Careo con Eduardo Soto Díaz

Por Bartolomé Leal

“Me considero un hacedor de historias”

La trayectoria literaria de Eduardo Soto Díaz es larga, prolífica y variada. Su bagaje para embarcarse en la tarea escritural podría considerarse prodigiosa: filosofía, periodismo, abogacía. En todas esas disciplinas hizo estudios formales que se fueron encadenando para dar paso a una producción que comprende la poesía, el cuento, la novela, la crónica y, por último, al menos por ahora, el género negro. Hasta dónde sé, tres seudónimos han entoldado su variado estro creativo, cada cual gatillando distintas facetas de su personalidad. Y, por cierto, ha desarrollado en la narrativa negra un punto de vista original entre los autores del género: la componente fantástica. En su caso, la brujería. Pues con Eduardo, que nos acogió en sus pagos de Iloca, según se sabe tierra de brujos, conversamos cómo se forma, se crea o se inventa un escritor.

-¿Cómo empezaste a escribir?

 Al ingresar a estudiar filosofía en el viejo Pedagógico de la Universidad de Chile, a mediados del sesenta, me encontré con una multitud de mujeres jóvenes, bonitas, apetecibles, inteligentes. La conquista no era fácil, ya que la competencia abundaba. Compartíamos las aulas cientos de muchachos repletos de sueños y de ambiciones. Tenía compañeros que se destacaban en los deportes, otros en el canto y en la guitarra. Algunos contaban de sus viajes al extranjero y de sus tórridas aventuras. Yo estaba en desventaja. Pero advertí que las alumnas de filosofía, de sociología, de psicología amaban las letras, admiraban a los autores, sentían pasión por la bohemia literaria. De manera que me declaré escritor y mejoré mis posibilidades de conquista. Si hubiese tenido el talento de cantar, de decir cosas románticas en un suave bolero, tal vez nunca habría escrito.

-¿Aquellas musas te lo creyeron?

El vestirme con ropa de escritor me significó escribir, debía justificar mi disfraz ante las posibles conquistas. Fui ganando soltura en el oficio y decidí estudiar periodismo, además la Escuela quedaba a cincuenta metros de filosofía. Pude estudiar las dos disciplinas en forma paralela. Terminé mi licenciatura en Filosofía y egresé de la Escuela de Periodismo, pero nunca me titulé de periodista. La verdad es que no tuve tiempo para realizar los trasmites administrativo y titularme. Trabajaba en forma intensa, con una pasión devoradora. En esos años entré a trabajar al diario “Clarín” con bastante éxito. De ahí acompañé a José Gómez López y a Eugenio Lira Masi en la fundación de “Puro Chile”, donde fui redactor político. Después incursioné en el diario “Última Hora” y en la radio “Corporación”.

-¿Cuáles fueron las lecturas que te marcaron tu interés por escribir, si es que las hubo?

Muchas y ninguna. Me entusiasmaban la novela negra, los desafíos de Sherlock Holmes, el viejo Ernesto Hemingway… Leía todo lo que llegaba a mis manos. Desde Aristóteles a la novela de intrigas. Me apasionaban las lecturas de los agentes secretos, que debían sortear las dificultades con ramalazos de inteligencia. Los personajes tenían una mezcla de audacia e inteligencia. Las tramas de los espías, en especial de la Segunda Guerra Mundial, siempre me entusiasmaron. Recorría los locales de libros viejos para conseguir las series que ya no se editaban.

-El periodismo, ¿sirve para hacer literatura? Algunos dicen que es la peor escuela…

El periodismo es una pasión de 24 horas diarias. El tiempo es escaso. Debes multiplicarte si quieres escribir, además de respirar. Pero se puede. (Escribir los esqueletos de las novelas y algún día, cuando tengas tiempo, las terminas). Los periodistas suelen llevar un montón de cadáveres literarios sobre los hombros. Tuve el privilegio de trabajar junto a los mejores periodistas de esa época, como fueron Eugenio Lira Masi, Alberto Gamboa, José Gómez López, Mario Gómez López, el “Chino” Ravest, Carlitos Ossa, Hernán Millas. Fuimos capaces de cambiar la historia política de Chile porque, le pese a quien le pese, fueron los periodistas progresistas los que rompieron con los tres tercios a principio de la década del setenta. Es fácil de entender o ¿no?

-Me llama la atención un poema tuyo “La homicida”, que me permito citar inextenso (ver recuadro). ¿Hay alguna conexión con tu salto posterior al género negro?

“La homicida” es una ficción, una ficción como todo lo que se escribe, hasta cuando pretendemos describir la realidad. Si no podemos beber dos veces agua del mismo río, tampoco somos capaces de ser objetivos. En todo caso, a todos los jóvenes alguna vez debieron escapar de una homicida que cambió amenazas por besos.

-¿Qué hay de la filosofía, el periodismo y las leyes en tu obra?

Me considero un hacedor de historias. Junto pequeños fragmentos y formo demiurgos y sujetos increíbles. Eso es todo. Mezclo mis conocimientos jurídicos, mi experiencia en los diarios, mi preparación con los clásicos griegos y me entretengo. Como afirma el poeta Walt Whitman: “No encuentro grasa más gustosa que la que rodea mis propios huesos”. En cada página que escribo hay algo de mí, de esa forma me multiplico y nazco miles de veces. La verdad es que me gusta lo que escribo, a pesar de que tal vez a pocos les guste. Pero igual sigo escribiendo, total los hombres, después de cumplir el doble de la edad de Cristo nos volvemos incombustibles y, sin ser tímidos, insuperables.

-Hablemos del pasado. En tus conversaciones mencionas mucho la experiencia con los cines de barrio.

Nuestra principal entretención de preadolescentes eran los programas rotativos. Íbamos a la función del barrio, con tres largometrajes. Ingresábamos con luz y salíamos de noche. Nos conocíamos todas las canciones mexicanas y los héroes de las películas de vaqueros. De tanto ver películas en blanco y negro, de escuchar tanto dialogo insulso, de argumentos baladíes, intentamos la originalidad. Si la literatura es una repetición de vidas, el cine rotativo es un buen intento.

-El sexo en la literatura. ¿Sí, no, tal vez, a veces…? ¿Qué opinas?

Creo que el sexo determina nuestra vida, nuestra personalidad, nuestras costumbres. Ahora que aparezca en las páginas de una novela es una decisión del autor, que puede acertar o puede errar. Si es capaz de que aparezca autentico, bien venido sea. Total, en la imaginación reside el buen sexo.

-Se recuerda tu columna en el diario “Puro Chile” que se titulaba “Dentelladas de Tiburón”, que mereció una recriminación amistosa de parte del Enano Maldito (ver recuadro). ¿A quién o a quiénes le pegabas dentelladas?

Era un tiempo que la tierra era caliente. Creíamos que surgiría una sociedad nueva, más justa, más solidaria. Los jóvenes de esos años queríamos cortar las amarras con un pasado egoísta y le dábamos “dentelladas”. Éramos como los tiburones, o jóvenes lobos, que de lejos olíamos la sangre. Nada nos detenía, a nada temíamos. El futuro nos pertenecía e imaginábamos mundos mejores, solidarios, sin el lucro como motor de la sociedad. Sueños de antes.

-¿Crees fundamental para un escritor vender sus libros?

El estar entre libros parece ser mi signo. Creo que cuando un autor se trasforma en un best-seller triunfa de manera real. Llega en forma masiva al lector, que es lo que interesa. Lo demás es humo.

-Para completar este careo, agreguemos esta breve autobiografía literaria de Eduardo Soto Díaz. 

Me gano la vida como abogado, mejor aún, como notario, lo cual me da tiempo y estabilidad para dedicarme al más noble de los oficios: escribir. La novela negra me apasiona desde niño y con los años hemos aumentado la cantidad de autores en mi biblioteca. La primera novela negra que publiqué es En la oscuridad del miedo, premiada en el Concurso Oscar Castro del 2004 y publicada por la editorial Cesoc. El 2006 fue un buen año para mis afanes, premian y publican en Málaga, España, Tras las nubes habitan los ángeles. En el año 2009 la Editorial Mosquito publica Un paraíso imperfecto, la primera oscuridad de El orden de los brujos. En el año 2012 la editorial Librería América del Sur publica la segunda oscuridad de El orden de los brujos.

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