por Omar López

Ayer cerca de las 21.30 h subí al segundo piso de la casa y me dirigí a otra habitación y en la penumbra de nuestro dormitorio, las cortinas aún sin cerrar, me ofrecieron un gratis espectáculo compuesto de tres elementos: fondo pálido de nubes en pijama blanco, siluetas múltiples de grandes árboles con sus oscuras ramas abriendo sus secretos y finalmente, un silencio explorador de presagios que invitan al silencio. Es un ventanal grande, por lo tanto, constituía un fresco del pintor otoño, como siempre, humilde y lento.

Bueno, de ahí nacen los versos de este poema. Quiero compartirlo con todos ustedes porque desde su título es la expresión de lo que creo, sucede con muchos de nosotros. Esa precariedad de esperanza o, mejor dicho, esa pequeña cuerda interna que suelta una nota de rápida inquietud y cultiva la duda, el temor, la ansiedad como si fuera un jardín de malezas o enredaderas en constante crecimiento. Pero es, de todas maneras, una sensación milimétrica, tan íntima como el latido de una gran mentira que llevamos dentro o aquel diálogo interior de permanente deletreo y cuestionamiento, de la bella e insaciable sed de ser en el momento, con toda la desnudez de sus caminos, con todos los atajos y ágiles contradicciones del pensamiento.

Esta escenografía, digamos individual y a la vez, masiva, que está abrazando a nuestro planeta con una fama de gánster americano, es imposible de cambiar o pedir la devolución de la entrada. Estamos todos en la misma y de ahí, con entusiasmo de gatito adolescente, es que debemos internarnos en el contenido de sus múltiples lecturas.

Luego, la dedicatoria a un gran amigo, músico de talento y con aportes certeros en la historia musical de nuestro país, cantautor notable, fotógrafo y dialogante con la importancia de un grifo o un cualquier “objeto extraterrestre” que desde sus pesquisas logra denunciar, es nada más y nada menos, que la expresión de un cariño bueno.

¡Salud Eduardo!

Foto del miedo

(A Eduardo Yáñez B., con el color de la amistad)

De Tierra de nadie, de Omar López

Vi manchas de árboles
en las nubes
con raíces enterradas en el cielo
Mientras la noche abría mis preguntas
y en la distancia
se quebraban los espejos.

Vi la sepultura del instante con el ojo
abierto de los ciegos
apretando la angustia de ser libre
sin saber por qué debía serlo.

Vi entonces la estatua de la muerte:
un ladrido joven me llamaba
para volver a ser el prisionero.