por Omar López, poeta y gato

Cuando se habla de grandes personajes femeninos en la historia nacional o a nivel mundial, no resulta difícil rescatar nombres; abundan en todas las disciplinas y en toda época del desarrollo humano. Sea el área científica, social, artística o filosófica, la mujer ha sido, es y será un universo en constante aporte y crecimiento para defender la vida y cultivar el instinto de una sobrevivencia urgente en medio de la incertidumbre o el caos.

Sin embargo, poco o nada se habla de la mujer anónima, sufrida, humillada, utilizada o sometida a los dictados de la miseria y el machismo aún enraizado en todos los niveles. Siendo la mujer, en su natural condición de una belleza indescifrable y un misterio latente en cada gesto de su genuina estirpe, nosotros, hombres atravesados por el miedo o las inseguridades de un rol mecánico y gratuito, hemos desperdiciado, la mayoría de las veces, el simple ejercicio de ser felices. Nuestra ceguera nos hace perder el tiempo y la brújula y entender los derechos plenos, profundos y merecidos que ellas digna y resueltamente buscan y defienden, exige no solo nuestro respeto y nuestra admiración, también un incondicional apoyo a sus luchas, sus voces, su dignidad y libertad sobre todas y cada una de sus obras y de su cuerpo.

He recogido y me consta, el testimonio de muchas mujeres que dan ejemplo de perseverancia y valentía. Mujeres que al momento de crecer y amar fueron traicionadas por falsos discursos de seducción o promesas en el desierto y que, sin embargo, en medio de la decepción y el quiebre de sus relaciones se convirtieron en madre y padre de sus pequeños hijos. Conozco la historia real, ferozmente dramática, de mujeres que en su infancia sufrieron abusos, violencia física y verbal, padres alcohólicos, hambre y frío sin respuestas o necesidades elementales que nunca fueron satisfechas en la etapa de una niñez pobre, carente de ternura y asombro frente a la vida. Podrían haber seguido repitiendo ese oscuro modelo en sus años venideros. Podrían haber caído en la evasión simple de la prostitución o el vino o continuarían prisioneras de un destino inquebrantable, entre la miseria o el suicidio.

Pero estas mujeres, dijeron basta. Y no querían tocar el cielo: se construyeron uno propio. Y a partir del estudio en escuelas, muchas veces tan precarias en herramientas pedagógicas como suelen serlo, comenzaron a crecer en el rigor laboral, en los estudios superiores paralelos, caros, agotadores en metas y tiempo. Se han convertido en profesionales, activas, responsables, creativas, desafiantes y con una perseverancia infatigable, han realizado cursos nocturnos, jornadas intensas que se traducen en un habitual perfeccionamiento. Esto, junto a su papel en el quehacer doméstico, siempre impecable en manejo y rutina; siempre inesperado en enfermedades de los niños o algún familiar cercano. Ahí están ellas, sin mayor estridencia o vitrina; sin ningún aparataje emocional que doblegue su talento de ser humana entregada a un proyecto, a un horizonte que tiene su sangre y su camino, que posee su fuerza y su argumento. La mujer sola o en compañía; desnuda en su amanecer o refugiada en su futuro hecho a mano y siempre abierto, no sabe de medias tintas o postergar sus sueños:

Está en la pelea cotidiana, con la decisión de su coraje y la estatura de su empeño y para nosotros hombres niños todavía, son un ejemplo.