por Rodrigo Barra Villalón

El sol había caído. Se acercaba la noche cuando navegaba por Internet y me topé una noticia sobre el affaire Trump-Rusia: el presidente del país más poderoso del planeta presionaba al fiscal para que cerrara las pesquisas. De pronto, una amiga —con sus mejores intenciones, no lo dudo— me envió por WhatsApp esto:

Acuéstate esta noche un poco menos ignorante. Si no sabes el origen y significado de la palabra NOCHE, aquí está la explicación. En muchos idiomas europeos «noche» está compuesta por la letra “N” seguida del nombre del 8 en cada país. La letra N es el símbolo matemático del infinito y el número 8 (acostado) también lo simboliza: por lo que significa «unión de infinitos (N+8)». He aquí algunos ejemplos: en portugués se dice «noite» (N + oito); en inglés, «night» (N + eight); en alemán, «nacht» (N + acht); en italiano, “notte» (N + otto); y en francés, «nuit» (N + huit). Interesante ¿no? ¡Gratitud a quien transmite conocimientos! Y te aconseja por lo menos 8 horas de sueño…

—No digo que seas ignorante —agregó, inquieta, mi amiga

—. Porque la primera línea es despectiva, pero piénsalo.

—¿De dónde lo sacaste? —pregunté.

—Internet. Todo el mundo lo está comentando. ¡Cuidado!

Vives como un ermitaño y no te conectas… ¡Actualízate!

Dejé el teléfono a un lado.

Desde hace tiempo me intriga cómo estamos funcionando respecto de nuestra credibilidad y conocimiento. ¿Seremos de verdad ignorantes? Tú, yo, la sociedad que hemos estructurado y en la que nos movemos. El mensaje de mi amiga me pareció un punto de partida infinitesimal, pero atrayente y me puse a investigar. Uno puede estar seguro de lo que sabe, pero no de lo que ignora. Y en más de medio siglo de vida, jamás había escuchado decir algo como eso.

Lo primero que hice fue irme a un libro de matemáticas antiguo. Sí, de esos que pesan y tienen olor a tinta. Allí encontré que «N» en matemática representa el conjunto de los naturales, que, sí, son infinitos. Pero de que se use para notar que algo es infinito, no decía nada. A menos que haya una función de por medio (f: N → X).

A continuación, revisé enciclopedias descubriendo que en las lenguas romances (español, francés, italiano, portugués, catalán, rumano, etcétera) la palabra noche viene de la raíz latina «noct» y la palabra ocho viene de «octo». Y en las lenguas germánicas (inglés, alemán, neerlandés) noche viene de «naht» y ocho de «ahto». Es decir, sus raíces más antiguas ni siquiera se parecen. Que se las relacione, es una simple «etimología popular». Que, en lingüística, es el método pseudocientífico de buscar las fuentes de las palabras en creencias y tradiciones habituales, utilizando las similitudes sonoras y relacionando así sus significados.

A principios del siglo XX, también la denominaron etimología espiritual o metafísica, debido a la intuición repentina que experimenta el estilista como nexo necesario y revelador entre un detalle lingüístico y lo que escribe, deduciendo en dicha experiencia la raíz psicológica de un texto.

La etimología popular existía ya en la Antigüedad. Isidoro, el arzobispo de Sevilla, trató de explicar el origen de la palabra catum (gato) por allá en el 600 d.C., diciendo:

…hunc vulgus catum a captura vocat, alii dicunt quod captat, id est, videt. (El vulgo lo llama gato [catum] por «captura», otros dicen que «capta» los ratones, esto es, ve).

También se aplica a las palabras creadas por analogía y que las personas asimilan en forma imperfecta, como eruptar en lugar de eructar, por la salida de lava y gases en una erupción volcánica o resguarecer que es una distorsión de guarecer y suena a resguardar. Otra forma es asociar una palabra a un significado análogo: El término «miniatura» deriva del italiano y significa pequeña pintura hecha con «minio» (un pigmento). La palabra original era miniatulus, diminutivo de miniatus y significa «hecho con minio». Hoy en día, el vocablo miniatura se ha generalizado y designa cualquier objeto de dimensiones reducidas.

Cuando ya estaba por cerrar los libros, encontré otro dato sorprendente: la procedencia etimológica que se da en el latín para la palabra «noche» tiene sus orígenes en el Indoeuropeo, la lengua que se hablaba en toda Europa antes de los griegos. Eso explica por qué los términos se parecen en los idiomas romances y en los nórdicos o anglosajones…

Dejé de lado todo eso. Era más actual interesarse por lo del presidente de Estados Unidos. En la noticia sobre el affaire Trump-Rusia, se decía que la avalancha de revelaciones oficiales y extraoficiales aportaban evidencias bastante consistentes de que hubo interferencia externa para perjudicar a Hillary Clinton usando Facebook, ciberataques a Internet y correos electrónicos.

¿Quién querría difundir noticias falsas y para qué, si la idea de la mayoría de los mortales es acostarse cada noche un poco menos ignorante? Pensé y me arropé en la cama.

Miré el reloj, la noche había comenzado hacía rato. De alguna parte escondida en mi cerebro, que se conectó con vaya a saber qué nube, me llegó un conocimiento: la hora octava marcaba el final de las labores en los monasterios. Desde ese momento, comenzaba la noche y los monjes se dedicaban a la oración.

Antes de dormir, pasó por mi mente que la única manera de que tú, yo, la sociedad que estructuramos y en la que nos movemos logre salvar esto, es que todos cooperemos para que la noche no comience.

Tomé mi celular del velador.

Por fin respondí el mensaje a mi amiga:

—¡Cuidado! —le escribí por WhatsApp—. ¿Y si la Internet es quien nos miente?