Bartolomé Leal
1. Tu trayectoria literaria en 3 líneas
Soy un deleznable escritor de narrativa policial y negra. Mutante. Caníbal ocasional. Empecé publicando en 1993 con el alias siamés Mauro Yberra. Al 2019 he perpetrado una treintena de libros retorcidos y violentos, indecentes novelas, cuentos y crónicas.
2. ¿A quién le recomendarías leer esta antología?
A la gente interesada en hacer disección de la minificción en la literatura chilena, fantástica o no. A los habitantes de otros planetas. A los zombis. A los parásitos que nos pueblan por fuera y por dentro. Aunque no sé si habrá traductores/as competentes.
3. ¿Para qué sirve la literatura fantástica?
Para demostrar que la realidad es más de lo que muestran los sentidos, y que el lenguaje permite crear mundos paralelos. Para suplir la miseria ética y estética de la masa humana enajenada. Para perder el tiempo inventando, plagiando, hojeando…
4. ¿Cuál es tu última publicación (da igual el género) y dónde se encuentra?
Santiago Canalla (2019), compilación de 16 cuentos policiales y negros (geniales) de autores chilenos. Mi único libro exclusivo de microcuentos se titula El Arte de la Parábola (2014), donde la parábola bíblica es prostituida. Contactar a los editores.
5. ¿Seguirás escribiendo microcuentos fantásticos?
¿Por qué no? No me inhiben los desafíos. Tengo la mente bastante podrida como para excretar historias realmente espeluznantes. Tengo la peor opinión de la gente y las cosas que me rodean. Soy un irresponsable, un resentido y un psicópata potencialmente letal.
Carne de perro
Bartolomé Leal
“Mal negocio ser perro en Haití”, expresó el viejo escritor. “Por una parte los odiamos, los hacemos sujeto de proverbios denigrantes; por otra parte no tienen qué comer, los basurales los controlan cerdos y ratas, más aguerridos. Por último, no aguantan el calor. Son macilentos y chicos nuestros perros”, remató el anciano, pasándose un palillo de madera por los dientes para sacar un trozo de carne rebelde, atascado entre su canino izquierdo y el incisivo continuo. “Aunque no son malos del todo”, prosiguió. “Toda mi vida he comido pescado o lambi. Esa concha grande que usted conoce. Pero en algunas ocasiones he comido perro. ¿Y usted amigo?”, me preguntó, socarrón. “No he probado” respondí. “Vea allá la piel de Fignolé”, me mostró, “un escritor rival, un cabrón, lo detesto. Puse el mismo nombre a mi perro. Lo preparé bien, adobado por varios días para enternecer la carne, cocido con hierbas para quitar el olor a porquería y el feo color pardo. Lo hice por usted, para que supiera lo que es merendar perro”. Me escudriñó, esperando una reacción. “No sabía mal la carne de su perro”, repliqué, duro de pelar. “No era del perro, era del escritor”, retrucó el viejo.
El análisis no solo es preciso en cuanto a los elementos identificados, sino también bastante concreto al momento de expresar…