Agujeros Negros que Destellan

por Juan Mihovilovich

Autora: Ela Urriola
Cuentos. 50 págs. Edit. Tecnológica
Panamá, 2017

“Un agujero negro u hoyo negro es una región finita del espacio en cuyo interior existe una concentración de masa lo suficientemente elevada para generar un campo gravitatorio tal que ninguna partícula material, ni siquiera la luz, puede escapar de ella”. (definición)

Todo se ve lejano, áspero, desértico. El entorno es un sitio baldío donde vegeta la muerte de la esperanza. En los recovecos del alma moribunda puede sentirse la agitación póstuma de algún deseo oculto, la necesidad de ser otra, de haber tenido otro destino. Pero no es posible. La sequía lo ha cubierto todo y la desolación es una marca indeleble que avanza inmisericorde a cobrar sus víctimas. El hombre que llenó los espacios se ha ido. Los niños son una carga demasiado pesada para sostener la sed de vida. Pudiera, entonces, renacer, reencarnarse y tener la gracia interior que todo lo reconvierte, que brota de ese espíritu indomable que llena las formas y le dan contenido.

Luego, la vejación es parte de un ciclo y, por ende, su reiteración obedece a leyes preconcebidas. Será ahora ultrajada y el fruto prohibido otra condena encubierta por el disfraz de los rituales eclesiásticos. ¿A dónde ir? ¿A qué manos recurrir? Revestirse de sanadora pareciera tener sentido. Se mimetiza en la blancura hospitalaria para curar los males del alma insertos en la carne. La corrupción de la materia es aterradora y compasiva. Coloca sus dedos en las heridas ocultas y las sana. Pero sus milagros no alcanzan. Opta por adelantar el desenlace de un ser que simplemente espera. El veneno inoculado es apenas otro adelanto y naturalmente corre por las venas. Ahora quiere salir de allí. Salta. O cree que lo hace, para asumir su condición de hembra seductora. Su nuevo pasado está cruzado de violaciones maternas, de maltrato y tortura. Pero ella es hoy bella y voluptuosa. En mundo de machos su futuro está asegurado. Y lo sabe. La desean y se deja desear. Se viste de hembra incitante. Está cabalgando sobre la miseria del poder y trepa hacia las alturas de ese imperio miserable, igual que la enredadera de su infancia.

Pero hay más, y su personalidad siempre se disgrega. Vuelve a caer. En su nueva historia es una simple camarera cuya fisonomía sigue siendo atractiva para el mundo de los hombres. De ahí que las urgencias la toman de sorpresa. Cree enamorarse y sucumbe. Están los hijos y el maltrato enfermizo. Las amenazas y nuevas relaciones que no le impiden superar el miedo. Es otra vez la descarriada a los pies del crucificado. Le queda el suicidio como la única respuesta filosófica de una existencia carente de sentido. Ya ha muerto tantas veces que ser una imagen llena de pixeles al menos dará de comer a la mundanal frivolidad.

¿Y los resquicios? ¿Habrá un lugar para el amor limpio? Pudo ser. Sin embargo, el estigma era demasiado poderoso. Su conversión a joya de utilería era un paso. La belleza no deja nunca de seducir. Se casa, y cual drama shakespeariano, juega con la sexualidad del hijo y del padre. Como toda mentira humana es pasajera termina asfixiada entre las manos del engaño. Y aunque finalmente surge una suerte de pasión postrera que pronto comienza a declinar, ella, la heroína de siete personalidades simultáneas, es atrapada por aquella otra, la sumergida, la iconoclasta, que espera en la complicidad nocturna ser descubierta. Y ocurre. Su rival ha sido y es la literatura. Y comienza entonces otro relato…una suerte de novela…quizás…

Si algo caracteriza la prosa impecable de Ela Urriola es esa enorme conciencia de ser parte de una feminidad múltiple y única a la vez, de poder mimetizarse en cada personaje como si fuera otra y aparecer con ropajes diferentes tras una premisa invariable: la condición esencial de ser mujer.

Estamos en presencia de una narradora de primer nivel, que maneja los tiempos y el espacio de un modo elíptico, no solo con natural perfección y elegancia, sino que además ajusta sus ficciones de manera notable, emparentadas con algunas reminiscencias “rulfianas”, pero con un sello tan distintivo y personal que permiten una lectura siempre exploratoria, en permanente reflexión psicológica, logrando un ascendente goce estético. Por lo mismo, no es posible situar a unos cuentos sobre otros en términos de calidad del momento en que todos ellos son parte de una propuesta literaria sólida, coherente y claramente auspiciosa.

Hay que agradecer a Ela Urriola que estos “agujeros negros” constituyan una suerte de mensaje invertido, el resplandor anticipado de un vasto universo narrativo, y no es casual que, desde ya, nos resulten sorprendentes.

Juan Mihovilovich