Naín Nómez

“Nunca hubiera creído que la muerte se llevara tantos”, T. S. Eliot

por Naín Nómez
Escritor y académico

Cuando despertó la pandemia todavía seguía ahí
y recordó el cuento de Monterroso
con algo de ironía con algo de pavor
Durante los días anteriores tuvo varias pesadillas
pero ninguna comparada con ésta
Como toda persona letrada
rememoró La peste de Camus El año de la peste de Dafoe
y En las montañas de la locura de Lovecraft
en la versión cinematográfica de Carpenter
o los films directamente virales como Contagio de Soderbergh
o Pandemia nuestra antesala al infierno
aunque por alguna razón
le resonaba con mucha fuerza
El hundimiento del Titanic de Hans Magnus Enzensberger
esa metáfora de la modernidad ostentosa
un barco monstruoso
petrificado en el fondo de los mares

A su juicio la proliferación del virus
expandiéndose por el mundillo de la especie humana
dejando su marca afiebrada en tarjetas monedas mejillas
administrando la vida y la muerte en los hospitales
fuera de la biovigilancia y el control
era solo un aviso de lo que vendría
cuando la utopía de la comunidad inmune
fantaseada por el nuevo sujeto del tecno patriarcado
se convirtiera en el reality show más espectacular de las últimas décadas
un desfile de fantasmas con mascarilla
sin manos sin labios sin lengua sin rostro casi sin piel
los nuevos intocables de una secta invisible
que dejan mensajes en aparatos que nadie escucha
sin cuerpo apenas una prótesis cibernética
apenas una máscara entre otras máscaras
un tapabocas que te obliga a callar
con diferentes diseños para mantener la desigualdad social
más allá de las imágenes cinematográficas
del zorro el jinete enmascarado o el enmascarado de plata
del dúo dinámico batman y robin
fuera del imperio fuera de la performance teatral
apenas un código una casilla en la nube una sombra
no se reúnen con nadie no tienen carne
su domicilio es amazon facebook Instagram
una partícula de ser humano consumiéndose a sí mismo
en la soledad de un estado de excepción permanente
de cuerpos abducidos atemorizados encapsulados
¿Para siempre?

Cuando despertó pensando en el monstruo
pero también imaginando otro lugar otra ciudad
otro planeta donde fuéramos todos inmunes
sin cuerpos abyectos y extraños ni fronteras ni muros
se dio cuenta y por el resto de sus días
que el pensamiento no le servía para despertar
fuera de su casa del miedo (al) ajeno
para salir del encierro de su dormitorio
de la segunda dermis con sus guantes esterilizados
el temor a hacernos virales
si tocamos la puerta la basura la bolsa del pan
la saliva que sale de los labios amados
sonidos partículas vivas ventosas que se adhieren
a nuestros pulmones el temor
flotando de una garganta a otra sobrepasando
las barreras migratorias la vigilancia
digital y el flujo del capital
¿O es solo la metáfora de otro texto mayor?
¿A quiénes dejaremos morir?
¿A los más pobres?
¿A los viejos con sus enfermedades primarias?
¿A las mujeres golpeadas maltratadas asesinadas?
¿A los aborígenes exiliados de todas las tierras?
¿A los inmigrantes hacinados en barrios de la periferia?
¿A los marginales escondidos en sus carpas de cartón?
¿A los nuevos zombies sin rumbo vagando por las calles solitarias
de las ciudades del mundo?

Despertó y se dio cuenta del espectáculo
de la dramaturgia de la muerte
los caídos ya no pueden ser felices o infelices
ni siquiera tienen ataúd o ceremonia del adiós
se quedan casi sin despedirse en medio de la calle
en medio de las cloacas de los mercados semivacíos
ateridos de frío o sudando por la canícula implacable
bajo el hervor creciente de un sol moribundo
multitudes de cuerpos frotándose unos con otros
de carnes podridas y verduras disecadas
exiliados de pueblos y casas sin hogar ni alimento
espectadores sin ojos de su propia doble agonía
probablemente sorprendidos
por esta oscuridad por este desencuentro
no querido ni anhelado
por este pétalo negro de locura
ya inscrito en los libros sagrados
como un recuerdo de los dioses olvidados
o un tic nervioso de la ciencia
la mesurada y correcta tabla de salvación
de la tragedia planetaria

Despertó y se dijo -en eso estamos ahora-
confinados controlados segmentados vigilados
en fin “normalizados” en la micro república de una habitación
en el umbral del afuera y el adentro
en la prisión blanda del metro y medio de distancia
en los tentáculos acomodaticios pero encubiertos del telecontrol
custodiados desde el ciberespacio
para que sigamos siendo los consumidores dóciles
que soñaron fuéramos
tele alimentados todos

Estamos en la batalla de Chile la batalla de Santiago
la batalla del Universo “estamos en una guerra señores”
y hay que ganarla aunque perdamos
varios millones de “clientes” desbancados del mapa global
invisibilizados en la televisión y los celulares
donde los muertos como antes los desaparecidos
no tienen consistencia
para el espectáculo aséptico de todos los días
somos un número una cantidad una ficha escamoteada
de la vista de parientes y amigos
a perpetuidad
aunque él piensa
no hay ninguna batalla que ganar o perder

el virus es un dinosaurio una pesadilla un sueño
una verdad que siempre estuvo allí
y no tiene la culpa
de nuestra insoportable levedad de existir
de nuestra pretenciosa manera de mirarnos
sin vernos la cara
y de encerrarnos en la pesadez del miedo
para vigilar prohibir castigar
lucha donde Tanatos desplazó a Eros
hasta nuevo aviso

Así es como la tierra se convirtió en una gran cárcel
algunos nos encerramos en los rincones de casas o pernoctamos
en otros lugares donde murallas y techos reducen nuestra mirada
anclados a un presente interminable
mientras una multitud de seres extraños sale de las alcantarillas
y vaga por las calles sin rumbo como mutantes exiliados
de las redes las pantallas los medios de comunicación
como residuos en tránsito virus del virus
también eliminados del porvenir
que no está disponible que no les pertenece

¿Qué nos espera?
¿Cuándo será la próxima pandemia?
¿un planeta sin agua ni alimentos el baldío irreversible?
¿la radiación la guerra? ¿el frío y el calor recargado?
¿el fin de todas las predicciones
el autoexterminio total?

¿Mutaremos?

Mientras tanto
el día venidero se nos escapa y desaparece
en nuestra sociedad sin orificios
en medio de nuestra disposición al aburrimiento
(midiendo los pasos rumiando el desempleo
acallando los gritos destemplados temiendo el sonido del timbre)
Yo tú nosotros ellas en la jaula invisible monstruos todos
saliendo de la pesadilla convertidos ahora en lo espeluznante
“apretando nuestros ojos sin párpados esperando que llamen a la puerta”
las ovejas negras abandonadas en la cuneta
de la autopista de la globalización
el tumor que se expande el tejido podrido
que se filtra de la tierra una y otra vez
invadiendo los campos y las ciudades
para desandar
el camino de la especie