Por Alejandro Pérez

Un dios literario

Dios es un dios literario, de papel y lapicero. Odia la investigación y halaga al inventor de palabras sin fundamento que rebalsan imaginación.

Es inseguro. Al hablar habla muy bajo, titubeante. Piensa tanto que a veces olvida lo que quería decir antes de poder decirlo. Fue castigado a menudo en la escuela, incomprendido por sus maestros. Le dijeron, «Esfuérzate más, estás distraído, concéntrate”. Y se lo dijeron con cierta hostilidad.

Cuando yo llegue al cielo, si es que llego, seremos mejores amigos. En la mañana, tomaremos juntos el café, imagino que lo bebe negro como yo. Y cada medianoche nos reuniremos para escribir juntos libros de ficción y poesía. Y nadie sabrá de nuestra escritura. Los libros que escribamos serán un secreto entre nosotros, un secreto entre dos hombres literarios.

Mi padre, el poeta

—Hijo, ¿qué tal estás? Te veo triste.

—No, estoy bien. Lo que pasa es que me acaban de rechazar otro poema en una revista literaria.

—¿Y qué más te da?

—No sé la verdad, sé que no me debería importar tanto, pero me importa. ¿Sabes en Borges y yo, cuando Borges habla de su literatura, y dice que le justifica?

—Sí, ¿y qué?

—Pues, no sé, que si publico mis poemas entonces eso me justificará como poeta, creo yo.

Mi padre se rio, me levantó del sofá donde estaba tumbado, y me dijo,

—Vamos a la ciudad, te tengo que enseñar algo.

Nos fuimos en tren hasta el centro de Madrid, los dos con un lápiz y cuaderno en la mano. Nos bajamos en la Plaza del Sol. En una esquina de la plaza, encontramos un banco vacío y empezamos a escribir. Era la 1:00 de la tarde.

Observamos a la gente que pasaba. Mujeres que caminaban cansadas, descalzas, arrastrando los pies. Vimos a niños corriendo sin camisa, sin saber si iban así por el calor del día o por falta de ropa. Vimos a los sintechos que se sentaban detrás de un vaso de plástico, esperando a que cayeran algunas monedas, y que al ver que no caía nada, se echaban a dormir, desilusionados. No dijimos ni una palabra. A las 8:00 de la noche, mi padre interrumpió el silencio. Me preguntó,

—¿Escribiste algo?

Le dije que sí, y le leí mi poema:

Ciudad ideal donde la gente

anda sin camisa, y sin zapatos,

y sin el peso pesado de los sueños

excesivamente grandes. Donde la

gente solo sueña con cenar e irse

a la cama sin hambre.

Cuando terminé, me dijo que el poema le parecía espectacular, que le encantaba que la ciudad ideal parecía en realidad una ciudad de pesadilla.

Yo sonreí, feliz de que le hubiera encantado.

Pero después me dijo—: Ahora tira el poema a la basura.

—Pero, ¿por qué? Pensé que te había encantado.

—Sí, pero el poeta verdadero no se aferra a nada. Ni a sus zapatos, ni a su camisa, ni a su casa, ni a su vida, ni a un poema.

Tiré mi poema a la basura, y al mismo tiempo, él tiró el suyo.

Creo que mi padre es más poeta que yo. Creo que es más poeta que Borges.

 

Alejandro Pérez es de padre guatemalteco y de madre estadounidense y ha vivido en los dos países. Creció hablando los dos idiomas y ambos han influenciado su forma de escribir.  Ser latino le ha enseñado a tratar la vida y la escritura con alegría y entusiasmo y a la vez sin un exceso de seriedad. Actualmente estudia en la Universidad de Emory en Atlanta, Georgia.  Sus poemas y sus relatos han sido publicados en Star 82 Review, Right Hand Pointing, Foliate Oak, y Letralia Tierra de Letras entre otras revistas.