por Felipe Tapia

Luego de años de batucadas, saludos a la bandera y lenguaje inclusivo, el descontento en Chile explotó como George McFly harto de los abusos de Biff. Un estallido que algunos pensaron que se desinflaría con los días, pero acá estamos, a punto de cumplir una semana. Ni amenazas de guerra, ni toques de queda, ni manipulación mediática, ni el chantaje emocional con los perjudicados o los negocios chicos, ni las soluciones parche que preservan el modelo, han logrado frenar a una bola de nieve que solo parece crecer. Pocos se atreven a imaginar un desenlace para esta epopeya, pues estamos ante un escenario que si bien algunos imaginaron más de una vez, nadie estaba preparado para este el día en que algunos estudiantes decidieron evadir el metro en respuesta a las alzas.

Dentro de las premoniciones más barajadas están la renuncia de Piñera, con Chadwick como yapa. Otros piensan que al igual que el 2011, el movimiento irá menguando, pero tendremos como premio consuelo algunas medidas que ya se están ejecutando, como la rebaja a 40 horas o el proyecto para bajarse el sueldo de los parlamentarios, verdaderos placebos que no hacen sino confirmar la desconexión de la clase dirigente con las necesidades de la ciudadanía y los motivos de la rabia acumulada. Si el movimiento persiste y el pueblo es capaz de soportar un mes sin supermercados y sistema de transporte, no sería descabellado considerar que una Asamblea Constituyente deje de ser un eslogan de campaña cada cuatro años. Pero ninguno de nosotros puede predecir el futuro. Lo que sí podemos hacer es anticiparnos a cada uno de los posibles escenarios que muchos de nosotros inevitablemente imaginamos, preocupados por el destino de un país que surca sin timonel por aguas tempestuosas.

Si Piñera permaneciese, lo más seguro es que tendrá que responder ante organismos internacionales por su negligente proceder antes y durante el movimiento. Y si la gente tiene algo de memoria, no habrá campaña comunicacional que posicione a la derecha como una opción cuerda dentro de dos años. Tampoco para el periodo subsiguiente. Al menos, eso es lo que me gustaría pensar. Pero uno nunca sabe.

La Asamblea Constituyente es para algunos una fórmula mágica, para otros un primer paso para refundar un país vendido hasta hace poco al mejor –o peor– postor. Sin embargo, debemos recordar que la ciudadanía no se destaca precisamente por su participación ciudadana. Si estamos en esta situación es en gran parte porque la misma juventud desencantada que sale a gritar a las calles y se opuso con uñas y dientes a las alzas del pasaje, no quiso levantarse a votar por ninguna de las opciones amparándose en el eslogan de que “todos son lo mismo”, en lugar de informarse de que algunas coaliciones habían barajado la opción de una AC. Pero terminó ganando el candidato que, desde un principio, dijo que no la implementaría. ¿No tendría más sentido exigirle la Asamblea a quien la prometió, en lugar de demandarla a un candidato que salió elegido democráticamente y que nunca se mostró a favor de llevarla a cabo?

Por eso no hay que romantizar ni sacralizar a los jóvenes. Ser joven es una condición, no una virtud. La generación que sentenció “No confíen en nadie de más de treinta años” debe ir como por los setenta ahora. Aunque tengan el coraje para desafiar a sus predecesores y cuestionar sus dogmas, también pueden ser lo suficiente irresponsables como para dejarle el destino del país al escaso porcentaje que terminó decidiendo en las urnas al actual mandatario.

Tampoco olvidemos los cabildos ciudadanos del 2016, en los que participaron alrededor de 3.000 personas, bastante pocas en relación al total. Por lo que, de implementarse una Asamblea Constituyente, pensar que muchos se restarían porque creerían que se trata de otro tongo más, no es solo un oscuro arranque de pesimismo.

Por eso no creo que se deba exigir la renuncia a Piñera. Es una salida demasiado fácil. Exime de toda responsabilidad electoral a los ciudadanos ¿Para qué voy a informarme sobre las opciones presidenciables futuras? ¿Para qué votar, si luego puedo sacar al ganador si es que no me gustó? El gobierno de Piñera no ha sido del todo inconsecuente con sus planteamientos iniciales, por lo que nadie debería sorprenderse de que ninguna de sus acciones haya tenido como fin cambiar el modelo o favorecer a la clase explotada. Él, simple y tristemente, fue el resultado de la desidia y apatía de una masa que puede ser muy efusiva y organizada más para reaccionar que para actuar. Y es justo lo que se necesita en el futuro. Acciones antes que reacciones. No precipitarnos a un escenario como en el que estamos.

Como dije antes, no sirve de mucho especular respecto si las protestas seguirán una semana o un mes. O si las autoridades darán un paso al costado. Lo que sí podemos – y debemos – hacer es prepararnos para los posibles escenarios considerando siempre la participación ciudadana como un derecho y un deber que nos corresponde a todos, no solo a algunos. Que el futuro no nos pille pajareando. Un mal dirigente está allí porque alguien lo puso. Los próximos representantes, el nuevo modelo económico, las nuevas leyes y la posible justicia; ya sean implementadas de forma paulatina o como resultado de una revolución, ya sea porque tuvimos que esperar a la próxima elección o porque el gobierno actual cuelgue los guantes, serán responsabilidad de todos nosotros. Que la capacidad organizativa se manifieste no solo cuando haya rabia e impotencia. Somos capaces, sin duda.