Por Jorge Carrasco

Bolaño rebaja el valor del Martín Fierro y descree del lugar central que Borges le adjudicó en el canon literario argentino. No entiende el entusiasmo (que le parece actuado) del autor de Ficciones por un libro cuyo protagonista es un desposeído, valiente y matón. Para Bolaño el Martín Fierro como poema “no es una maravilla”, pero como novela le parece valiosa (lo mismo opina Borges). Dice que es una “novela de la libertad y de la mugre, no de la educación y de los buenos modales; es una novela del valor y no de la inteligencia ni de la moral”. Yo descreo de estas afirmaciones: para mí el Martín Fierro no está despojado de inteligencia y es un libro con una gran carga moral (la segunda parte está cruzada de un moralismo casi didáctico). Bolaño no entiende quizás el contexto de producción del libro de Hernández y se atiene al análisis superficial de las escaramuzas de un gaucho pendenciero, perseguido y marginado.

El libro se inscribe en el conflicto campo-ciudad inaugurado por Sarmiento en su Facundo. La ficción histórica trasluce un enfrentamiento político social de ese tiempo (y también moral, por supuesto), y Hernández toma partido por el campo, por el gaucho como protagonista, en un tiempo en que el gaucho, el indio y el negro eran descalificados en el Facundo de Sarmiento.

El Martín Fierro fue escrito por hombres cultos de la ciudad, así que por qué extrañarse (como lo hace Bolaño) de que fueran escritores burgueses quienes pusieran este libro en el centro del canon literario argentino. Borges, en su conferencia sobre el Martín Fierro, afirma que Hidalgo, el fundador de la gauchesca, escribe como un gaucho para gente culta. Desde mi punto de vista, el Martín Fierro fue siempre un simulacro, una realidad imaginada a partir del motor ficcional de Hernández, de la misma manera que lo fue el Facundo de Sarmiento, fundamentado en una concepción evolutiva de la cultura y un racismo decimonónico con vía libre. Sarmiento y Hernández echaron sobre sus hombros la pesada carga de la verdad de su tiempo, de la misma manera que lo hizo Neruda en Chile en tiempos de la Guerra Fría. Detrás de toda verdad histórica hay una gran mentira.

Rosas y Quiroga no son como los describe Sarmiento; ni los amigos y enemigos de Neruda son como los describe Neruda. Así también, creo, Borges no es como lo describe Bolaño (un oasis en la literatura argentina, el equilibrio perdido tras su muerte, la inteligencia apolínea que deja lugar a la desesperación dionisíaca, un paréntesis en una literatura que él considera “de la pesada”). Esta medida del autor de Los detectives salvajes es exagerada, y proponerlo como el mejor escritor de Latinoamérica es una apuesta no menos polémica. Yo creo, por ejemplo, que Borges posee una cultura más universal que Neruda, y es un brillante prosista y ensayista, pero no es mejor poeta que Neruda, que a su vez cometió el error de ser narrador sin abandonar al poeta estático, inmodificable que preñaba de subjetividad todo en el malogrado intento narrativo del Habitante y su esperanza. Comparen sus primeros libros y verán la diferencia.

Pero no se enojen conmigo. Bolaño critica ácidamente la defensa que Piglia elabora de Roberto Arlt, de quien dice que es “una garantía de la destrucción de la literatura”. Para mí Parra, poeta a quien admira Bolaño, es una garantía de la derrota de la poesía, si se lleva al extremo. La antipoesía, sin humor, sin sarcasmo, sin la ácida crítica social carente de doctrina, se cae a pedazos. Bolaño exige equilibrio, mesura, pero su obra no tiene equilibrio ni mesura y quizás ese detalle, sumado a otros más sólidos, colaboró para convertirlo en la novedad literaria de este tiempo.

Le da una importancia exagerada a Soriano, “al soma Soriano”, representante excelso de la canalla sentimental (palabras de Borges) de izquierda, según sus palabras. Osvaldo Lamborghini, como narrador, marca su relevancia en el campo literario argentino como nexo entre generaciones. Kamenszain y Prieto confirman su influencia en el neobarroquismo y objetivismo de los ochenta (1). Bolaño afirma que escribe mal y que su prosa dura y cruel lo aterrorizan.

En Argentina, la figura imponente de Borges implantó una aceptación casi unánime de la estética y de la política que subyacía a tal estética. Bolaño confirma tal postura, pero a diferencia de David Viñas, ignora el aporte de Rodolfo Walsh como figura fárica, sin dejar de lado la separación binaria entre las dos tradiciones de la dicotomía madre Florida-Boedo. Para Viñas la mirada de la cultura hegemónica pretende desconflictuar la realidad, mostrando una sola visión homogénea de los hechos. Si trazamos una línea histórica de interpretación, Bolaño – en su texto Derivas de la pesada (2) – se adscribe a la visión hegemónica de la literatura rioplatense.

Muerto Borges, perdido el equilibrio, presa del descontrol dionisíaco, la literatura argentina (narrativa y no poética, aclaramos) se divide en tres caminos. Dos de esos caminos son claramente de izquierda y el tercer carril también está cargado de cierto progresismo. Esto quiere decir que Bolaño no se aparta del modelo dicotómico Florida- Boedo cuando afirma que estas tres tendencias posteriores a Borges son justamente una reacción contra el autor de Ficciones. Borges es, a fin de cuentas, Florida y las tres tendencias que siguieron a Borges son Boedo. Osvaldo Soriano, Roberto Arlt y Osvaldo Lamborghini: tres desviaciones peligrosas, estéticamente conservadoras, realistas, según el autor de 666.

¿Cuál es el lugar de Bolaño en esta disputa? Santifica a Borges y toma partido: el arte por el arte, el lenguaje de la estética, la autonomía de la literatura. Quiere una literatura de ideas, refinada, vanguardista, cosmopolita. No quiere una literatura de compromiso, didáctica, simple, superficial, atenta a los requerimientos del mercado editorial, desgajada de la tradición literaria. También lo hizo, contradictoriamente, Neruda en la disputa decimonónica de unitarios y federales del siglo XIX, cuando, indirectamente, se identificaba con los postulados unitarios de Sarmiento (con toda su carga liberal antiamericana) (3).

Bolaño admite que la reacción antiborgeana es narrativa, género que mayoritariamente cultivó el boedismo. Bolaño desdeña las ganancias por derechos de autor de Osvaldo Soriano (“un buen novelista menor”), es decir, le hace el mismo reproche que los integrantes del grupo de Florida les hacían a los boedistas en las primeras décadas del siglo XX.

Bolaño degrada la oposición antiborgeana que sucedió a la muerte del autor de El Aleph. Las tres direcciones parten de la izquierda. Ve a Soriano como una literatura menor legitimada por el consumo masivo de sus obras. Ve a Arlt como un invento de Piglia. Y ve a Lamborghini como un mensaje cerrado, presa de su propio nihilismo. ¿Cuál de las tres líneas triunfará? Se aterroriza de ver triunfante el reino del canallismo sentimental de la literatura comprometida, mechada de servilismo, de Soriano.

Bolaño dice que después de la muerte de Borges viene la decadencia de la literatura argentina. Al equilibrio del autor de Ficciones sucede una etapa gansteril, de la pesada (mundo o inframundo fuera de la ley), que “está influyendo en Argentina y en Latinoamérica”. En los tres ve la imposibilidad de formar una escuela, un nuevo camino para la literatura argentina. Su triunfo es momentáneo. No tienen proyección histórica. Para Bolaño la literatura argentina es Borges, de quien se siente una especie de discípulo díscolo. Hay que releerlo, recalca. ¿Un gesto conservador o revolucionario?

Bolaño – un revisionista crítico de la Modernidad – resignifica la vieja disputa con nuevos actores y ratifica la discrepancia de sus lugares de enunciación. No fue una mirada original. Es la visión clásica que parte de la división binaria de la tradición literaria argentina. Nos parece decir que en líneas generales optemos por Florida, por Sur, por la autonomía y no el compromiso, por la academia y no el mercado, por la elite y no el pueblo, por la alta cultura y no la cultura popular, por la metaliteratura y no el realismo, por Apolo en desmedro de Dionisos.

En una entrevista que concedió Bolaño al diario La Voz del Interior, de Córdoba, Argentina (4), el periodista le dice que su literatura tiene un tinte político; Bolaño contesta: “Siempre quise ser un escritor político, de izquierdas, claro está, pero los escritores de izquierda me parecían infames”. En su análisis de la literatura argentina contemporánea no hay un emisor situado a la izquierda, hay un intelectual que valora – estética, social y políticamente – toda la tradición liberal argentina.

BIBLIOGRAFÍA

(1) Prieto, Martín. « Neobarrocos, objetivistas, epifánicos y realistas: nuevos apuntes para la historia de la nueva poesía argentina », Cahiers de LI.RI.CO, 3 | 2007, 23-44. Enlace: https://journals.openedition.org/lirico/768.

(2) Bolaño, Roberto. “Derivas de la pesada”, Agencia Digital de Noticias, 24/10/2007. Enlace: http://adin-cultura.blogspot.com/2007/10/derivas-de-la-pesada.html.

(3) Neruda, Pablo. Yo acuso. Enlace: https://es.wikisource.org/wiki/Yo_acuso,_de_Pablo_Neruda.

(4) Orosz, Demian. Entrevista publicada 11 de julio 2013, diario La Voz del Interior, Argentina. Enlace: http://www.lavoz.com.ar/ciudad-equis/roberto-bolano-siempre-quise-ser-escritor-politico.