A propósito de la reciente presentación del doble libro de poemas «Cuervos y otros poemas encontrados en sueños / El jardín del Edén y otros poemas domésticos«, de nuestro socio, el poeta Víctor Lobos, por Editorial La Trastienda, entregamos aquí el comentario del poeta y académico Andrés Morales.

por Andrés Morales

cuervo

Adentrarse en la obra de Víctor Lobos es como adentrarse en un universo donde los sentidos, la historia, la estética, la palabra y la emoción se funden en un crisol temático (y muy inteligente) que se proyecta al lector con la fuerza de una lengua viva, fuerte y, al mismo tiempo, deslumbrada, en la ya muy difícil disciplina de la poesía lírica. Estas palabras, que parecen celebratorias -y lo son- establecen la propia condena del poeta, pues le exigen develar -desde el punto de vista del lector- un universo tras otro, una imagen tras otra, un tema que “cale” con el misterio que el buen arte, el único que vale, puede y debe tener.

Desde su libro El ojo y otros puntos de vista hasta su reciente Muthos, Lobos profundiza en sus temáticas y en sus obsesiones, pero también consigue un oficio literario envidiable. Sin encasillarse con un marco métrico o silábico o por retóricas “al uso” su poesía evoluciona, en este libro actual, hacia una espontaneidad en el decir poético que lo ligan a lo conversacional y a lo “doméstico” (en palabras del autor), pero que no deja de meditar sobre la realidad circundante y sobre la palabra misma, objeto constante en su visión de mundo.

Cuervos y otros poemas encontra-dos en sueños nos habla del poeta que se deja llevar por los devaneos oníricos pero que no se permite vencerse a sí mismo por la facilidad de la escritura automática. El universo de “la pequeña muerte” es para Víctor Lobos un espacio donde la poesía aparece como una manifestación de la certeza, del hallazgo de lo que muchas veces nos negamos a reconocer en su pureza: no una muerte, sino una vida paralela. Un poema como “Night Mare II”, por ejemplo, nos sumerge en un barranco de dolor y erotismo apareciendo como una existencia que bulle por salir hacia la superficie y que, valientemente, el autor nos describe y compromete:

“Aquí estás de nuevo
Yegua hechicera
Como un centauro al revés
A la luz de la luna:
Tus desnudas piernas blancas
De prima ballerina
Y tu pubis jugoso al aire
Coceando sobre la nieve”
(…)

Imágenes perturbadoras pero que pertenecen a un hablante que revela, profetiza y devela horizontes donde avanzan “los lobos (que) ya van a cercarte / Y darse un gusto con tu carne / Y tus jugos / Y tus ganas”. Amor y muerte, Eros y Thanatos… los polos sempiternos de la poesía lírica en este caso cruzados no sólo por el tiempo como una espada de Damocles, sino cruzados por el sueño que todo -o casi todo- lo permite.

Poemas como “Arbeit Macht Frei” (expresión terrible que estaba a las puertas de los campos de concentración y exterminio nazis) o los del ciclo “Cuervos” nos adentran no en el sueño hermoso del placer o del sexo, del amor o de la aventura, sino en la pesadilla siniestra que todos tememos vivir alguna noche cualquiera. El poeta se hace carne con el horror y la miseria, con voz irónica o con voz de duelo donde “el ojo tiene miedo” (una clara alusión a uno de sus libros anteriores) pero intenta coquetear con la muerte en un ejercicio que a veces resulta liberador y otras veces carcelario y autorreferente en su crueldad palpitante.

Hacia el final de esta parte del texto el autor anota: “los sueños me abandonan poco a poco. / Solo quedan fragmentos / Como los restos de un naufragio”. Este diario de viaje (con el clásico “motivo del viaje”) de la pasión y del horror va dejando paso al despertar que permite que “construya en medio de la nada / Tu catedral de cuento de hadas”: en una meridiana referencia buscada en conexión con la inutilidad del quehacer poético, pero, y, sobre todo, a la futilidad de una “vida real” donde las cosas no tienen el mismo y secreto sentido que en el sueño, pero que, hélas, son inevitables y también perturbadoras en el vacío de la esclavitud del cotidiano devenir.

Los poemas de la segunda parte (o primera, según se mire el objeto libro, tan especial aquí), El Jardín de las Delicias y otros poemas domésticos, constituyen el aterrizaje violento y mordaz de la confesión, de la memoria y de la consciencia del “estar despierto”. No sólo apelan a lo absurdo del existir (que habita el mundo del extraordinario pintor flamenco Hieronymus Bosch, citado en el título por su tan fantástica obra) sino que llaman a evidenciar cara a cara, a enfrentar al lector con la heterogeneidad y la asincronía dolorosa del día tras día. El mismo hablante reflexiona con humor y desconsuelo en su “Credo (o no credo)”

(…)
“La última vez debo haber sido algún viejo carcamán,
Obeso, gotoso y asquerosamente rico,
De otra manera no tienen explicación
Mis gustos caros, mi poco heroico sedentarismo
Y la molesta indignidad de mis trastornos digestivos”
(…)

Terrible mirada auto flagelante, sin misericordia, en tono antipoético que nos grita una realidad nauseabunda e inconformista donde campea la crítica personificada en el yo, pero que apela siempre a un nosotros. Esta táctica o, mejor, este recurso poético, permite la fácil identificación del lector, pero, sin asfixiarlo, entregándole una salida en esa proyección implícita del “otros” y del “nosotros” que puede hasta expurgarlo y defenderlo de su propio pensamiento.

jardin

Si en Cuervos y otros poemas encontrados en sueños la tónica era oscura en consonancia con la muerte (pero muerte deslumbrada), aquí, en el jardín de lo doméstico, el amor vibrará más alto en su temática y estilo. El amor que es real en sus mínimos y máximos, que nos rodea -y en ocasiones nos esquiva- pero que carece de la bella solemnidad del conjunto anterior. No es que el poeta renuncie a la belleza, por ningún motivo, sino que trata de llevarla a un plano más directo, más confrontacional y evidenciarla en su condición humana. El exquisito tono del poema “Tortura china” (donde el amor es una guerra, un combate, al estilo de los poemas renacentistas) o del texto “Pato en la piscina” o de aquel otro “Writer’s Block or Ganges Angst”, pura ironía, pura cacofonía existencial, prefiguran la descarnada e insólita hermosura del poema que da título a esta parte, y de ese final misterioso donde aparece la voz del silencio para “mirarnos / con otros ojos / en Acrotiri” (la eterna Grecia, como se evidencia en el poeta alemán Hölderlin, amada por Lobos en todas sus dimensiones), cerrando esta parte y abriendo un juego espejeante con la siguiente. La virtud de este libro -o de estos dos libros, según como se vea- es abrazar un poema al otro fácilmente. El fin de un texto presagia el comienzo del otro, todo en círculo que se retroalimenta felizmente y, hay que decirlo, eficazmente.

Hace unos años escribía a propósito de la poesía de Víctor Lobos: “He aquí una obra que respira en la certeza del oficio y en la profundidad de la buena literatura”. Hoy lo confirmo con mayor entusiasmo y con la seguridad que se trata de una de las voces más completas, más líricas y más aplomadas de toda la poesía chilena actual.

Santiago de Chile, septiembre de 2018.