por Bartolomé Leal
El jueves 25 de julio de este año tuve la oportunidad de conversar aquí en Santiago con el escritor keniano Ngugi wa Thiongo, nacido en 1938 en el pueblo de Limuru y desde hace medio siglo el autor más importante que ha producido ese país. Candidato recurrente al Nobel de Literatura, además. Pues a Ngugi lo conocí en Nairobi hace 40 años.
Entre 1978 y 1980 residí en la capital de Kenia, donde me había asentado para trabajar en un organismo internacional. Yo tenía algo más de 30 años y me interesaba la literatura, para leer sobre todo. No se me pasaba aún por la cabeza escribir. Pero ya era un lector furioso, el virus que hace al escritor.
Llegando pregunté por la literatura local y me dieron varios nombres de la época colonial, entre quienes estaban Isak Dinesen (Karen Blixen), Elspeth Huxley y Joy Adamson (además naturalista y pintora). Mujeres todas que cantaban con innegable encanto las bellezas de ese territorio, amén de los avatares de la ocupación de las tierras africanas obra del imperio británico. Sin embargo, como me señaló un colega de la etnia kikuyu (una de las principales de Kenia), el autor más importante en este momento se llamaba Ngugi wa Thiongo. Contaba entonces Ngugi con poco más de 40 años y había producido una obra amplia (novelas, cuentos, ensayos, piezas teatrales), que retrataba los avatares de la lucha de Kenia por su independencia del yugo británico; y como si fuera poco, se había constituido en un dolor de cabeza para el gobierno. Estaba siendo perseguido, difamado y encarcelado, acusado de cualquier cosa, desde borracho a antipatriota y comunista.
Como yo seguía un curso de swahili básico en la universidad (idioma oficial en Kenia junto con el inglés), escuché hablar y mucho de Ngugi. En tanto director del departamento de literatura había entrado en conflicto con la jerarquía por su tenaz lucha en favor de las lenguas tradicionales, sus denuncias por la falta de democracia en el país (cultor del modelo del partido único), las falencias de la libertad de prensa, el trato injusto al segmento más pobre de la sociedad keniana, sobre todo campesinos y trabajadores. A esa altura Ngugi mostraba ya una obra extensa, sobre todo estos títulos: las novelas “Pétalos de sangre” (1977), “Un grano de trigo” (1967) y “No llores, pequeño” (1964), así como sus cuentos reunidos en “Secret Lives” (1975), y el ensayo “Homecoming: Essays on African and Caribbean Literature, Culture, and Politics” (1972). Nada de lo anterior había sido aun traducido al español.
Tuve la oportunidad de participar en marchas y movilizaciones estudiantiles en favor de la libertad de Ngugi y la reposición de su status académico. Incluso tuve la suerte de compartir una cerveza con el escritor y profesores de la facultad. Recuerdo que el brindis fue en el United Kenya Club, un hostal, restaurante, biblioteca y pub, reputado por haber sido el primero multirracial de Kenia, en una época en que los blancos se reservaban ciertos derechos, llamémoslos dermatológicos, que habían importado desde la pérfida Albión.
Fotografía: Francisco Bascuñan
Sus batallas solitarias de aquel tiempo fueron puestas en un libro que tituló “Detained: A Writer’s Prison Diary”, publicado en 1981, un conmovedor y a la vez exhaustivo recuento de su vida como prisionero político. Después vinieron otras obras, entre ellas la fábula “La Revolución Vertical”, la razón que lo trajo a Chile. Este libro es un relato que habla sobre igualdad, justicia y cooperación: los seres humanos nos complementamos, ninguna persona es mejor que otra. La competencia entre brazos y piernas plantea metafóricamente la necesidad de ayudarnos unos a otros. De alguna manera, nuestras diferencias son también nuestras fortalezas. Ngugi wa Thiongo tiene el talento de tratar temas complejos con simpleza, en la mejor tradición africana, con el fin de que su mensaje llegue a todos: niños, jóvenes y adultos. El libro cuya edición chilena, a cargo de la editorial Planeta Sostenible saldrá dentro de un par de meses, ha sido traducida por el especialista español Víctor Sabaté, con ilustraciones de la artista chilena Geraldine Gillmore.
Volviendo a la conversación que tuve con Ngugi, al rememorar esos momentos me di cuenta de la influencia que este autor tuvo en mi propia literatura. Desde ya mis primeros intentos por escribir narrativa tuvieron como escenario Kenia, y más específicamente el medio urbano. Como lector aperrado del género policial/noir, no se me ocurrió nada mejor que traspasar mi interés por las nuevas ciudades que se estaban levantando en los países africanos, donde deben coincidir pueblos que a menudo muestran diferencias culturales y lingüísticas enormes, lo que dificulta la tarea de formar la nacionalidad. Sentí que debía escribir sobre esta problemática, donde el crimen y la violencia no estaban exentos. Al mismo tiempo que se abría un maravilloso y sorprendente espacio para la creación novelesca.
Precisamente aquel es un tema que Ngugi también trata profusamente en su obra, tal como otro autor keniano que también me interesó mucho, llamado Meja Mwangi, en especial en su notable novela “Going Down River Road” (1976), una narración de corte social intimista, plagada de humor. Creo que de esta doble inspiración nació pues mi primera novela negra, “Linchamiento de negro”, publicada en 1994. Una obra dos veces “negra”, como me gusta decir: africana y criminal. Y con un detective privado mulato, Tim Tutts, kikuyu/galés, que debe lidiar con kikuyus, luos, abaluyias, akambas, masais y gallas, entre otros y otras personas de esas etnias, durante la investigación detectivesca de un dudoso linchamiento callejero.
Y bien, me beneficié pues hace pocos días de la oportunidad que se me daba de estar tan cerca de Ngugi wa Thiongo, para poner en sus manos precisamente aquella mi primera novela. Le conté de qué trataba, se mostró admirado que un chileno hubiera escrito no una sino varias novelas sobre su país, Kenia. Como el maestro lee castellano, según lo demostró, se puso a leer algunos párrafos de “Linchamiento de negro”, hacer comentarios y echar sus tallas, prometiendo leerla completa a su vuelta a Estados Unidos, donde vive y trabaja como académico en la Universidad de California en Irvine. Iba a aprovechar de mejorar su conocimiento de nuestro idioma, dijo. ¡A sus 81 años!
Quedan pues las fotos de este encuentro para mí memorable. No mencionamos en la charla el Premio Nobel de Literatura, sobre el que Ngugi hace continuas bromas en sus entrevistas a la prensa, pero por cierto esperamos que lo gane, que se lo merece con creces, para bien de la literatura africana y de su país; y sobre todo para potenciar la lucha que está dando por la diversidad cultural y lingüística, amenazada por la uniformidad globalizada.
Fotografía: Francisco Bascuñan
Es asombroso descubrir cómo se articulan las ideas y pasiones en torno a la poesía habiendo tanta distancia geográfica -nunca…