Por Felipe Tapia Marín

Reproducimos el capítulo 6 de la novela «Tierras de magia, mares de brujería», del escritor Felipe Tapia Marín, próxima a publicarse por la Editorial Puerto de Escape.

Los Brujos de La recta Provincia

Se encontraban nuevamente en la casa de Agustín Tepihe. Además, Angata había acudido en cuanto su hijo le informó las novedades. El viejo adoptó una postura reflexiva y de notoria preocupación. Los demás esperaban en silencio el veredicto.

–Por la descripción, es el Caleuche lo que vieron. Y el tipo al que enfrentaron era un brujo de Chiloé. Pero no tiene sentido que estén aquí. –Dijo confuso Agustín.

Esta vez y para sorpresa de todos, fue la madre de Atamu la que habló. Todos la vieron palidecer, no bien Agustín hubo terminado de hablar.

–¿El Caleuche? ¿Qué ese no es el barco en el que viajan los bru- jos de La Recta Provincia? –Dijo evidentemente alarmada.

–¿Tú sabes algo de eso, madre? –Le preguntó Atamu.

–Tu padre me habló de eso. El Caleuche, un barco fantasma en el que viajan los brujos de una maligna orden conocida como La Recta Provincia.

–¿Qué es la Recta Provincia? –Preguntó Hotu– El tipo que en- frentamos dijo pertenecer a ella.

–La Recta Provincia es una secta de brujos que existe desde hace mucho. Todos les temen, ya que son capaces de realizar maldi- ciones muy poderosas. Viven en la Isla de Chiloé, pero su influencia se extiende por todo el país. Y parece que por acá también.

–¿Pero qué hacían en la isla? ¿Por qué los Aku Aku se subieron a ese barco con ellos? –Dijo Atamu– Don Agustín, ¿usted sabe algo?

–Continuó su indagatoria.

–Todo lo que sé es que La Recta Provincia es una de las organi- zaciones más peligrosas. Su magia es más poderosa, incluso que la de los Aku Aku, y que la tuya. Su poder mágico proviene del mismí- simo Diablo dicen… –Las palabras de Agustín estaban cargadas de prudencia y temor.

–¿Y ellos tienen a Martín? –Exclamó Atamu– ¡Tenemos que

rescatarlo entonces!

–Eso es imposible, Atamu. –Dijo Agustín– La Recta Provincia es una organización maligna, incluso el Gobierno le ordenó hace mucho tiempo suspender sus operaciones mágicas. No pueden en- frentarse a ellos. En el continente existen dioses muy poderosos, con una fuerza que podría rivalizar incluso con la de Make Make. Así que no estoy seguro de si su protección te servirá allá. Tú mismo lo has comprobado con ese brujo, tal como nos acabas de contar. Hay fuerzas poniéndose en marcha. El terremoto de este año no fue una casualidad, te lo dije. La antigua magia está manifestándose de variopintas formas y no todas son positivas o benévolas.

–De todas formas ya perdí a un amigo, así que debo intentar encontrar a Martín. –Dijo Atamu.

–Me temo que ese es otro punto importante. Se dice que quie- nes son llevados al Caleuche no vuelven jamás. Nunca se ha sabido de alguien que regresase. Los brujos los someten a cambios irre- conocibles, los esclavizan y controlan. Es imposible rescatarlo, lo siento. –Dijo Agustín son tristeza.

–También decían que era imposible que me convirtiese en Tan- gata Manu. No tiene caso que me detengan, aunque tengan los me- jores argumentos. –Se impuso resuelto Atamu.

En este punto de la conversación Angata adoptó un aire mucho más preocupado. Miró directamente a su hijo Atamu e hizo un ade- mán para que los demás no la interrumpieran. Tanto Agustín como Hotu le dieron espacio a la mujer.

–Atamu, dado que pese a todas las advertencias llevaste a cabo la ceremonia para convertirte en Tangata Manu, resulta obvio que nadie te va a disuadir de esto. Además, estoy de acuerdo que debes ayudar a tu amigo. Y es evidente que solo tú tienes una chance con- tra La Recta Provincia. Sin embargo, quiero que ahora escuches con atención lo que te voy a decir. Te trasmitiré todo lo que sé de esos brujos, pues mientras más información tengas, tanto mejor.

–¿Pero qué puedes saber tú de esos brujos, madre? –El joven estaba sorprendido.

–Atamu, debes saber que tu padre hace tiempo se enfrentó a los brujos de la Recta Provincia. Él los describía como unos se- res extremadamente despiadados. Son una orden muy antigua, que

combina la magia ancestral del continente americano con los cultos satánicos de Europa. Los brujos de categoría más alta forman parte de La Mayoría, y se les puede reconocer porque tienen tatuada una serpiente en su cuello o cara. A veces esconden ese tatuaje, para no ser descubiertos por la gente común, que llaman los limpios.

–¿Y mi padre pudo vencerlos? ¿En qué circunstancias los enfrentó?

–Fue mucho antes de conocerme a mí. Él me contó que en sus múltiples viajes como antropólogo, permaneció unos meses en Chi- loé. Una noche, viajaba de Ancud a Castro, dos ciudades de la isla, en un auto que había arrendado. Cuando de pronto, el vehículo se detuvo. No era una pana, todo estaba en perfecto estado, incluso su- ficiente bencina para volverse. Pues no se detuvo el motor, solo dejó de avanzar el auto.

Angata hizo una breve pausa y continuó su relato.

–Tu padre se preocupó. Era de noche y hacía frío. De pronto, sintió a alguien al lado suyo. Se volvió y pudo ver a una hermosa mujer vestida totalmente de negro y de largos cabellos oscuros. Esta sin ni siquiera presentarse abrazó a tu padre, quien se sintió con- fundido. No era desagradable, pero había algo en ella que lo hacía desconfiar. Ella le propuso ir a campo abierto, que quería estar con él. Tu padre era más joven y por supuesto, no era inmune a la be- lleza de la dama. Además, sentía cierto temor hacia la presencia de la mujer. Algo lo obligaba a obedecer. Ambos se bajaron del auto y permanecieron de pie junto a este. Los dedos de la mujer reptaban ágilmente por el pecho de tu padre, y luego, ella lo besó.

–¿Y esto qué tiene que ver con la Recta Provincia? –Dijo Atamu, algo turbado por las descripciones. Hasta ahora había idealizado la figura de su padre, y saber esto le incomodaba.

–Paciencia, déjame terminar. Tu padre sintió que tenía heridas en distintas partes de su torso y espalda, y las caricias se tornaron violentos apretones y rasguños. Desesperado, intentó zafarse. Te- mió por su vida e imaginó que se trataba de alguna clase de sicópata. Pero cuando logró despegar su boca de la suya, pudo ver un rostro de calavera, malévolo y agresivo.

Angata prosiguió su relato:

“Asustado, empujó a la mujer y se metió rápidamente en el auto.

Intentó hacerlo partir, pero no pudo. La horrible mujer lo miró du- rante cuatro horas desde afuera del auto. Tu padre se sentía ate- rrado y confuso, pero también le dolía todo el cuerpo. Por arte de magia, la mujer desapareció. Demasiado asustado para continuar el trayecto de noche a pie, tu padre decidió quedarse despierto. Pero el sueño lo venció. Despertó cuando los rayos del sol se colaban por las ventanillas del auto y castigaban su cara. Entonces se bajó del vehículo y caminó horas hasta el pueblo más próximo. Se sentía pésimo. Creía que lo habían envenenado o intoxicado. Algo en el beso, o quizás, en las uñas de la mujer.

“Cuando llegó al poblado, preguntó por algún doctor, explicó a los pobladores lo que le había pasado, y lo miraron como quien ve al Diablo. Todos dijeron lo mismo: había sido víctima de la maldi- ción de La Viuda, y no existía médico que le curara. Escéptico, tu padre se dirigió a un doctor, pero este no supo encontrar la causa de su afección. Se limitó a decirle que las heridas debían habérselas causado las uñas de la mujer o las ramas del lugar, pero que no eran peligrosas. Desesperado, consultó otros doctores, que dijeron lo mis- mo. Solo el cuarto doctor lo miró con más detenimiento y lo envió de inmediato donde un curandero. A estas alturas, tu padre estaba desesperado. Loco de dolor y malestar fue donde dicho curandero, quien lo examinó y le pidió que le describiera su aventura de anoche. Al cabo de un rato, el curandero le dijo que su muerte estaba próxi- ma, pues efectivamente la maldición de La Viuda había caído sobre él. Tu padre ya se sentía desfallecer, pues no tenía razones para diferir de la opinión del misterioso hombre. Pero algo en tu padre suscitó la compasión del sanador y le dijo que él conocía a unos hombres que podían, tal vez, curarlo, pero que necesitaría de su total discreción.

“Sin más opciones, desesperado, tu padre dijo que se somete- ría al tratamiento que fuese. Entonces fue llevado a una casa más grande, a unas cuadras de donde estaban. El hombre le confesó ser miembro de la Recta Provincia. Allí había seis más. Ellos comenzaron a danzar alrededor de él y vertieron hierbas mágicas en su cuerpo. Llenando el lugar con extraños cantos. Un humo enrareció el ambiente. Un fuerte viento se puso a soplar. Los objetos se movían. Todo temblaba. Y en cosa de horas, tu padre sintió que se aliviaba.

Fue así como pudo conocer a la Recta Provincia. Ellos operan en la clandestinidad y manejan artes desconocidas.”

–Pero aquello que describes nos muestra a esa Recta Provincia como seres bondadosos. ¿Qué hay de peligroso en que te curen de una maldición? –Interrogó Hotu.

–Acá todo se vuelve confuso. Tu padre entabló amistad con esos brujos e, incluso, le ofrecieron unirse a ellos. A los extranjeros se les cobra por pertenecer a la organización, y tu padre, siendo nor- tino, no sería la excepción. Él se sintió curioso, pero cuando supo en qué consistía el rito, se atemorizó. La iniciación exigía matar ino- centes. Preocupado, tu padre investigó más acerca de los brujos, y se enteró de funestos planes que nunca me quiso nunca confesar. Los brujos temieron ser denunciados y no iban a permitir que se mar- chase, porque sabía demasiado. Pero de igual forma tu padre logró huir, y vagó por distintos derroteros del país intentando despistar a los brujos. Conoció otras artes. Aprendió maneras de combatir a la brujería chilota. Como antropólogo, su conocimiento de culturas antiguas fue una ayuda no menor. Escapando llegó a Rapa Nui, donde nos conocimos. Al cabo de un tiempo decidió quedarse, pues acá se encontraba seguro. Y claro, naciste tú.

–¿Y entonces por qué dejó esta isla? Tengo recuerdos muy va- gos de él, de cuando tenía tres o cuatro años. –Recordó Atamu.

–Tu padre siguió acá sus investigaciones. Su afán por experi- mentar nuevas cosas lo llevó a consumir drogas de distintas regio- nes del norte, lo que fue mal visto por la comunidad Rapa Nui. Para protegernos, dejó la isla un día. Prometió contactarme, sin embargo, nunca lo hizo. Al cabo de unos años dejé de esperarlo. Lo único que sé es que La Recta Provincia, según él, estaba planeando algo, y ruego a todas las deidades que sus caminos no se hayan vuelto a topar durante este tiempo.

Los tres escuchaban atentamente a Angata. Se tomaron un tiempo para asimilar la información, pero luego Atamu les comuni- có su resolución:

–Pues bien. Nada queda ya por decir. Iré en busca de Martín.

–¿Puede tu magia rastrear o sentir a esos brujos, Atamu? –Preguntó Hotu.

–Ahora no, pero cuando estaban en la playa su presencia se sen- tía desde acá. Posiblemente una vez me acerque al continente podré seguirles la pista. –Le respondió.

–Escúchame, Atamu. –Le rogó su madre– Haré los preparati- vos para que partas en estos días. Pero, por favor, quiero que todo esto lo hagas discretamente. Esta semana debo reunirme con la Co- misión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y el Conser- vador de Bienes Raíces para presentar un recurso legal que devuelva las tierras quitadas a los clanes de la isla. Estos días son cruciales, pero no puedo dejarte solo ni abandonar a Martín. Te acompañaré. Debo designar a un reemplazo. Llamaré a Dagoberto.

–Por ningún motivo, madre. Yo debo rescatar a una persona, tú debes rescatar a toda una isla. –Sentenció Atamu– Iré solo.

–No irás solo, yo te acompañaré. –Dijo de pronto Hotu.

–Ni lo pienses. Tú no tienes magia, sería muy peligroso. –Le dijo Atamu– Y no pienso arriesgar a otro amigo.

–También para ti es peligroso, recuerda lo que dijo Agustín. Y sobre lo de arriesgar a un amigo, yo soy dueño de mis decisiones, al igual que Marcos cuando compitió para ser Tangata Manu. Tú no arriesgaste a nadie.

–Pero mira lo que pasó con los Aku Aku. No pudiste hacer nada contra ellos. Y estos brujos son algo mucho peor…

–Dame cuantos argumentos quieras, si no vas conmigo, compraré yo mismo mi propio pasaje de avión e iré por mi cuenta.

Atamu comprendió que su amigo estaba en lo correcto. Disuadir a Hotu era tan improbable como disuadirlo a él mismo. Y aún más, podía percibir la enorme culpa que ambos sentían por la muer- te de Marcos. Pero no sabía si el sentir eso en su amigo se debía a su poder mágico o simplemente a la empatía de una amistad de años y experiencias compartidas desde niños.

–Está bien, iremos los dos. Vamos a prepararnos ahora mismo.

Cuando se fueron, Agustín sostuvo el huevo sagrado que le había dado Atamu, mientras lo observaba minuciosamente. Había algo que le perturbaba: en tiempos pretéritos, la ceremonia se lleva- ba a cabo cada año. La isla descargaba sobre el huevo la magia reunida por un año y esta pasaba al cuerpo del Tangata Manu de turno. Pero esta vez había sido distinto: el huevo había descargado sobre Atamu más de un siglo de magia que la isla había acumulado en tal periodo sin Hombres Pájaro. Las consecuencias para un fenómeno como este eran del todo desconocidas. El huevo que le había cedido el joven, había permanecido con él durante un año en la Gruta de las Vírgenes, ya comenzaba a experimentar extrañas transformaciones. Se veía fuerte, firme, muy distinto a la habitual fragilidad de un huevo de ave cualquiera. Agustín guardó cuidadosamente el huevo en un lugar donde pudiese examinarlo con más precisión en los días venideros. Originalmente, el Mana solo era dominado por los arikis u orejas largas. Jamás un Tangata Manu había realizado las proezas que su protegido hiciera estos días, y el viejo no sabía si enorgullecerse o sentir más temor.