por Omar López, poeta y gato

El país de la poesía es un territorio transparente. Sus embajadores pueden estar en cualquier esquina, vagabundeando en los parques de la luna o fundidos en el centro de la tierra. En el país de la poesía no existen sepulturas ni crematorios para sus poetas muertos. Ellos casi siempre se disuelven en el futuro del futuro, con el candor de una eterna niñez y la semilla del olvido cultivada en el recuerdo. En estos últimos meses han partido reconocidos escritores y poetas chilenos. Hace poco, Luis Sepúlveda, ya ciudadano del mundo y humano comprometido con su pueblo. A comienzo de año, Armando Uribe poeta, diplomático y agudo dialogante frente a miopes de ética y pensamientos. Pero también existen, los “no famosos”, los marginales y jóvenes promesas que ya en los años oscuros, eran admirados en nuestro medio.

Me estoy acordando de Bárbara Délano, hermosa y ágil en su danza de letras que es una más entre muchas víctimas de un desastre aéreo cuando viajaba desde México a encontrarse con su padre, Poli. Me estoy acordando del rotundo Rodrigo Lira, que decide renunciar a la existencia, desangrándose en una tina de baño. Y otro azar injusto, Armando Rubio, altivo, potente en voz y sangre heredada de su padre, cayendo a un vacío que todavía no termina a sus 25 años. También, con tristeza recuerdo al poeta sureño Aristóteles España, compañero de ruta y encuentros memorables anti dictadura que fallece convaleciente luego de sufrir un asalto junto a su compañera, en un cerro de Valparaíso. También el recuerdo me abraza con la imagen de Mauricio Barrientos, poeta bohemio y fulminado por una pulmonía luego de quedarse dormido empapado de lluvia sureña, helada como su sombra. Otro compañero es Bernardo Chandía, flaco, impetuoso y activo integrante de talleres literario, que enfrenta problemas gástricos de larga y penosa agonía en el Hospital de la Universidad de Chile (ex José Joaquín Aguirre) y ahora aparece Pedro Araucario poeta integrante del mítico grupo literario “Contramuro”, barrio Estación Central. Su nombre real era otro. Pero los tiempos aquellos de roedores soplones, ameritaba un nombre con alcance simbólico. Araucario, era de mucha acción y urgencias culturales, pero el cáncer lo ató a otro destino.

Es bueno recordar, en tiempos como los actuales lo efímero y frágil de nuestra condición terrestre porque a todos y cada uno de los personajes mencionados a partir de Bárbara, los conocí, estuve con ellos en recitales, reuniones y otros eventos y todos tenían como denominador común la pasión por el lenguaje de la poesía. Todos alcanzaron a publicar uno o dos libros y hoy, esos libros deben vagar por esos rumbos asombrosos del azar o están durmiendo en un cajón de la bodega. Dejo para el final de esta evocación de una comunidad disueltos en el futuro del futuro, a mi gran amigo y hermano de letras y trabajo, Manuel Paredes Parod que se fue un 30 de julio de 2019, dejando la emoción intacta de nuestros logros alcanzados y la unidad plena de una amistad que sigue en otro tiempo. Él, repartido entre sus galaxias dibujadas y nosotros, los de siempre, excavando los momentos.