por David Espinoza Medina

Una tarde, regresando del taller de carpintería, vi afirmado de la muralla un cabro con algo más de dieciocho y le pregunté:

– ¿Que estai haciendo aquí?

– Llegué por choreo.

– ¿Y aonde te vai a quear?

– No sé todavía, los de la celda que está al lado del baño me ofrecieron quedarme con ellos.

– No hagái ni tal, esos gueones son los Macana, te van hacer mujer matiné, vermú, noche y función especial como a las tres de la mañana, má encima son tre, mejor ándate conmigo, yo vivo solo, tengo cama y aquí trompeo. Allá la vai a pasar terrible, esos giles son malo-
Aceptó irse conmigo. La cosa es que llegamos a la celda y él se puso a estirar la colchoneta, le pregunté qué estaba haciendo.

-Mi cama- contestó.

-Tai gueon, vó tení que dormir conmigo.

– Tai loco- dijo.

Entonce saqué el estoque y le hablé bajito.

-Será mejor que te acostí conmigo.
Le puse el estoque en la garganta, se empelotó y lo obligué a lo perrito. Terminé con años de pajas. Después se largó a llorar, ahí lo consolé un rato, calenté agua y le lavé el hilillo de sangre. Así fue durante un tiempo hasta que me dijo que no le pusiera más el estoque en la garganta, que no había necesidad.
Comenzamos a formar vida de pareja. Él quedaba en la celda haciendo aseo, lavando ropa y esperándome. Al llegar por la tarde nos íbamos de beso, decía que me echaba de menos y que se estaba enamorando. Le compré ropa de mujer; calzones, minifalda y blusa apretada. Se veía lindo, colorín, crespo, ojos azules y lampiño como manzana. Cuando lo visitaba su familia, se vestía de hombre, pero llegando a la celda se disfrazaba de July.
Un día llegué y encontré que los platos no estaban limpios, le pregunté que le pasaba, me dijo que no quería ir al baño a lavar, uno de los hermanos Macana me hueviaba con silbidos y le pedía que le chupara la corneta. Lo llevé a la celda de los giles:

– ¿Quién te molestó?

-Fue ese- apuntando al más chico.
El estoque se lo metí hasta el mango. Los otros quedaron cagados de miedo. Me eché veinte años más.
En la celda yo le decía July, y a él le gustaba. Incluso más de alguna vez me pidió posiciones.
Pasado dos años llamaron por parlante.

– El interno Julio Montesino, presentarse a la oficina del Alcaide.

– Te van a dar la libertad, pero no te vai a ir, mandate una cagá y te quedai.
Cuando llegó de la oficina me dijo;

-Mario, la otra semana me dan la libertad pero, no te preocuí, yo voy a venir a
verte y hacimo vida en el Camaro. Desde afuera es más fácil ayudarte.
Me convenció, nos quedamos un rato mirándonos y nos besamos largo. Esa semana le dimos duro. Cuando se fue lloramos y prometió visitas.
Nunca más volvió, lo extrañé hasta el dolor, pasé muchas noches sin dormir.
Al año mojé a un paco pá que investigara. Averiguó que estaba en el Sur, se había casado y su mujer esperaba un hijo. Me olvidé.
Una tarde, regresando del taller de carpintería, vi afirmado de la muralla a un cabro con algo más de dieciocho y le pregunté:

-¿Qué estai haciendo aquí?