Diego Muñoz Valenzuela, escritor, presidente de Letras de Chile

por Diego Muñoz Valenzuela
Escritor, Presidente de Letras de Chile

Esa es la pregunta. La disquisición podría también formularse como tener o no tener. El neoliberalismo y la globalización se han impuesto en buena parte del mundo, sino completo, aprovechando las debilidades y el fracaso de otras formas. Esto en Chile se hizo patente desde el inicio de la década del 80, cuando en plena y feroz dictadura se pavimentó el camino para un severo y escolástico experimento impulsado por los seguidores de la escuela de Chicago.

En Chile hemos comprobado que el neoliberalismo, con su promesa de que el crecimiento de la economía resolverá todos los problemas de la sociedad, miente. La desigualdad ha crecido a niveles abismantes en todos los órdenes. El colapso ecológico generado por el modelo extractivista se manifiesta de manera evidente. No hemos creado ciencia y tecnología propias, lo que nos permitiría participar con éxito en la sociedad del conocimiento y agregar valor en las exportaciones.

Además, desde 1980 se han deteriorado de forma sistemática, junto con disminuir la fuerza y rol del estado, bienes públicos tan relevantes como la salud y la educación. Justamente ahora se siente con mayor intensidad cualquier debilidad de la salud pública, en pleno ascenso de la pandemia y sus mortíferos efectos. No somos todos iguales ante el Coronavirus. Quienes cuentan con más recursos: habitan lugares amplios y aislados, utilizan sistemas médicos privados muy bien dotados, disponen de toda clase de recursos ante cualquier emergencia, no están obligados a arriesgarse a salir a trabajar.

Otros en cambio, entre ellos los afortunados que conservan sus fuentes de trabajo formales, deben asumir altos riesgos para concurrir en transporte público a sus puestos. Otros deben aceptar disminuciones significativas en sus rentas para conservar el preciado empleo mediante un acuerdo con sus empleadores, o utilizando el mecanismo que permite el uso del seguro de cesantía manteniendo el pago de las leyes sociales, que también genera baja de salarios. Los trabajadores de la economía informal, entre ellos millares de inmigrantes, han perdido sus ingresos en su abrumadora mayoría, aún más grave en su caso pues carecen de cualquier protección social.

Todo esto se produce cuando convergen los efectos de dos crisis sumadas: aquella que reventó el 18 de octubre de 2019 debido a la desigualdad socioeconómica, el abuso sistemático y el abandono de los más pobres, y luego la generada por la pandemia y sus efectos devastadores. Dos crisis acopladas, cuando una sola bastaba para sacudirnos como país hasta los cimientos.

Sumidos en este ominoso paréntesis que impide las manifestaciones, en condiciones de un estricto manejo de los medios de comunicación que impide un diálogo abierto y franco, y en el cuidadoso y dosificado manejo de la información clave para infundir una sensación triunfalista, solo podemos emplear nuestro tiempo para informarnos por vías alternativas y reflexionar sobre lo que nos sucede. También para comunicarnos, generar mecanismos de solidaridad y organizarnos para los momentos en que la crisis sanitaria sea -eso esperamos todos- definitivamente superada.

En buena parte del mundo ocurre lo mismo: gobiernos ciegos y sordos al sufrimiento de sus pueblos. Donald Trump es un ejemplo tan notorio como lamentable, además de influyente en los destinos del planeta. Miente de forma descarada, desorienta, busca culpables, Por ejemplo, en enero de este año acusó a los demócratas de crear la farsa de la pandemia para dañar su presidencia. Por cierto, ha ido modificando su discurso para acomodarse a las circunstancias de la realidad, pero sigue con sus falacias. Miente, miente, que algo queda. El comportamiento mortal del Coronavirus en Estados Unidos se expresa en cifras atroces, y castiga -como era previsible- a los más vulnerables: afroamericanos, inmigrantes latinoamericanos, los pobres del poderoso país. No hay dónde atenderse, los centros de salud están colapsados, no hay mascarillas para la población, los ventiladores mecánicos escasean, aunque definen la diferencia entre la vida y la muerte.

Acá en Chile, lamento decirlo, creo que se replicará un fenómeno similar, más allá de las promesas y discursos triunfalistas. Todo ello, como expresé antes, acentuado y agravado por la crisis socioeconómica previa.

Los analistas y los filósofos realizan toda clase de intentos por clarificar cuál será el destino de la humanidad post pandemia. Es interesante informarse acerca de todos ellos; los hay optimistas en exceso, de diversos tonos, hasta francamente apocalípticos. Slavok Zizek, un delirante seductor desde mi posición, anuncia la llegada de un neocomunismo tras la crisis terminal del capitalismo (cuyas capacidades adaptativas no es conveniente menospreciar). Byung-Chul Han, en cambio, propone un escenario más continuista del sistema neoliberal, con modificaciones totalitarias que nos acercan a las peores pesadillas de 1984, la inquietante novela de Orwell. De este modo la ciencia ficción de corte sociológico ha invadido el escenario con sus predicciones, ya no establecidas desde la creatividad de los escritores, sino que por filósofos, economistas y políticos.

Ciertamente la situación actual favorece el progreso del individualismo extremo, en continuidad con el sistema neoliberal que se basa en el consumo, el triunfo personal y la alienación. La situación se amplifica cuando se impone el descontento generalizado, el instinto de supervivencia, y la desconfianza en todas las instituciones y en particular en los partidos políticos. ¿Cómo salir de la doble crisis en estas circunstancias?

A mí me parece evidente, necesario, imprescindible que se genere un espacio progresista y amplio de cooperación, generación de acuerdos y mecanismos de solidaridad con los más frágiles. Sin embargo, esta es solo una creencia, que quisiera la compartieran muchos, millones de compatriotas. Eso implica dialogar, organizarse, concordar, unirse, contradecir y aislar el individualismo que ha creado el neoliberalismo, y exacerbado debido al miedo causado por la peste.

Hay un amplio espacio de unidad que puede generarse a costa de decisión y esfuerzo genuino. Esta es nuestra esperanza. Las cuestiones esenciales fueron propuestas desde el 18 de octubre. No sé acaso una transformación sustantiva en el orden mundial ocurrirá post pandemia. Pero sí podemos intentarlo en Chile y dar el ejemplo. ¿Nos preocuparemos más por la salud de la población? ¿Por su educación, por el desarrollo de la ciencia y la tecnología, por el cuidado del medio ambiente? ¿Desarrollaremos un sistema -cualquiera que este sea- centrado en la solidaridad humana? ¿Impulsaremos la colaboración internacional? ¿Combatiremos unidos la desigualdad como a una plaga nefasta?

Ser o no ser, es la pregunta para Chile acaso deseamos construir una sociedad sobre nuevas bases. Eso requiere que seamos más conscientes, más fraternos, más reflexivos. Ser o no ser. Más unidos, más flexibles y más desafiantes para lograr un cambio trascendente.