Bartleby, el escribiente

Herman Melville

“Preferiría no hacerlo.
¿No lo hará?
Prefiero no hacerlo”.
Pág. 39

¿Qué hace que Bartleby, el escribiente sea uno de esos personajes entrañables que perdura en la memoria individual y colectiva así se haya escrito hace más de un siglo y medio? Se editó por vez primera el año 1856 y a pesar de que fuera recibida sin pena ni gloria, como suele suceder con las grandes obras destinadas a la inmortalidad, se fue abriendo un camino lento y progresivo hasta llegar a influenciar a connotados escritores como Kafka, Camus, Beckett, entre varios otros de renombre universal e inspirara incluso al español Vila Matas, quien escribiera “Bartleby y los otros” en evidente referencia a escritores que, no obstante sus grandes dotes personales, renunciaron a seguir en la literatura formal.

La trama, si es que existe, es básica, elemental: Bartleby llega a una Notaría y se ofrece como empleado evidenciando una apariencia desolada, aunque digna, que hace que el Notario lo contrate sin mayores dilaciones. En el Oficio existen otros tres empleados: dos copistas, Turkey (pavo), Nippers (pinzas) y Ginger Nut (Bizcocho de jengibre). Al comienzo el trabajo de Bartleby es eficiente, responsable. Es el primero en llegar y el último en retirarse. Se presenta como un individuo silencioso que, enclaustrado en un escritorio que da a una pared de ladrillos, trabaja incansable en los documentos que su jefe le va entregando a diario.

Sin embargo, de un momento a otro y ante las órdenes superiores, se limitará a responder: “Preferiría no hacerlo”, circunstancia que, inicialmente, el Notario cree haber interpretado como una excusa común, un deseo de no realizar por “ese momento” la tarea encomendada. Lo curioso, si cabe el término, es que Bartleby seguirá respondiendo en lo sucesivo de igual manera y el preferiría no hacerlo se convierte en una muletilla cansadora, asfixiante, desprovista de contenido y, paradójicamente, imbuida de una profundidad que el Notario es incapaz de descifrar, aunque siente una igualmente extraña solidaridad con quien le cambia la perspectiva de las cosas.

Los demás empleados –Turkey y Nippers- dan a conocer al jefe sus posiciones desde sus personales ópticas de ser y estar en la sociedad en que viven. Uno lo conmina a que debiera ser golpeado o castigado, el otro a que sea despedido, etc., pero el Notario se siente incapaz de tomar decisiones a su respecto. Intuye que tras la respuesta de Bartleby se escuda una necesidad metafísica insondable, una razón que escapa al sentido común y que se “siente” como un desafío natural a una estructura social y humana donde el personaje no cabe, no tiene espacio, no es capaz de conciliar su propia individualidad con el resto del mundo.

Los seres humanos para Bartleby carecen de sentido real y el mismo pareciera sustentar su propia y extraña existencia como anclada a una realidad que le es ajena. Así y todo es capaz de mantener una dignidad inusual, una actitud de indiferencia y lejanía ante los reproches sostenidos de su jefe y éste no puede dilucidar, en modo alguno, el misterio de Bartleby. Y es solo hasta que descubre que Bartleby vive en la propia oficina notarial cuando decide, con el dolor de su alma, despedirlo. Llega hasta cambiar de oficio notarial. Y Bartleby terminará abandonado en un edificio cualquiera y posteriormente será enclaustrado en una cárcel en que el Notario procurará proveerlo de comodidades básicas. Sin embargo, Bartleby decide morir de inanición.

Este resumen señero evidencia a un personaje que nos conmueve, que es capaz de transmitirnos una compasión que excede razonamientos lógicos, deducciones a priori, análisis conceptuales. La presencia de Bartleby es una suerte de llamado de atención, una invocación por más humanidad, un clamor soterrado por ser amado, más allá de las deficiencias mentales o de clara inadaptación social que él u otro cualquiera en análogas circunstancias, reclama en silenciosa espera.

“Preferiría no hacerlo” es una oración sugestiva, una cualidad que parte de una negación por la imposición, por la orden, por el establishment que consume los contenidos amparado en las formas, veladas o explícitas, de la dominación social, de la degradación de los ignorados respecto de los otros.

Bartleby se yergue hoy más que nunca en una especie de antihéroe ético y moral, de un individuo que “prefiere” otro mundo, otra manera de relacionarnos, así se pierda en su dolor, en su aislamiento perpetuo, así nos coloque entre la espada y la pared como invitándonos a reaccionar ante el dilema de no ver el sufrimiento ajeno como propio, incitándonos a revelar una sencilla ecuación: mientras un solo ser humano esté prisionero de los demás o de sí mismo, la humanidad no podrá ser libre.

Una pequeña obra monumental que es necesario releer cada cierto tiempo.

por Juan Mihovilovich