Comentario a poemario Destajo, de Carmen Schaub. Editorial La Trastienda. Santiago, mayo de 2017.
Por Gonzalo Robles Fantini
“Hay golpes en esta vida tan fuertes… ¡Yo no sé! / Golpes como el odio de Dios; como si ante ellos, / la resaca de todo lo sufrido / se empozara en el alma… ¡Yo no sé!”. Estos célebres versos de Vallejo son expresión de la intensidad con que el dolor puede calar en un espíritu poético sensible y ser exorcizados a través de la creación literaria.
Es precisamente el sentimiento que permea al lector luego de la lectura del poemario Destajo, de Carmen Schaub, pero, y esto es evidente, en el estilo personal de esta talentosa poeta, que confirma su senda literaria con la presente entrega, luego de la publicación de dos libros anteriores. Si en el vate peruano la temática del poema citado es inspirado por la muerte de la madre, en el caso de Carmen el tópico es el amor, pero con luces y sombras, con mucho desgarro en los vaivenes de este profundo sentimiento, y un desarrollo que también aborda la finitud de la existencia, el duelo y sus consecuencias.
Siguiendo la estructura propuesta por Alejandra Basualto, en el esclarecedor prólogo del libro, podemos dividir el poemario en tres momentos- o habitaciones, como sugiere la autora de Casa de citas-, delimitadas por bellas ilustraciones del artista Laureano Guevara (Premio Nacional de Arte 1967).
En el primer momento del libro, Carmen augura la versificación con el hondo lirismo que la caracteriza: “El aromo frente a mi balcón / floreció / No pude evitarlo”. El deseo y sus sensaciones envolventes tienen cabida, en el primer poema de este acápite, en la palabra que, por temor, no designa al ser amado. Paradoja en sí misma, pues el registro de letras canta a la imposibilidad de consignar este sentimiento: “Digo / en voz baja su nombre / y tiemblo (…) Escucho una batalla de palabras / oscuras entre dientes (…) Y sufro / por ese poema que nunca escribo” (Maldición).
Este erotismo es anhelado por sobre las normas o buenas costumbres sociales. Por cierto, el deseo siempre las ha soslayado, y Carmen apela a la sutileza en la seducción: “Hablar con el gesto / hallar velos y humo / para convencerte de algo imprudente / convocarte a distraer la melancolía” (Cómplice).
Pero también se expresa el dolor por la pérdida, como esa melancolía que ronda nuestras más oscuras zonas del inconsciente: “Y yo volátil gemela de cristal / con un hervor distinto / de estrella húmeda / hacia adentro / libero voces nacidas de la sombra / que a la sombra vuelven” (Ausencia).
En el poetizar erótico de Carmen también asoma la ‘saudade’, aquel sentimiento próximo a la melancolía, estimulado por la distancia temporal o espacial que implica el deseo de resolver esa distancia, y que suele llevar el conocimiento reprimido de saber que aquello que se añora tal vez nunca volverá. “si la grieta en el aire / hubieras atravesado / con las llagas de tus manos agrias (…) si en pecado agreste / urgencias hubieras concedido // quizás entonces amor / piedra en el agua / y algas / habría” (Acaso).
Persiste en esta habitación del libro la noción del verbo creador de realidad, de la palabra que designa al ser, en el sentido heideggeriano más amplio, siempre asociado al sentimiento amoroso y la ausencia del objeto de deseo. “Sin voz en la boca / la mano se escurre en el blanco / No hay ruido ni manchas (…) y en el pecho / sólo un músculo que cubre el hueso” (me detengo un segundo a comentar esta imagen, el desgarro emotivo de considerar al corazón como un espacio vacío). “Tatuada de lacre / mi lengua de ala desamparada / no cesa de señalarte en su trazo / sin ruido ni machas // Lo que pudo ser gesta de mi terror / no es más que un gesto entre los gestos mudo”. Como se aprecia en este poema, el soplo de vida de la palabra se queda en silencio ante la ausencia del ser amado y el sentimiento que pudo despertar.
La metaliteratura en la poesía de Carmen, en este libro, se emplea a un mismo nivel de la semántica de los temas eróticos y desgarrados, de duelo por la pérdida: “En la llaga azul / endemoniada / en ristre la daga / y tal vez la vida me dice / que cabalgue / que me yerga en el espanto / que me rompa la vena en la espalda (…) A medianoche / el transitar de estos renglones / y un idioma cifrado / en el vidrio de la letra”. Este poema, titulado “La llaga”, es coherente con la línea de sentido que apunta la imposibilidad de capturar el dolor por medio de la palabra, de los límites del lenguaje, siempre en el contexto del erotismo frustrado y la herida que conlleva.
“Cada palabra / en el filo de cuchillos mansos / horadando entre mis piernas / pariendo a cada instante / una lágrima final”. Queda de manifiesto en esta creación, titulada precisamente “Poema”, la simbiosis entre el lenguaje poético, el erotismo y el desgarro.
En la segunda habitación, siguiendo el prólogo de Alejandra Basualto, los poemas se inclinan al delicado erotismo, despojados ya de la rabia y dolor tan presente en la habitación anterior. “Abierta en los flancos / el aire me arranca una costilla (…) Impúdica infame / desde el vino iré para crucificarme / para encenderme de nuevo”, versos que apelan a referentes bíblicos para manifestar el deseo.
“Escalo un pudor entre dientes / un surco de lengua / una riada // y mordiendo sílabas / entreverado en el aire dejo / un trazo de labios / entre muslos / crucificado” (Trazos). El poema asoma, en este acápite, elegantes imágenes eróticas, que definen el estilo de una de las vertientes poéticas de Carmen.
La imagen femenina en estos poemas es portadora de un deseo sin tapujos ni actitudes pacatas, y a la vez Carmen juega con el estereotipo machista, en un sentido irónico: “Entre las raíces de mi escoba / dibujarte con líneas de colores quisiera (…) y quemarme volcánica / salvaje / sin palabras” (Sueño de bruja).
Pero el erotismo en esta habitación no es del todo pleno y satisfactorio. El poema “Morir de tinta” es un ejemplo de ello, el cual alude al sexo rudo que despierta la nostalgia por emociones cálidas, hoy ausentes, y que también, al igual que otros poemas de este libro, guarda relación con el purgar sentimientos a través de la palabra creadora: “Sus manos como endejas / en su violencia nueva / -manos que alguna vez fueron / lentas y seguras- / entreabren una pena de charco / asesinada / por un mar de rostros idos”.
Y también se constata una asociación de la humedad y líquido con el placer sexual, en oposición a la sequedad como ausencia, con una bonita imagen de la proyección psicológica en el ser amado: “En tiempos secos / en que tu ausencia lastima / y resquebraja la piel / un agua dulce y áspera / refresca la flor sin cuerpo / de mi voz desnuda // voz que se agita / como se agitan las ramas / reflejadas en el agua” (Aguas).
En la última habitación, según señala Basualto, Carmen aborda una reflexión sobre el impulso a escribir, sin por esto hacer a un lado los tópicos amorosos: “Vivo tantas vidas / y muero / en cada río oscuro / buscando tinta fresca (…) Voces que en esta tarde de brea se alzan / para volar / para seguir el paso en tu paso / hasta el mismo sol / que abre los cielos / extraviados”. Este poema, que precisamente se titula “Ars poética”, resume el vaivén creativo de la autora, sumergida en sus cavilaciones hasta renacer mediante la palabra en versos, siempre orientada por la búsqueda del ser amado.
Hay en el sentimiento creador de la palabra de Carmen un sustrato de sobrevivencia, de superar la espiral de sinsentido y el impulso de muerte a través del soplo verbal, no sin por ello soslayar los subterráneos por los cuales transitan las emociones de motivan los poemas: “La palabra / que no se ahogue en aquellos sótanos / vivos como flores carnívoras / que no huya / por encima de sombreros hacia el mar / que no naufrague / en las huellas de mi estirpe” (Palabra I). También esta condición queda demostrada en el poema “Palabra II”: “como si todo decir / fuera una nube / algo blando inexistente / sin fragor de espuma / descendiendo en lluvia sobre la tierra / para poder vivir / a contramuerte”.
Esta sensación de sobrevida al naufragio no sólo se articula en relación con la palabra poética, sino que es un sentir existencial que abarca otras esferas de la hablante lírica: “Una mujer al borde / al borde / casi al borde de lanzarse / con todas sus rodillas desplegadas / desprendiendo pieles sucesivas (…) Cuesta nacer después de haber nacido / Tiene que haber un modo menos amargo / de salvarse” (Dos tristezas no equivalen a una sola).
El vértigo y la resurrección en una sola concatenación de sensibilidades, como eje que estructura el sentido, otra constante que también aparece en relación a la palabra creadora: “Sobre un mar que jadea / mi paso es ahora maduro hacia la nada / Detrás de la sílaba negra /un puro precipicio // Y cae una luz / al borde del poema” (Atardecer).
En el poema “Gules” (que refiere al galicismo que designa el color rojo y a la mitología árabe, en que alude a genios o demonios que viven en los cementeros y se alimentan de cadáveres), esta perspectiva de manifiesto ante la función poética es aún más patente: “Muero y renazco / con vocablos rompiéndome la boca / en un ocaso sin gules / ni hastío”.
Ahora bien, esta habitación también alberga la expresión de ideas y emociones tan comunes para quienes practican el oficio de la escritura, como los estados de sequedad creativa: “De letras ha muerto la palabra (…) Y este amor / ajeno al aire fresco / ahogado en verso vacuo / el de las heridas mudas / que sentencian un terco olvido” (Cómo elegir un nombre al azar).
Por cierto que la voluntad creadora de la palabra, en la poesía de Carmen, también significa una intención de registro que sobrevida al lento corroer del transcurso del tiempo, tal vez una emoción que está a la base de toda actitud artística: “Con manos obreras / de palabras / construyo una sombra larga / la única posible // Mi sino es un papel / para escoger entre origen y oficio / tocar de nuevo el fuego un instante / introducir una delgada franja de futuro (…) Diré que es vida / media vida / la otra media la muerte va royéndola / con sus dientes de lobo” (Sino).
El penúltimo poema de este libro, que también es de los que cierran la tercera habitación, resume muy bien la actitud de creación literaria de Carmen, y justamente se titula “El oficio centinela”: “Soy el rumor de las olas / un lento transpirar de fruta madurando (…) cierto olor con avidez de naufragio (…) la gota de un instante / en esta esencia de ser tajo // Soy / la que rescata el nombre de las cosas / a fuerza de morir en tinta”.
Los últimos versos del poema citado son un buen corolario del talante y contenido del libro de Carmen. Este desgarro amoroso que sangra, como herida abierta, pero que es purgado, es violenta y bellamente exorcizado mediante la palabra poética, con el destello del instante fugaz de la creación, gota de un instante en esta esencia de ser tajo, en una actitud de sobreviviente, con el vahído del trapecista al borde del precipicio, que otorga realidad a las entidades del mundo a través del designio de la palabra, con el permanente fallecer y renacer, en el vaivén del sacrificio de morir en tinta.
Justito hoy leí un artículo acerca de lo poco que reconocemos y divulgamos a nuestras y nuestro autores. Este "valdiviano"…