Omar López

por Omar López

Una fotografía es a veces una ventana que nos ofrece el retorno a otro tiempo y pareciera recobrar la fantasía de los años aquellos, con un segundo de emocionada mirada. Y mejor aun en tiempos de crisis, luego de transitar por la existencia cada uno en su propio rumbo y estar vivo todavía, para contarlo. Fue un domingo de octubre, (año 1982 o el 83) poco antes del mediodía que asistimos por gentil invitación de la dueña de casa, Matilde Urrutia, a un almuerzo de entretenido y ágil diálogo. La casa de Neruda ubicada en los faldeos del cerro San Cristóbal (barrio Bellavista) era un espacio donde el arte, la poesía, los detalles, el aire era de otro mundo. Incluso el hermoso jarrón con un borgoña sensacional, nos sedujo de inmediato para iniciar una ronda de brindis y admiración por sentir tan cerca la presencia del vate y la sencillez con sabor a encanto de Matilde, musa palpitante y chascona; amante audaz y silenciosa en su melodía de entrega y pasión.

La mayoría de los personajes de esta foto, habíamos creado un grupo literario que llamamos “Tralca” y participamos con nuestros poemas en varios encuentros y recitales que tenían la urgencia de apoyar toda manifestación cultural y política contra la dictadura. Éramos un grupo más en los cientos de organizaciones que venciendo los riesgos del soplonaje y la censura, escribimos en nuestro idioma y con nuestras limitaciones, palabras de amor a la humanidad y de resistencia a la muerte institucionalizada. El gran maestro de ceremonias para conocernos y juntarnos en marzo de 1981 fue el poeta y ensayista, Jaime Quezada quien, junto a su hermano de sueños y letras, Floridor Pérez, desarrollaron el Taller Literario SECH 81 con una enorme asistencia de estudiantes, trabajadores y, muchas veces, invitados del ambiente cultural que compartían experiencias o noticias del exilio de otros escritores. Una bella e inolvidable época de unidad y aprendizaje en el oficio de escribir que nosotros decidimos extender a través de “TRALCA”. Como se describe en toda exposición, de izquierda a derecha: Horacio Ahumada; Jaime Lizama; el esposo de Liliana que está a su lado; luego Omar López; Carlos Jerez, esposo de Carmen Berenguer que sonríe con frescura de primavera y luego Isabel Valenzuela, compañera de Lizama; después nuestra histórica anfitriona, Matilde; luego los poetas Gustavo Becerra y Hernán Ramírez, hoy flamante Director de un colegio santiaguino. Finalmente, una respetable vecina de la dueña de casa.

Nótese que, en la ventana del fondo, las rejas protectoras dibujan la P y la M y así en todas las ventanas de la casa, es decir, un símbolo exacto de la unidad de fuego y viento que una mujer y un hombre ejecutan en nombre del amor sin barreras y miedo. Esta foto tiene hambre de ser mirada y sacudirse del polvo del olvido porque, salvo la vecina y Matilde, el resto que yo sepa, sigue respirando sin pausa alguna en este mundo.

¡Salud entonces por la vida!