Agua contra agua

Por Cristóbal Hasbún L.

― ¡Padre! ¡Padrecito! ¡Venga, padre! ―las voces de los niños revoloteaban agudas por el centro de la población y se trasladaban en grupo de un lado a otro, errantes. ¡Ayuda, padrecito, ayuda! ¿Dónde está? ―el clamor continuaba, esta vez visiblemente desesperado. El grupo de niños del Coro San Ignacio se arrimó a una mediaagua y un concierto de cinco o seis puños pequeños comenzó a tocar descoordinadamente la puerta, gritando: ¡Padre, Robi se cayó al pozo!

La mediaagua en que vivía el padre era la más reducida de la población de inmigrantes El Águila, como se le llamaba informalmente a una de las zonas más pobres del norte de Chile. Las paredes no estaban pintadas, por lo que hacían ostensible el color de la madera natural. Como no había espacio para guardar muchas cosas, las cuatro paredes tenían repisas donde se guardaba el hervidor, tazones, café, arroz, mate y en general los implementos básicos de supervivencia. Había también una radio con la cual el padre todas las mañanas, al alba, escuchaba las noticias provenientes de la capital.

El padre Vicente se encontraba en medio de un plácido descanso mientras recuperaba sus fuerzas para continuar dirigiendo y administrando la población. Apenas escuchó los golpes de puño en la puerta y los gritos se incorporó de un salto, dejó atrás el estado de plácida modorra y se puso el overol azul oscuro, que acostumbraba llevar desde que un amigo mecánico se lo regalase. Sintió el corazón en la boca y los dientes apretados; el calor del desierto en plena tarde le recordaba pasajes de Dante o del Apocalipsis sobre destinos subterráneos. El sol del desierto difuminaba a corto andar los límites de la tierra arenosa y el cielo.

― “¿Qué pasó?” ―alcanzó a decir para sí y sin esperar una respuesta ni dirigir la mirada al coro de niños corrió desesperadamente al lugar donde había caído Robi.

El pozo de la población se encontraba en desuso hace más de un año, desde el momento en que la municipalidad terminó las obras de acueductos que permitieron que la población tuviese agua potable. Desde entonces se mantenía inhabilitado, tapado por unas tablas que los padres de los niños habían clavado para evitar accidentes. Los niños tenían prohibición de acercarse, la madera se encontraba podrida y nadie se había preocupado de cambiarla. Cuando el padre Vicente llegó al lugar vio que la madera había cedido, entonces pudo escuchar la voz del infante pidiendo ayuda como si se encontrase en una lóbrega región del inframundo.    

― ¿Robi? ― A pesar de que se escuchaba agua chapoteando en aquel otrora relajante sonido de agua contra agua, no hubo respuesta. Al padre tomó una añosa cuerda que había al lado del pozo y la amarró a la barra de acero que cruzaba la boca del pozo. En los bolsillos de su overol encontró dos trapos con que había lavado el único auto que había en la población, se puso uno sobre cada palma de la mano, tomó la cuerda como si de ello dependiese su vida y saltó dentro del pozo abriendo las piernas y apoyándolas en las húmedas paredes de piedra.

Oscuro, ayuda, qué feo, mierda, mierda. ¿Mamá? ¿Papá? Cansado, estoy. Frío, ¡frío y agua! ¿Dónde están? ¿Hay alguien? ¡Ayuda, ayuda, ayudita, ayuda! Miedo, miedo, miedo, ayuda, miedo, feo, feo, feo. ¡No! Ya, ya, ya, Ay. Ay. Ay. Ay. Más agua, más agua, ¡Ayuda! Frío, frío. Papá ven, ven, ven, papá, amigos. Manos, manos, manitos, ¿sangre, sangre? Tengo frío, oscuro, oscuro.

― ¿Robi? ― se escuchó la voz del padre como un estruendo ahogado en una garganta de piedra.

― ¡Sí!

Ay, ay, agua, agüita, agüita, mi mamá viene, ¿dónde está? Mi hermana le debe, ay, ayudaaa, ayuditaaa, miedo, miedo. Llorar, no, llorar, no, ya. ¡Ya! Veo, veo, no veo, nada, nada, nada ¿Hola? ¿Hoola? Ay, ay, Chuta, ay mierda, pucha, perdón, perdón, ya, yaaa, agua, agua salada, oscuro, arrggg, escupo, salada, asco, asco, feo, escupo, escuuuupo, no más, ¡no más! Ayuda, ayuda, ayudita, agua mala, aguaaa mala, puaj, puaj pua…

― ¡Tómame el brazo Robi!

Papá, mamá, puaj, aguaaa, miedo, miedo, agua mala, agua, asco, asco asco, ay, ay, ay, ¿Dónde estás? Amigos, amigos, hermana dile, dile dile, hermana, argg, ¡me caí! Diles, diles, diles…

― ¡Tómame el brazo, te digo!

Ya, ya, asco, asco, asco, sueño, frío, agua mala, agüita mala, oscuro, brazo, sí, sí, brazo, asco, feo, feo

En ese momento se escuchó otro grito caer desde la boca del pozo.

― ¡Padre! ¡Soy Juanito, acá arriba! ¡Tómese bien de la cuerda! ― El cocinero de la población, un hombre joven y gordo, escaso de luces, pero de una lealtad de roble tenía la cuerda tomada y mientras gritaba dentro del pozo llamaba al profesor de la escuela para que lo ayudara a tirar.

― ¡Ya tengo tomado al cabro!

― ¡Afírmese padrecito, lo vamos a subir! ¿Listo?

― ¡Listo!

El padre tomó a Robi con el brazo izquierdo, apretándolo contra su pecho. En la oscuridad notó que el niño inerte botaba agua por la boca, tibia y arenosa, la que le caía en el brazo. Las palmas de sus manos ardían como si las tuviese expuestas directamente al fuego. Hizo un doblez con la cuerda en su mano derecha y abrió las piernas para sujetarse con fuerza de las paredes del pozo.

― ¡Apúrate Juanito! ―gritó con los ojos cerrados, escuchando su propia voz retumbar en sus oídos.

La cuerda comenzó a ser tirada lentamente desde el agujero donde nacía un poco de luz. El padre pensó en Dios e imaginó el cielo como si fuese un lugar donde uno puede salir a caminar. El agua salía en espesos borbotones de la boca de Robi, cuyo cuerpo sólo se movía por inercia.  

― Aguante padre, no queda nada…

  Cristóbal Hasbún L. es profesor de derecho penal e investigador.