Por Hans Schuster
La literatura chilena y en especial la narrativa, cada cierto tiempo suele poner de manifiesto localidades que encienden la memoria, o bien hay autores como Rubén González Lefno, que sitúan sus relatos en espacios geográficos, dando así una mayor profundidad a lo narrado y, al mismo tiempo, integrando una identidad socioespacial característica de la zona, como lo es la zona maderera que forma parte del paisaje del sur de Chile, pero que va más allá, al mostrar los espacios culturales de la década de 1970, 1980, que construyen un sistema económico y con ello, deja constancia de comunidades, pueblos, personas o personajes, con el respeto y caracterización necesaria para conocer estos lugares de montaña, que por distancia y difícil acceso, ponen al lector ante un paisaje que o reconoce, o más adelante irá a conocer.
Siempre es significativo dar cuenta de la o las culturas que se generan en los territorios, y los relatos de Rubén González Lefno ponen de manifiesto las consecuencias o efectos de la incorporación del mercado y mundo maderero en la literatura, al menos de un período determinado de su historia, en la zona centro-sur, Valdivia, Neltume y alrededores –escenario en el que se desarrollan las historias. Al respecto, qué bien nos haría contar con relatos de salmoneras u otras líneas de producción, en donde las culturas convergen, generando nuevas situaciones humanas. Pero al dar cuenta de una época vivida intensamente en las tierras altas, la literatura genera un proceso de constitución de soberanía que forma parte de un antes, durante y después de la época del gobierno de Allende, en donde se fueron modificando los sistemas de producción, desde un patrón al anclaje del campesinado sumiso como en la zona central y sur del país, cuya forma de explotación continúan siendo los medieros, hacia otras formas de producción que corresponde a la unidad de familias diversificadas en los montes, o en los fundos que se orientan en base a economías domésticas asentadas en plataformas comunitarias e indígenas, y no está presente la sobre explotación sino el cuidado de los recursos naturales, cuestión que desaparecerá en gran parte de los territorios con la dictadura. Los cuentos incluidos en “El Diablo a Pata y otras historias” nos muestran situaciones previas a la depredación e irrupción de especies no nativas en el sur del país, la que generó la sobre explotación de empresas japonesas ante el bosque nativo, que ya nadie recuerda, como las concesiones a precio de huevo en relación a la selva valdiviana, sobre explotada en montañas de chips que por décadas estuvieron siendo arrasadas y hoy plantadas con pino y eucaliptos, dañinos en todo los sentidos para flora, fauna y uso de aguas, cual apocalipsis pendiente de ser recogida en su totalidad por la literatura chilena. Fue el fin de un mundo destruido por las empresas de celulosa que han lucrado tres veces, porque fue el propio estado quien les vendió las tierras a precios irrisorios al tiempo que los subsidiaba para la plantación de árboles, y esas mismas empresas que más tarde terminarían en otras colusiones como las del papel tisú y de paso ampararon las desapariciones y los crímenes de la dictadura en sus propias instalaciones, o bien nunca se hicieron responsables de las masacres medio ambientales, al contaminar con residuos hasta el día de hoy ríos y humedales, como la Compañía Manufacturera de Papeles y Cartones (CMPC) que es uno de los principales grupos forestales de Latinoamérica y el cuarto proveedor de celulosa a nivel mundial. Allí se encuentran las fuentes que invitan al surgimiento de nuevas novelas y cuentos derivados de la dictadura y los grupos Matte y Angelini, enriquecidos con la explotación forestal en sur de Chile, traducida en el saqueo y exterminio del bosque nativo mediante aplicación de químicos en pesticidas, herbicidas y fungicidas, como a su vez, el sostenido despojo al pueblo mapuche. Materias acerca de las cuales los escritores debieran tener algo que decir.
En relación a los diez relatos de la última entrega de Rubén González Lefno -la cual correspondería a su cuarto libro de cuentos, además de las tres novelas ya publicadas y las numerosas antologías en las cuales ha sido incluido como autor o en las que ha hecho la función de editor- comparto lo expuesto por María Isabel Martínez Bahamones en su comentario aparecido en Letras de Chile (20 de Enero 2020): “ Sin duda alguna, el libro de Rubén González Lefno enriquece la constitución de la identidad regional, al utilizar la amplitud de la narrativa para intentar combatir, por medio de las líneas de fuga y reterritorialización que se desplazan por nuestro gran rizoma social/espacial, una de las afecciones más terribles que aquejan a nuestra sociedad, y que por suerte ha entrado en crisis: el olvido y la pérdida de la memoria histórica y social, reconstituyendo así nuestras identidades regionales, territoriales e idiosincráticas”.
La sagacidad con que el narrador atrapa con el rabillo del ojo la estructura mental de los personajes, es algo que queda de manifiesto en una primera lectura de cada relato, de allí que sea tan preciso y premeditado el uso del lenguaje para abordar los escasos diálogos, las descripciones de los sucesos, el ambiente, las características físicas y psicológicas de los personajes, sean principales o secundarios. El tono que sobresale no es solo la condición vívida de lo narrado, sino la dignidad humana expuesta en lo dicho y en detalle preciso para caracterizar lo humano y el paisaje. Pequeños gestos y descripciones amplían el volumen de lo narrado, al punto que el lector puede reconocer algunos guiños a los clásicos narradores latinoamericanos, algo de Rulfo, Quiroga, Mallea, Cortázar, Baldomero Lillo, Coloane y Soriano, se cuelan entre los signos de puntuación, dándole a la lectura o a una segunda y tercera lectura de los relatos, una sazón de verosimilitud que acompaña fuertemente, a pesar de la brevedad de los textos y del buen uso de la temporalidad con que en distintos momentos se produce una amplitud de vida que llega exprofeso para contener mejor la anécdota del suceso narrado, característica que da cuenta del buen oficio con que su autor, Rubén González Lefno, aborda la acción de narrar aquello que de suyo tiene y contiene aspectos de lo real que ha sido naturalmente re-creado, pero al mismo tiempo deja entrever, entre líneas, la ficción desde donde la atmósfera de la narración se construye para ser contada.
Tanto el primero como el último relato contienen resabios de realismo mágico (al modo de realidad modificada-exagerada) y del realismo espantoso trocado (porque los personajes no tienen el poder- como en el caso del realismo espantoso- y esa ausencia de poder les permite ser narrados). De modo que en otras capas de lo dicho hay una brisa tibia en sutiles acercamientos que recuerdan a García Márquez y Roa Bastos.
Narraciones anteriores del autor, cuyos cuentos en: La Montaña Rebelde (2013), Neltume El Vuelo Quebrado (2002) y El último crepúsculo (1994), venían dejando marcas de lecturas acuciosas, solo que ahora en esta entrega de 10 relatos, se ve claramente un estilo propio y depurado. Si bien las temáticas son diferentes, pero por construcción y estructura, no pude dejar de recordar a Edesio Alvarado, cuya atmósfera de Calbuco está presente en varios de sus relatos.
Por otra parte, debo mencionar que si bien mi espíritu naturalista echa de menos una denominación más exacta en torno a la flora y la fauna de los territorios, debo reconocer que hay una lograda mirada paisajista que recorre descriptivamente los contornos de la selva, quebradas, lagos, ríos y serranías. Aportando con ello al desarrollo de una literatura de contexto, en donde los textos dan cuenta de los diversos niveles culturales presentes en el entorno precordillerano.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…