por Omar López, poeta y gato

El 23 de abril de 2010, en la ciudad española de Elche, en la provincia de Alicante, Joan Manuel Serrat lanza un nuevo álbum con poemas musicalizados casi todos por él, de Miguel Hernández titulado “Hijo de la luz y de la sombra”. Dada la estatura creativa de estos dos artistas, el resultado de esta obra solo nos confirma una vez más el poder de la belleza en un sentido plenamente humano, profundo en sus verdades y concreto en sus denuncias.

Hoy, lunes sin número de un mayo pálido de tristezas y temores compartidos, presentamos un poema de hondo dramatismo e inesperada vigencia, escrito en los últimos meses de la guerra civil española y que, con ese talento de tierra herida y pasión clarividente que Miguel Hernández estampaba en cada uno de sus versos, nos demuestra que la poesía es un pan imprescindible en tiempos de guerra o de pandemia.

El hambre

Miguel Hernández (España, 1910-1942)
Tened presente el hambre: recordad su pasado
turbio de capataces que pagaban en plomo.
Aquel jornal al precio de la sangre cobrado,
con yugos en el alma, con golpes en el lomo.

El hambre es el primero de los conocimientos:
tener hambre es la cosa primera que se aprende.
Y la ferocidad de nuestros sentimientos,
allá donde el estómago se origina, se enciende.

El hambre…
Tened presente el hambre.

Por hambre vuelve el hombre sobre los laberintos
donde la vida habita siniestramente sola.
Reaparece la fiera, recobra sus instintos,
sus patas erizadas, sus rencores, su cola.

Arroja los estudios y la sabiduría,
y se quita la máscara, la piel de la cultura,
los ojos de la ciencia, la corteza tardía
de los conocimientos que descubre y procura.

Entonces solo sabe del mal, del exterminio.
Inventa gases, lanza motivos destructores,
regresa a la pezuña, retrocede al dominio
del colmillo, y avanza sobre los comedores.

Se ejercita en la bestia, y empuña la cuchara
dispuesto a que ninguno se le acerque a la mesa.
Entonces solo veo sobre el mundo una piara
de tigres, y en mis ojos la visión duele y pesa.

Ayudadme a ser hombre: no me dejéis ser fiera
hambrienta, encarnizada, sitiada eternamente.
Yo, animal familiar, con esta sangre obrera
os doy la humanidad que mi canción presiente.

Nosotros no podemos ser ellos, los de enfrente,
los que entienden la vida por un botín sangriento:
como los tiburones, voracidad y diente,
panteras deseosas de un mundo siempre hambriento.