Por Iván Quezada

 

El lugar común dice que sin pasado no hay futuro, pero en Chile tampoco habría presente. La memoria no sería una reliquia, sino la vida cotidiana de las personas de carne y hueso, en el lugar en que les toca existir. En su novela Entre nieblas, Diego Muñoz Valenzuela busca ordenar la cronología de su juventud durante la dictadura militar para vencer traumas arraigamos en su psiquis personal y en la colectiva. La siguiente entrevista es un desafío a la indiferencia.

 

Entre nieblas es una novela que aparece en un momento difícil de Chile. Uno encuentra por todos lados el discurso sobre la memoria y los Derechos Humanos, pero de un modo políticamente correcto, y el gobierno pinochetista ve esta situación como una oportunidad para reescribir la historia. ¿No crees que existe el riesgo de que el libro sea mal interpretado?

Nunca será comparable con el riesgo que se vivió en dictadura. Es cierto que aborda los dos primeros años del golpe e incurre en temas de memoria histórica. Pero me llevó a escribirlo y publicarlo la convicción de que es necesario referirse a aspectos intocados hasta ahora. Aquellos dos primeros años aparecen en testimonios, investigaciones de Derechos Humanos, pero en la Literatura están menos presentes. Entonces tenía 17 años, era un adolescente con pocas herramientas para entender lo que sucedía, aunque mi generación se forjó en la cantera de Mayo del 68. Éramos arrogantes, resueltos, lectores, pensadores, pero no dejábamos de ser chicos. Para una persona de 17 años, es difícil lidiar con la muerte, la desaparición y la tortura de los amigos. Me hizo mucho daño, al punto de que confundí el orden cronológico de los hechos. Luego, esa confusión se trasladó a otros órdenes emocionales o psicológicos. En realidad, provocó un desorden. La idea fue escribir desde la perspectiva de un chico, que requiere sobrevivir y buscarse un lugar.

Es una novela sobre el shock. Todo lo demás, como lo que dices de Mayo de 1968, aparece en sus páginas como un eco distante. El libro habla de la vida cotidiana.

La vida cotidiana que contiene el horror, en algunos momentos ramalazos de cosas terribles y trágicas, con mucho miedo… Otra manifestación fue la pobreza, la falta de trabajo, la persecución, la carencia de medios, la indefensión en general.

Los padres del protagonista son adherentes de la Unidad Popular y de pronto se ven huérfanos dentro del nuevo régimen. Pero el libro no es un fresco de la situación del país, se refiere a casos puntuales. ¿Dirías que es una novela psicológica?

No tiene esa pretensión. Para mí, lo esencial era tomar conciencia de mi confusión, que se refleja en el título: Entre nieblas. El protagonista (con quien me identifico, aunque no soy él exactamente) tiene la sensación de que una neblina cubre la ciudad y el país: una bruma de incertidumbre, de miedo, de horror, de pesadez. Es una atmosfera psicológica, si así lo prefieres. Mi idea era ordenar cronológicamente algunos hechos. Primero llegue a la conclusión de contarlos como un diario de vida, pero tenía el inconveniente de la referencia a mi yo. En cambio, acá el texto lo escribió otro narrador que sabe mucho del protagonista. Fue la oportunidad de distanciarse. Una dualidad ciertamente, pero sin entrar en detalles psicológicos. El lector tiene que imaginar y sentir para completar el libro. Lo ideal es que lo lean los jóvenes y entiendan lo que pudo pasarles en ese tiempo.

¿Dicha niebla se asemeja a la sensación de estar sumido en la nube negra de una resaca, por ejemplo?

No es de ese tipo, sino es algo que te envuelve y asfixia. Algo gris y opresivo, externo, que no depende de ti.

¿Cómo la angustia existencial?

La angustia es miedo, pero una dictadura te oprime permanentemente.

No sólo las dictaduras generan eso, también la violencia intrafamiliar. Se podría decir, en el plano personal, que el trauma de la dictadura se parece al del padre que golpea a su hijo.

La neblina del libro es más social que personal. Justamente la familia es el gran refugio, aparte de algunos amigos selectos. La demás gente es indigna de confianza. Las relaciones personales se atrofiaron, en especial la solidaridad. Sus atisbos se fueron destruyendo poco a poco. Así lo muestra la novela.

Es el trasfondo del libro. Diógenes, el protagonista, tiene la suerte de que sus padres no fueron apresados de buenas a primeras. ¿En la templanza familiar influye que el padre ya tuviese experiencia con dictaduras anteriores? Al parecer, era un comunista de larga data.

En ese punto hay una relación directa con mi biografía. Mi padre fue escritor y le tocó vivir las dictaduras de Ibáñez y González Videla. Pero también me acuerdo de que, a poco andar de la tiranía pinochetista, me dijo: «esta es mucho peor que las otras; es la dictadura más siniestra y asesina». Y evidentemente tenía razón, se alcanzó una violencia de Estado inaudita, con crímenes, genocidios organizados, vejaciones…

Pero no era la primera vez que pasaba en la historia. De hecho, el fascismo y el nazismo son antecedentes directos.

Son parientes cercanos. Aquí al lado también sucedió, en Argentina, Uruguay, Brasil, Bolivia o Perú. En toda América Latina, empleándose métodos más o menos similares, que los enseñaban los norteamericanos, particularmente para torturar. Pero pienso que en Chile fue algo inesperado. Nadie se esperaba tanta brutalidad, ni siquiera se preveía un golpe militar. Fue sorprendente, aunque se intuía.

Tampoco fue el primer golpe militar. Numerosos historiadores apuntan a que la historia de Chile está llena de mitos, como la no intervención de los militares o el predominio del Estado de Derecho. Se ha hecho la vista gorda con los crímenes contra los sectores populares. Después del último golpe, la historia se está contando de otra manera.

En todo caso, no es el único libro que he escrito sobre el asunto. Tengo otro titulado: Todo el amor en sus ojos. Trata del período posterior, la gente ya empezaba a organizarse en las universidades. También está El tiempo del ogro, que relata toda la época de la dictadura. Me tocó vivir eso, hablo de mi experiencia más que pretender ser un historiador. Es curioso que en mi adolescencia, mucho antes del golpe militar, me interesara por las condiciones históricas que permitieron el nazismo, probablemente uno de los fenómenos más brutales y terroríficos, en una escala increíble, que terminó con experimentos genéticos, biológicos, además del exterminio y la tortura. Sigo leyendo mucho de eso, tratando de averiguar por qué ocurrió y cómo se justificó. Es asombroso que exista como una posibilidad del ser humano, junto a otras opciones como la solidaridad, el amor y la justicia. Los ejemplos son muchos, el genocidio hecho por Pol Pot, dictador que se consideraba de izquierda. Sigo creyendo que quienes administran ese tipo de cosas, habitan con nosotros y están siempre dispuestos a actuar, cuando pierden el control de las cosas.

Perfectamente podríamos decir que todo sigue igual. Triunfó un sector social y político a través de la violencia, dejando establecido que cualquier alteración de su sistema significará nuevamente la violencia. Las personas que pretendieron un cambio social en Chile están muertas o fueron derrotadas y ahora tienen que someterse.

La democracia que vivimos no me parece satisfactoria, pero no es una dictadura. Ya no hay una maquinaria de exterminio, sino de dominación. Lo he visto en todos lados desde que tengo conciencia. Vivimos en un sistema capitalista, donde las cosas tienen propietarios, formas de actuar y resolver, de influir en el orden político. Es lo que hay, pero otra cosa distinta es un estado fascista como el que hubo aquí entre el ’73 y el ’89. Muchos no sabíamos si estaríamos vivos al día siguiente. No veo esa sensación de opresión, pero sí de injusticia.

Junto a los derechos personales, como el de conservarse con vida y sin sufrir torturas, están los Derechos Humanos Sociales y Económicos, que se sacrificaron para llegar a un estatus quo con el poder cívico-militar imperante hasta el día de hoy.

Es un sistema que evoluciona a niveles cada vez mayores de desigualdad. Pero proporciona algunas cosas, «valorando» el dinero y lo que se puede comprar con él. La conciencia se ha visto disminuida, con gente que vive en pos de esas cosas. La conciencia social —sobre todo entre los menos favorecidos— es bajísima, casi no hay organización. Debemos transformar eso.

Para eso siempre se ha usado la palabra alienación. ¿No crees que es adecuada?

Correcto, es algo que ha existido siempre. Pero en la novela no se pretende hablar de este asunto, si no habría escrito un ensayo sobre la alienación.

 

La verdad en entredicho

entrenieblas-portadaLeí la novela como un desafío a la verdad. En sus párrafos se cruzan complejidades históricas, psicológicas y nacionales. Su valor literario jugaría sus cartas en el terreno de la verdad y ella no es algo simple, implica conflictos y preguntas difíciles.

Me gustaría que un chico de 15, 18 o 20 años, leyera esta novela con honestidad y entendiese qué pasó entonces. Sea cual fuere su opinión posterior, debería entender que fue un horror y no se puede repetir. No quisiera oír, como en estos días por cuestiones coyunturales sin relación con la novela, que alguien negase la realidad. Han habido crímenes políticos y genocidios en muchos países y con distintos regímenes, pero esto ocurrió aquí. Tenemos que resolver los problemas con un libre flujo de ideas, poniéndonos de acuerdo en los hechos. Todavía hay una enorme cantidad de gente que no reconoce los crímenes de Estado, lo cual es muy triste. Hablan de una guerra interna, pero nunca hubo un oponente.

El golpe, que causó un shock profundo en ti y otras personas, se debió a circunstancias que trascendían lo individual. La Unidad Popular fue una respuesta a las injusticias del país, a la insuficiente democracia. No fue un acto caprichoso.

Hablo de los hechos, no de su interpretación. Cada lector tendrá que motivarse a hacerla. No he escrito una historia razonada del siglo XX chileno, sino una obra literaria que pretende sensibilizar a un lector hipotético ante el horror que sucedió. Debe sentirlo en la vida cotidiana de un chico que jamás debió vivir eso. Es una conmoción. Alguna gente me ha dicho que el libro sí la causa. Ojalá fuera así para muchas personas.

Pero sigue ocurriendo, allí radica el conflicto con la verdad y el interés de este libro.

No de la misma manera.

Es como una espada de Damocles, diciendo: «si se pasa de un límite volveremos a empezar».

Nunca pierdo las esperanzas de que esa posición quede atrás, porque si no la única manera sería decir: «tome un fusil y mate a los que están del otro lado». No veo que esa lógica nos lleve a ningún lugar. Si creyera en eso, lo haría.

Probablemente nadie cree en eso. Pero el gran dilema de la verdad es verla como es, no como uno quisiera.

No quiero caer en el comentario coyuntural, pero cuando uno ve a Daniel Ortega en Nicaragua, por dar un ejemplo de otro extremo, reprimiendo a trabajadores y estudiantes, cabe reconocer que él fue dirigente de la Revolución Sandinista, la misma que nos conmocionó en una época. ¿Uno tendría que solamente aplaudir a Ortega, poniéndose una camisa de determinado color? Hay que cuestionarse. Pienso que nada justifica la violencia política.

Pero tenemos un gobierno pinochetista, en que sus dirigentes salían abrazados al dictador y bajaban la cabeza frente a él, declarándose sus discípulos.

La derecha tiene ese pecado. Es bueno que haya caído el ministro de Cultura por decir una soberana idiotez sobre el Museo de la Memoria. Eso significa que algo se aprendió.

Las declaraciones del exministro Rojas parecen un intento de reescribir el pasado, leyéndose entre líneas: «Los culpables de lo que pasó fueron nuestros enemigos, nosotros simplemente nos defendimos».

Habría que estudiar la historia de él. Salió exiliado y se dio una serie de volteretas, transformaciones acomodaticias, hasta terminar en la derecha. Pero todo eso se derrumbó fácilmente. Lo importante es que se instale, ojalá de manera definitiva, un discurso que niegue todo intento por justificar tamaña maquinaria de violencia. No quiero que vuelva a producirse un golpe militar, no sólo por patriotismo, sino por un sentido de solidaridad con los que sufrirían sus consecuencias. Pienso en mis hijos y nietos.

El problema radica en que sigue profundizándose la brecha entre una minoría y la mayoría. Es inevitable que en algún momento alguien diga: «perdí la paciencia».

Es una bomba de tiempo y se debe poner sobre la mesa para que los cambios ocurran. Con eso entramos en la discusión política directa, donde me cuesta verme reflejado en una posición. Puedo escribir y desde allí contribuir a un esclarecimiento. Es necesario proponer algo viable. Desde luego, uno podría decir que no me hacen caso y el desafío sería que te escuchen y surja una opción, un movimiento que abra un espacio para una posibilidad distinta. Sería transversal, pero si no hay conducción, todo puede terminar en una matanza en un sentido u otro. Corresponde evitarlo y por eso es urgente plantear soluciones.

 

El pasado como disfraz del presente

Raymond Carver decía que el pasado es un estereotipo, lo que es especialmente válido para un libro de memorias. Se escribe del pasado desde el presente y, por lo tanto, todo lo que se diga se refiere realmente al instante actual. ¿Sería correcto afirmar que la neblina no ha desaparecido, pese al tiempo transcurrido?

Es una neblina distinta. En los primeros años del golpe se eliminó mucha gente valiosa, dirigentes obreros y políticos. Obedeció a una lógica de exterminio, lo que no es comparable con el presente. En el combate de las ideas operan otras cosas, no una maquinaria como aquélla. Vivimos en una pseudodemocracia, en que se controla a los medios de comunicación y la gente tiene un nivel de conciencia social y solidaria muy baja, hegemonizada por los supuestos valores del consumo, alienada si quieres. Sin embargo, esas personas deberían liderar las transformaciones. En el caso de que no acontezca, estaríamos en una situación parecida a la de Un mundo feliz, la novela de Aldous Huxley, en que se retrata una sociedad donde la gente no se da cuenta de la dominación. Da para otro tipo de Literatura, distinta a la de mi libro.

¿El miedo a la dictadura todavía te influye?

Es una fuerza que uno debe vencer todos los días. Le tengo miedo a pocas cosas. Sin duda, no a decir lo que pienso ni a reclamar. Hace mucho rato me liberé de eso. Temo más perder a la gente que quiero, pero eso se puede controlar. Cuando veo amigos de esa época es inevitable un abrazo. Entonces uno no sabía si lo volvería a ver. Eso sí me pone en alerta. No es malo, porque te hace vivir con mucho ímpetu. Pero existen otros daños difíciles de advertir. Me acuerdo de una vez, en el año ’92, en que caminaba de noche hacia mi casa en Ñuñoa, por calle Simón Bolívar, y de pronto me percaté de que iba por el lado opuesto de la calle, una de las recomendaciones básicas de la clandestinidad. No convenía ir por el lado de la calle donde uno vivía, porque podían estar esperándote cerca de tu casa y no se alcanzaba a verlos. Ya era un hábito. Me dije que no lo necesitaba más. Tomé conciencia o eso creí.

A propósito de la transición, durante mucho tiempo no se podía hablar de «ciertas cosas». Había que reprimir las insatisfacciones y mantenerse en una medianía. Sin embargo, ahora la gente se expresa con más libertad, especialmente respecto de su inconformismo.

Ojalá así sea. Sin embargo, algunas personas creen que al hablar de los problemas hacen algo y se dan por satisfechas. Es necesario organizarse. Se habla de muchos despidos y ante eso lo justo es defender los derechos de los trabajadores, ayudar a la gente que está perdiendo sus trabajos. Me gustarían más manifestaciones de solidaridad y fraternidad. Necesitamos que aumente la sindicalización. La que tenemos es bajísima, pero los sindicatos son los únicos que pueden defender a las personas de los abusos.

También se habla poco del estado de la política, de los comportamientos reales de los partidos en su pugna por el poder. De su acomodamiento. Siempre se está elevando la bandera del pasado, del sacrificio, del dolor y el heroísmo, pero también es como mirar para otro lado.

Mi padre me enseñó, aunque no le hice mucho caso, que uno debe señalar un camino. En su momento y de manera magnífica lo hizo Salvador Allende. Él fue el hombre idóneo para impulsar una posibilidad de transformación. Dicho intento fue saboteado de muchas maneras, desde EE. UU., la derecha, y si uno lo piensa, también desde la izquierda. Es necesario abrir esa discusión. Como quienes debaten por qué surgió el nazismo y un fanático loco como Hitler llegó al poder. Algunos libros interesantes afirman que se debió a que los partidos Social Demócrata y Comunista, los más grandes de la Alemania de entonces, no se pusieron de acuerdo. Acá también falta unión en la izquierda. Pienso que en ese aspecto, Allende fue un visionario y quizás mostró la posibilidad de un mundo distinto, que todavía no era posible por distintas razones. Tienen que surgir los émulos en esta época, que llamen a la gente a movilizarse, a organizarse, a luchar juntos, a construir cosas con una visión de futuro. Sin eso no habrá un cambio.

En verdad, la brecha social en este país es muy profunda, más de lo que las élites de izquierda piensan. A muchas personas, en este mismo momento, les pagan con fichas y cuando se produce un atisbo de cambio, las cosas se precipitan violentamente.

Ojalá nos fuéramos por otro camino. Por mi lado, pretendo aportar desde mi rol de escritor, incentivando la lectura y promoviendo espacios literarios con la mayor amplitud posible. En eso trabajamos muchos escritores y amigos del libro. No sólo con Letras de Chile, hay otras organizaciones. La democracia se crea en el día a día, luchando en el peor momento de la clandestinidad construíamos una democracia y había que ser respetuosos de ella para generar lo que nacería. No fue suficiente para lograr la enorme transformación que necesitaba nuestro país y el mundo. Espero que esa visión aparezca, pero tiene que salir de nosotros mismos, de lo que hacemos.

Imagino que esperas con Entre nieblas contribuir en esa dirección. Lo veo como un psicoanálisis colectivo y a la vez participa de esa corriente histórica por hacer de este país un lugar donde la gente viva con igualdad y justicia.

Hacia allá tienen que avanzar la cosa. Es algo que todavía importa en el ambiente de los artistas y los trabajadores de la Cultura, a contrapelo de las lógicas individualistas, competitivas, de acumular espacios. Hay que luchar por darle cabida a la máxima cantidad de gente.

¿No te parece que esta entrevista ha sido un desahogo?

Así resulta cada vez que uno habla de estas cosas. A pesar del escepticismo que sentimos por la realidad actual, se debe entender que tenemos un rol por jugar. No sólo reclamando o desahogándose. Tenemos la responsabilidad de preguntarnos qué hacer y cómo. Aún nos falta mucho, debemos aprender más de nosotros mismo y exigirnos. Las cosas importantes ocurren cuando miles de personas, ojalá cientos de miles, acogen una idea y empiezan a aplicarla.

Quizá es necesario primero una sublimación.

Faltan muchas todavía. Para mí, el valor del libro no va por convencer a los que ya están convencidos. Que ojalá alguien diga: «ahora entiendo lo que pasó, esto me abrió un mundo». Sería estupendo que algún hijo de los opresores modernos, luego de leer el relato, cambiara idea. La novela habla de hechos y tiene poca carga ideológica. Así lo espero.