nuestro medio representa a una pequeña minoría, muy pequeña y muy privilegiada? Minoría que, de tanto vivir entre los mismos, creía que el país era un oasis. Minoría que no tiene la más remota idea de las dificultades, cada día mayores, de un gran porcentaje de los chilenos, dificultades que dieron origen a la enorme explosión social del 18-O, y que se agudizan a un punto indescriptible con la pandemia. Minoría convencida de tener el derecho y la capacidad de decidir por todos. Minoría que -salvo excepciones (siempre las hay)- en vez de utilizar su saber, su ciencia, su nivel de formación y cultura para el bien de toda la sociedad, como debería ser, de manera responsable, aplicada y honesta, utiliza sus capacidades en su propio interés. Minoría que sacrifica la educación, la salud y la justicia social de las clases modestas en aras de la supuesta sacrosanta libertad neoliberal y que luego califica a la gente del pueblo como ignorante, poco civilizada, o de brutos, de lumpen. Minoría que se considera de una clase superior, por no decir de una raza superior, que se siente europea (sic), que desprecia a los inmigrantes pobres, peruanos, bolivianos, haitianos, colombianos, venezolanos, que desprecia y criminaliza a sus pueblos originarios, con un negacionismo histórico vergonzoso, y que oprime sistemáticamente a todos los que luchan por sus derechos, con una violencia comparable o peor a la del reciente asesinato de George Floyd en Estados Unidos, asesinato que ha levantado una ola de indignación generalizada contra todas las formas de racismo en el mundo entero. Minoría acomodada y protegida por una constitución impuesta por la dictadura criminal, que autoriza el saqueo de todas las riquezas del país, incluso del agua, en beneficio de unas pocas empresas privadas, saqueo de una violencia extrema para los habitantes de las zonas rurales afectadas por la sequía, a quienes se les niega el derecho fundamental del acceso al agua.

¿Cómo es posible tanta ceguera?

Es hora de abrir los ojos, de tomar conciencia del sufrimiento indecible en el que está sumido el país y de hacer lo imposible por reparar el daño, eligiendo opciones inspiradas por la justicia social y la fraternidad. Es hora de asumir nuestro deber de humanidad.

Pero quizás la hora ya pasó, quizás nada podrá detener la enorme segunda ola de la explosión social.