Gato negro
Nixon Candela

 

Pavor de los tejados; fantasma bohemio; frío y egoísta que con rasguños mantiene despierta a la oscuridad.
Su práctica lo induce a arrastrar a sus víctimas más allá del agujero por el cual las ve salir.
Lleva una hoz entre sus patas para saciar su hambre. Nunca ha soñado para sí un rebaño de ratas. Las acuna con el filo de sus garras –su zarpazo es relámpago certero—, les hinca el colmillo en tanto maúlla su supremacía.
Con su ritual de muerte lleva a cabo el espectáculo que su instinto ofrece a sus entrañas, y si en la altura lo sorprende lo imprevisto, le da vuelta en el aire a la fatalidad con su cola para caer sobre sus patas.
El gato elige para sí el vértice donde reine la penumbra. Por ello, cuando a medianoche sus cabezazos y su siniestra ternura hecha ronroneos nos toquen el sueño, mirémoslo a los ojos y no dejemos de cubrirnos con frío de su mirada escrutadora.
(Con-fabulación)

 

Pájaro de tinta
Jorge Cadavid

El pájaro es una idea que está cruzando el aire. Su vuelo es pensamiento, el viento lo sustenta. La naturaleza básica del pájaro es mental.
(El bosque desnudo. Diario oculto)

 

Ciempiés (Scolopendram morsitans)
Dulce María Loynaz

¿Qué hará el ciempiés
con tantos pies
y tan poco camino?
(Bestiarium)

 

Cómo llamar a un gato
T.S Eliot

El gato ha de tener, al menos, tres nombres.
El primero es el nombre que le damos a diario, como Pedro, Alonso, Augusto o Don Bigote; como Víctor o Jorge o el simpático Paco… Todos ellos son nombres bastante razonables. Los hay más bonitos y que suenan mejor a damas y caballeros, como Admetus, Electra, Démeter, o Platón, pero todos son nombres demasiado discretos.
Un gato ha de tener un nombre más especial, peculiar, más digno. ¿Cómo, si no, va a alzar su rabo vertical o atusar sus bigotes y mantenerse altivo? De nombres de este tipo les puedo dar un quórum como son: Mankostrop, Quoricopat o Qaxo, también Bamboliurina o, si no, Yellylorum… son nombres que jamás compartirán dos gatos.
A pesar de todo, nos queda un nombre más, y ése es el que nunca podremos adivinar, el nombre que jamás encontraremos, que sólo el gato lo sabe y no confesará. Si ves un gato en meditación, no te asombres: su mente está en contemplación de la Idea Una de su nombre. Su inefable, efable, efainefable, único, oscuro, inescrutable Nombre.
(El libro de los gatos sensatos de la vieja zarigüeya)

 

Obra del creador
Lord Byron

Dios hizo al gato para que el hombre pudiera acariciar al tigre.

 

Pantera
Leonardo da Vinci

Tiene la forma de una leona, pero es más alta de patas y más delgada y larga. Todos los animales se deleitan en mirarla. Estarían de buena gana a su alrededor, si no fuera por lo terrible de su aspecto. Ella, que lo sabe, esconde la cara, deja que los animales la rodeen, creyendo poder gozar seguros de tanta belleza, se arroja entonces sobre el que está más cerca y lo devora.
(Aforismos)

 

La araña
Luis Vidales

Te estoy viendo en la pared. Veo cómo te enredas en el ruido del reloj —como en un hilo.
Si me traes el buen augurio —que sea el dulce augurio de una enorme desgracia.
Ya te alejas —cargando con humildad las piedrecitas de agua de tus ojos.
Ahora estás muy alto. ¿Eres una estrella apagada? ¿O eres una mano abierta? No. No eres nada de eso.
Eres un harapo.
(Suenan timbres)

 

Inferno, I, 32
Jorge Luis Borges

Desde el crepúsculo del día hasta el crepúsculo de la noche, un leopardo, en los años finales del siglo XII, veía unas tablas de madera, unos barrotes verticales de hierro, hombres y mujeres cambiantes, un paredón y tal vez una canaleta de piedra con hojas secas. No sabía, no podía saber, que anhelaba amor y crueldad y el caliente placer de despedazar y el viento con olor a venado, pero algo en él se ahogaba y se rebelaba y Dios le habló en un sueño: Vives y morirás en esta prisión, para que un hombre que yo sé te mire un número determinado de veces y no te olvide y ponga tu figura y tu símbolo en un poema, que tiene su preciso lugar en la trama del universo. Padeces cautiverio, pero habrás dado una palabra al poema. Dios, en el sueño, iluminó la rudeza del animal y éste comprendió las razones y aceptó ese destino, pero sólo hubo en él, cuando despertó, una oscura resignación, una valerosa ignorancia, porque la máquina del mundo es harto compleja para la simplicidad de una fiera.
Años después, Dante se moría en Ravena, tan injustificado y tan solo como cualquier otro hombre. En un sueño, Dios le declaró el secreto propósito de su vida y de su labor; Dante, maravillado, supo al fin quién era y qué era y bendijo sus amarguras. La tradición refiere que, al despertar, sintió que había recibido y perdido una cosa infinita, algo que no podría recuperar, ni vislumbrar siquiera, porque la máquina del mundo es harto compleja para la simplicidad de los hombres.

 

Cangrejo de tierra
Apsley Cherry Garrard

Los cangrejos de tierra, en la isla de Trinidad Sur, son una pesadilla. Lo espían a usted desde cada rincón y desde cada piedra. Con sus ojos muertos y mirones le siguen los pasos, como diciendo: “Si por lo menos te cayeras, nosotros haríamos el resto”. Acostarse y dormir en cualquier parte de la isla equivaldría al suicidio… Si está de pie, quieto, procuran morderle las botas, mirándolo con fijeza todo el tiempo. Una característica de estos animales, capaces de enloquecer a un solitario, es que, pocos o muchos, todos lo miran a uno… Son amarillos y rojos, y, después de las arañas, parecen las más abominables criaturas en esta tierra de Dios.
(J. L. Borges y A. Bioy Casares. Cuentos breves y extraordinarios)

 

El animal favorito del señor K.
Bertolt Brecht

Cuando se le preguntó cuál era el animal que más le gustaba, el señor K. respondió que el elefante. Y dio las siguientes razones: el elefante reúne la astucia y la fuerza. La suya no es la penosa astucia que basta para eludir una buena persecución o para obtener comida, sino la astucia que dispone la fuerza para grandes empresas. Por donde pasa este animal queda una amplia huella. Además, tiene buen carácter, sabe entender una broma. Es un buen amigo, pero también es un buen enemigo. Es muy grande y muy pesado embargo, es muy rápido. Su trompa lleva a ese cuerpo enorme los alimentos más pequeños, hasta nueces. Sus orejas son adaptables: solo oye lo que quiere oír. Alcanza también una edad muy avanzada. Es sociable, y no sólo con los elefantes. En todas partes se le ama y se le teme. Una cierta comicidad hace que hasta se le adore. Tiene una piel muy gruesa; contra ella se quiebra cualquier cuchillo, pero por naturaleza es tierno. Puede ponerse triste. Puede ponerse iracundo. Le gusta bailar. Muere en la espesura. Ama a los niños y a otros animalitos pequeños. Es gris y sólo llama la atención por su masa. No es comestible. Es buen trabajador. Le gusta beber y se pone alegre. Hace algo por el arte: Proporciona el marfil.
(Historias del señor Keuner)

 

El erizo
Michael Ende

Es una especie de bohemio de los animales, la despreocupación hecha carne. Se pasea por el jardín, eructa y hace ruido al comer, le gusta el alcohol y se emborracha siempre que puede. Si le atacan, se hace una bola y espera con toda tranquilidad a que el atacante pierda la paciencia y le deje en paz. La serpiente no le impresiona lo más mínimo. Le da completamente igual que le muerda, está inmunizado contra ella. Él se la come como un plátano.
(Carpeta de apuntes)

 

Los dos gatos
Luis Vidales

El gato y su sombra. Son dos gatos —pero en realidad no es más que uno. Esto me explica la divinidad. La sombra es un gato más enigmático. Es más gato. Así deberían ser todos los gatos. Untados a la pared. Sería bello verlos andar. Entonces, tampoco podría dejar un gato arqueado de señal hasta donde he leído. Pero podría detenerlo en la pared y fijarle debajo un tomito de almanaque. Un almanaque es un pequeño tratado de filosofía. He intentado hacer una definición. ¡Es tan peligroso! Pero —afortunadamente para mí— el gato o ha desbaratado mis ideas —de un salto— y se ha echado en la poltrona —sobre su sombra.
De un envoltorio de piel —que parece como si una mujer lo hubiera dejado sobre la poltrona— sube una musiquilla constipada.
Ahora todo ha quedado en silencio. He visto la musiquilla desteñirse en el aire como un color.
(Suenan timbres)

 

Colibrí
Jorge Cadavid

Peso, seis gramos. Su corazón palpita mil doscientas sesenta veces por minuto. Bate sus alas setenta veces por segundo. Sus ojos, hipnotizados dentro de la flor, tienen el blanco del abandono. Huye de la realidad protegido con escafandras de rocío. En su tiempo sólo existe una realidad: la del instante. El colibrí está quieto como un monje oriental, parado en un pistilo y, en breve, desaparece.
(El bosque desnudo. Diario oculto. Común presencia editores)

 

Serpiente (Trepinoductus viperinus)
Dulce María Loynaz

Está hecha de anillos de Saturno, de humedad de los pozos y luz de fuegos fatuos. Signo es del Infinito si se muerde la cola, y abre interrogaciones con el cuerpo enarcado.
Su ojo eléctrico brilla en la yerba del suelo y un dulce escalofrío la va desenroscando, mientras por el cristal de la laguna pasa y vuelve a pasar la sombra de algún pájaro…
La levanta una flauta con su hilo de música y un vuelo la estremece…
Algunas veces, cuando es primavera y huelen los jardines, se acuerda vagamente de un jardín encantado.
(Bestiarium. Medellín)

 

La máquina de matar
José Emilio Pacheco

La araña coloniza lo que abandonas. Alza su tienda o su palacio en tus ruinas. Lo que llamas polvo y tinieblas, para la araña es un jardín radiante. Gastándose, erige con la materia de su ser reinos que nada pueden contra la mano.
Como los vegetales, crecen sus tejidos nocturnos: morada, ciudadela, campo de ejecuciones. Cuando te abres paso entre lo que cediste a las arañas, encuentras el fruto de su acecho: el cuerpo de un insecto, su cáscara suspendida en la red como una joya. La araña le sorbió la existencia y tal vez ofrece el despojo para atemorizar a sus vasallos. También los señores de horca y cuchillo exhibían en la plaza los restos del insumiso. Y los nuevos verdugos propagan al amanecer, en las calles o en las aguas envenenadas de un río, el cadáver deshecho de los torturados.
(Revista Escandalar. New York, enero-marzo de 1979)

 

La jirafa
Juan José Arreola

Al darse cuenta de que había puesto demasiado altos los frutos de un árbol predilecto, Dios no tuvo más remedio que alargar el cuello de la jirafa.
Cuadrúpedos de cabeza volátil, las jirafas quisieron ir por encima de su realidad corporal y entraron resueltamente al reino de las desproporciones. Hubo que resolver para ellas algunos problemas biológicos que más parecen de ingeniería y de mecánica: un circuito nervioso de doce metros de largo; una sangre que se eleva contra la ley de la gravedad mediante un corazón que funciona como bomba de pozo profundo; y todavía, a estas alturas, una lengua eyéctil que va más arriba, sobrepasando con veinte centímetros el alcance de los belfos para roer los pimpollos como una lima de acero.
Con todos sus derroches de técnica, que complican extraordinariamente su galope y sus amores, la jirafa representa mejor que nadie los devaneos del espíritu: busca en las alturas lo que otros encuentran al ras del suelo.
Pero como finalmente tiene que inclinarse de vez en cuando para beber el agua común, se ve obligada a desarrollar su acrobacia al revés. Y se pone entonces al nivel de los burros.
(Confabulario. México: Fondo de Cultura Económica, 1995)

 

El zancudo
Luis Jochamowitz

Nadie subestime al zancudo. Toda ventana abierta es una invitación para él, que ha nacido afuera, en la charca, pero aspira a las más suaves carnes, a los cuellos y a la dulzura de los párpados infantiles.
De puro agudo cualquier noche se descuelga por los geranios y penetra en el dulzón calor ambiental de los humanos. En las cerradas madrugadas sin sueño es fascinante descubrirlo al llegar. Es un atacante atrevido que se delata por la trompeta, aunque no le falta sigilo. Cae en un vuelo de espora librada al aparente azar de los vientos. Parece inocente, pero en realidad tiene un pérfido vuelo de geómetra. Por un momento contrólense las ganas de aplastarlo, se verán sus trayectorias cortas y rectas, los esquives de cada línea, rulo o ventarrón hasta que se posa en el punto exacto. El zancudo jamás camina. Un milímetro de piel lo separa del manantial oculto, un milímetro de pellejo que penetra como si fuera manteca. Aspira hasta ponerse rojo.
Ahora sí, ha llegado el momento de aplastar. ¿Alguien se opone?, ¿algo se puede aprender de este rabdomante de la sangre? La combustión interna de los hematíes en ese cuerpo de hilacha debe ser toda una lección de química orgánica.
(Contradicciones. Bogotá: Peisa/Arango, 1999)

 

Apuntes para ser leídos por los lobos
René Avilés Fabila

El lobo, aparte de su orgullosa altivez, es inteligente, un ser sensible y hermoso con mala fama, acusaciones y calumnias que tienen más que ver con el temor y la envidia que con la realidad. Él está enterado, mas no parece importarle el miserable asunto. Trata de sobrevivir. Y observa al humano: le parece abominable, lleno de maldad, cruel; tanto así que suele utilizar proverbios tales como: Está oscuro como boca de hombre, para señalar algún peligro nocturno, o El lobo es el hombre del lobo, cuando este animal llega a ciertos excesos de fiereza semejante a la humana.

 

Vida de la araña real
Henry Michaux

La araña real destruye su ambiente por digestión. ¿Y cuál digestión se preocupa por la historia y las relaciones personales del digerido? ¿Qué digestión pretende consignar todo esto por escrito?
La digestión obtiene virtudes que el mismo digerido ignoraba, y de tal modo esenciales, que sus restos son pura pestilencia. Huellas de corrupción ipso facto ocultadas bajo la tierra.
Por regla general, se aproxima como amiga. No es más que dulzura y tierno deseo de comunicación. Pero tan implacable es su ardor, y su boca inmensa desea tanto auscultar el pecho del prójimo (y su lengua siempre tan inquieta y tan ávida) que finalmente acaba por tragárselo todo.
¡Cuántos forasteros han sido ya devorados!
Sin embargo, la araña se desespera cuando sus brazos no encuentran nada por estrechar. Va pues en busca de una nueva víctima. Aquella que mientras más se debate, más exaspera su afán de conocimiento. Poco a poco la introduce en sí misma, y la coteja con todo lo que en ella puede haber de más importante y valioso. Y nadie podría dudar de que esta confrontación aporta una luz definitiva.
Aunque el confrontado se abisme en una naturaleza de movilidad infinita y la unión se consume a ciegas.

 

El sapo
Jules Renard

Nació en una piedra. Vive debajo. Y bajo ella cavará su tumba.
Lo visito con frecuencia. Y cada vez que levanto su piedra tengo miedo de encontrarlo y miedo de que ya no esté.
Está.
Allí escondido en su yacija. Seca, limpia, estrecha y a su gusto. La ocupa plenamente, hinchado como una bolsa de avaro.
Si la lluvia lo hace salir, viene y se coloca delante de mí. Unos cuantos saltos pesados. Luego se detiene sobre sus muslos y me mira con ojos enrojecidos. Si el mundo injusto lo trata como a leproso, yo no temo ponerme en cuclillas frente a él, y aproximo al suyo un rostro de hombre.
¡Para acariciarte, sapo, sólo me hace falta vencer el último escrúpulo asqueroso!
Cosas peores hay que tragarse en la vida.
Pero ayer me faltó el tacto. Sus verrugas habían estallado y el sapo fermentaba y sudaba. Le dije:
—Pobre amigo, no quiero ofender. Sin embargo, ¡válgame Dios!, eres feo…
Abrió con cálido aliento la boca pueril y desdentada, y me respondió con un ligero acento inglés:
—¿Y tú?

 

El pez volador
Rafael Pérez Estrada

El pez volador es el primer destello en la creación de los ángeles.
Dios, a quien le está permitido corregirse a sí mismo, se siente tentado de crear unos espíritus que habrán de habitar el reino de las aguas. Ellos serán la eterna claridad de los mares, y su belleza un canto al Creador y a la creación. Sin embargo, un meditar más profundo y el conocimiento del riesgo que pudieran sobrevenirles a aquellas criaturas, dada la voracidad de la fauna marina, hace, en el último instante del primer día, que el Hacedor confíe sus ángeles a las zonas celestes de lo etéreo. Y en el mar queda para siempre la humildad bellísima de un pez, boceto nunca corregido de una primera idea, que en su nada, de vez en cuando, vuela sobre las aguas, esperando inútilmente alcanzar lo más alto de lo alto.
(Libro de los reyes)

 

La mariposa
Salvador Elizondo

Es un animal instantáneo inventado por los chinos. Estos objetos se fabrican, generalmente, de finísimas astillas de bambú que forman el cuerpo y las nervaduras de las alas. Éstas están forradas de papel de arroz muy fino o de seda pura y son decoradas mediante un procedimiento casi desconocido de la pintura secreta china llamado Fen hua y que consiste en esparcir sutilmente unos polvillos coloreados sobre una superficie captante o prensil formando así los caprichosos diseños visibles en sus alas. En el interior del cuerpo llevan un pedacito de papel de arroz con el ideograma mariposa que tiene poderes mágicos. Los fabricantes de mariposas aseguran que este talismán es el que les permite volar. Los que se ocupan de estas cosas, los letrados —sensores o sinodales—, también algunos de nuestros generales que con frecuencia consultan el augurio llamado de la mariposa o Pu hu, para saber el resultado de las campañas que emprenden, dicen que las mariposas fueron inventadas, como todas las cosas que hay en China, por el Emperador Amarillo que vivió en la época legendaria del Fénix y a quien también se debe la invención de la escritura, de las mujeres y del mundo.
(El retrato de Zoe. México: Vuelta, 1992)

 

El sapo
Juan José Arreola

Salta de vez en cuando, sólo para comprobar su radical estático. El salto tiene algo de latido: viéndolo bien, el sapo es todo corazón.
Prensado en un bloque de lodo frío, el sapo se sumerge en el invierno como una lamentable crisálida. Se despierta en primavera, consciente de que ninguna metamorfosis ha operado en él. Es más sapo que nunca, en su profunda desecación. Aguarda en silencio las primeras lluvias.
Y un buen día surge de la tierra blanda, pesado de humedad, henchido de savia rencorosa, como un corazón tirado al suelo. En su actitud de esfinge hay una secreta proposición de canje, y la fealdad del sapo aparece ante nosotros con una abrumadora cualidad de espejo.
(Confabulario. México: Fondo de Cultura Económica, 1995)

 

El cangrejo
Luis Jochamowitz

¡Cuantas palabras de admiración para el cangrejo y su famosa marcha atrás! Apenas, en cambio, para la coraza calcárea, hecha para guarecer las carnes suaves y blancas como un velo, que un día feliz veremos humear en nuestro plato.
Adherido a las rocas, el cangrejo ve pasar sus días sin darse cuenta, mientras la coraza arde bajo el sol, se moja y vuelve a quemar con el sol de la tarde, en un proceso de endurecimiento que por momentos parece infinito. Tal vez las carnes no comprenden su debilidad casi líquida, o lo comprenden, y, perezosas como son, redoblan sus trabajos en la coraza. Se han visto cangrejos que de la base granítica de su llaneza han hecho brotar púas negras y filudas que desafían al mundo, cangrejos sudorosos y velludos que quieren vivir cuarenta años en el fondo del mar.
Es bien sabido que los cangrejos pagan caro su amor al blindaje hirviendo —por razones técnicas— dentro de una olla a presión. Otros se esconden entre las rendijas, se internan abismo abajo y logran escapar (dicen que el cangrejo fugitivo canta y hace tronar las pinzas en el colmo de la alegría). Pero nada le dura al pobre cangrejo; cualquier día, la marea alta, un derrumbe imperceptible y cruje entre dos rocas. Con suerte muere de viejo en la obscuridad salobre de su grieta, más solitario que nunca, con la coraza blanda y desteñida, y las carnes negras, como agua de albañal.
(Contradicciones. Bogotá: Peisa/Arango, 1999)

 

Los ácaros y sus clanes guerreros
Henry Ficher

Los ácaros son artrópodos infinitesimales, parientes lejanos de las arañas. De las miles de especies conocidas, varias son parásitas del ser humano.
Hay ácaros que se alimentan de la harina de nuestras despensas; otros viven en nuestras sábanas, colchones y almohadas, acechando escamas de piel, pelo, caspa.
El microscopio electrónico permite observar sus movimientos: los descubre casi siempre en grupos, semejando divisiones blindadas que avanzan en formación por paisajes sinuosos y áridos, como desiertos diminutos, en busca de objetivos enemigos.
Suelen atrincherarse en zanjas que excavan en nuestra dermis, en grupos de tres o cuatro, dejando ver sólo sus ínfimas antenas mientras montan guardia. Cuando arrecian las incursiones hostiles, construyen túneles de hasta tres niveles, como hacen los grupos guerrilleros cuando se enfrentan a fuerzas superiores.
Hay dos especies en permanente guerra territorial: los ácaros negros y los rojos. Sus cruentas batallas a veces nos producen un leve escozor.
Historias plausibles

 

Conversación desesperada
José Emilio Pacheco

En la noche desierta el único rumor es su diálogo. Inmóvil en su ardiente fluidez, condenada a ser fuego, la llama sueña en volverse el insecto que la corteja, abrir las alas y arrojarse de golpe al abismo que incendiará su vuelo. Por su parte, el insecto quiere ser llama, tener la gloria y los poderes del fuego. Hay un silencio en la conversación. Se produce un chasquido.
(Revista Escandalar, enero-marzo de 1979)

 

En África
José Juan Tablada
El Loro: ¡Socorro! ¡Socorro! El tigre se ha subido a mi árbol para devorarme.
La Jirafa (vegetariana y dulce): Dispénsame, Loro; creía que eras follaje…
(Diario de 1922, en: Obras IV, 1900-1944. UNAM. México, 1992)

 

Los noctuidos
Fanny Buitrago

Hay ciertos insectos que nacen al amparo de la noche cerrada. Crecen, procrean y mueren antes del amanecer. Nunca llegan al día de mañana. Sin embargo, experimentan segundo a segundo la intensa agonía de vivir, se aparean con trepidante gozo y luchan ferozmente para conservar sus territorios vitales, sus lujosas pertenencias: el lomo de una hoja, la cresta moteada de un hongo o el efímero esplendor del musgo tierno besado por la lluvia.
Quizá —instintivamente— en un punto ciego entre la muerte implacable antes del estallido del sol matinal y la promesa infinita, telúrica, de la evolución hacia un estado superior, dichos insectos se frotan las patas lanzándose a una lucha fratricida. Envanecidos con la tentación de liquidar a sus semejantes y dominar el mundo.
(Magazín dominical No. 17. Diario El Espectador, Bogotá, 1983-07-10)

 

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