Simplemente Editores, 247 páginas.

Por Antonio Rojas Gómez

Fernando Jerez sabe cómo contar una historia. Sabe que es preciso captar el interés del lector en las primeras páginas, que se debe entregar la información dosificada a medida que avanza el argumento, que los personajes se van construyendo en cuanto actúan, que no deben ser previsibles y tienen que sorprendernos con reacciones inesperadas para que los vayamos conociendo en su intimidad. Sabe, también, que las cosas no son siempre lo que parecen y pueden proporcionarnos sorpresas cautivantes. Y todo aquello conduce la lectura como el avance de un tren de alta velocidad, ligero, cómodo y grato, de esos que echamos de menos en Chile.

El personaje de esta novela es un escritor que, en la primera página, se dispone a suicidarse. “Le fastidiaba que pudiera ser recordado no por el mérito de sus novelas, sino que por haberse dado un tiro en la sien” (Pág. 7).

Pero no se mata, porque si así hubiera sido no llegaríamos a dar vuelta la página. Lo que interrumpe su trágica decisión es un llamado telefónico de su ex pareja, quien le solicita ayuda para encontrar a su padre anciano, que ha desaparecido. Y el escritor, que tenía un buen recuerdo del exsuegro y sentimientos hacia la exmujer, que aquí recién empiezan a insinuarse, decide complacerla.

El foco entonces se traslada hacia el desaparecido, que trabajó toda su vida de cajero en un banco, y una vez que jubiló, decidió convertirse en investigador de cafés. Vale decir, visitaba distintos cafés y prestaba oídos a las conversaciones de los clientes, que tramaban maldades, latrocinios, exacciones y se referían a esos delitos sin ninguna precaución; se trataba nada más que de charlas del café. Pero el veterano se las tomaba en serio e iba con el cuento a la policía, un oficial de Carabineros y otro de la PDI. Y ninguno de los dos le prestaba atención.

Pero un buen día desapareció, lo que algo tenía que significar. Y el escritor suspende su suicidio y la novela que escribía -acerca de un cura que no creía en Dios- para ir en su búsqueda. Días más tarde, el anciano aparece, desnudo y golpeado, en la Plaza Italia. No entrega prenda sobre sus captores, pero vuelve a las andadas, parando la oreja en uno u otro café. Y esto, que parece signo de locura o ingenuidad, no lo es tanto, porque como el oficial Ortiz le dice al escritor: “Bajo los pantalones o las faldas de un país, querido amigo, son millones los ciudadanos oscuros que operan en las sombras” (Pág. 219).

La historia se desenvuelve paso a paso, brindando novedades inesperadas, hasta la nueva desaparición del investigador. A estas alturas tenemos una clara visión del escritor y de su expareja, del antiguo cajero bancario, de los policías, y sobre todo del mundillo de los escritores, de sus expectativas, su trabajo, sus frustraciones, logros, envidias y grandezas.

Hay un desenlace, por supuesto, y vale la pena llegar a conocerlo. Pero para eso hay que leer el libro y esto es nada más que un comentario acerca de él. Lo que sí puedo decir es que sería de alto interés que el escritor protagonista continuara su proyecto de novela acerca del cura que no cree en Dios. ¡Vaya tema! Quedamos a la espera…

“Los investigadores no lloran en los cafés” es una muy buena novela, entretenida y profunda en sus análisis de la sociedad de hoy. Escrita con soltura y gracia, responde a la trayectoria de Fernando Jerez, uno de los novelistas más reconocidos de la literatura chilena actual.