Por Mónica Gómez

Escritora y gestora cultural

La literatura, como todo arte, nos traslada a un espacio inquietante, misterioso, con códigos estéticos propios y cuya finalidad es un generoso acto de comunicación por expresar el mundo más allá de los límites de la realidad aparente.

Entrar a este lugar es penetrar el ámbito de la creación, de la imaginación humana, de su espiritualidad donde coincide la prodigiosa memoria individual y colectiva ( inconsciente colectivo y memoria ancestral), los secretos celosamente guardados (experiencias, miedos, deseos) sanciones individuales y sociales (cobardía propia y ajena, fracasos, derrotas), encuentros con los sueños y las pesadillas (deseos y temores); todo en un esfuerzo por entender estos mundos fragmentados y recrearlos armónicamente en un extraordinario universo.

Y en literatura es con la palabra como nos introducimos al mundo intangible de las emociones y el conocimiento, dioses, demonios, delirios y fantasmas emergen de la conciencia con esta llave maestra que acciona la puerta sagrada que separa la realidad interior del mundo físico y nombramos, es decir le decimos a los otros.

 “Felices los amados y los amantes y los que pueden prescindir del amor”, frase literaria, meticuloso trabajo que logra su esplendor en este decir y saberlo decir de lo que es en su esencia el amor.

O sentir el nivel encantatorio de la poesía, del verso, cuando nuestro Vicente Huidobro clama en Altazor

“Altazor

“Por qué perdiste tu primera serenidad?

¿Qué ángel malo se paró en la puerta de tu sonrisa con la espada en la mano  

Quién sembró la angustia en las llanuras de tus ojos como el adorno de un Dios

Por qué un día de repente sentiste terror de ser

Y esa voz que te gritó vives y no te ves vivir

¿Quién hizo converger tus pensamientos al cruce de todos los vientos del dolor?

Se rompió el diamante de tus sueños en un mar de estupor

Estás perdido Altazor”

Acto en el cual el poeta nombra al ser que vive en su interior, un ave, un altazor, que le descubre la bivalencia de su angustia por estar en el mundo y su conciencia de la muerte; verdad cósmica de todo ser humano.

Y que entrega, da esta revelación a otros en un acto de confesión íntima que no es otra cosa en el fondo que comunicar, establecer ese vínculo intenso más allá de lo que permite las apariencias de un lenguaje coloquial.

Superar la soledad es escribir, superar la soledad en leer.

Ahora el punto es cuando escribimos y cuando leemos. Escribimos cuando tenemos algo que decir, leemos cuando una palabra o un tema nos despierta un interés, nos motiva nuestras más profundas inquietudes.

Dice el escritor español Francisco Umbral “Lo que me parece indecente, escandaloso e inmoral, es escribir sin saber escribir”.

Y he aquí donde aparece el círculo vicioso; la verdadera falla en la voluntad lectora más allá del cyber espacio,el Ipad ,el celular o la televisión (necesarios qué duda cabe) y lo que pareciera ser el tema en cuestión es que no todos los libros que se muestran como literatura lo son, estamos hablando de buena calidad de contenido, por lo tanto no todos tienen la capacidad de estimular la intencionalidad lectora.

El lector sabe a nivel inconsciente que aquello que le aburre o no lo inquieta o conmueve no es un aporte intelectual o sensible y no lo toma o lo abandona.

El escritor entonces debe tener el deber moral de poseer cultura, pasión, sentido estético y gran, gran rigor de trabajo para lograr decir aquello que tenga valor y decirlo con palabras no gastadas.

Debe tener por lo tanto el arte u oficio de escritor y pronunciar y no podrá callar frente a la censura, la mordaza, la represión, y no se dejará sobornar.

Y denunciará: en un mundo de prepotencia, violencia y explotación y no se contentará con hablar; clamará.

Y anunciará su visión irreductible y amplia con respecto a la visión común, y su arte será esperanza visionaria.

Con un reflejo de extrañeza (mirada distinta) que aporta su mitología personal y alcanza un texto escrito digno de ser leído.

Los talleres de lectura, las dos horas de biblioteca semanal en los colegios y una Academia de Letras donde se enseñe el arte u oficio de escritor – como existe hoy el conservatorio de música, bellas artes para la pintura o la escuela de teatro para la dramaturgia – y sea una entidad que profesionalice la escritura otorgando el respeto que merece la literatura; crearán los verdaderos cambios que se necesita para hacer una política pública de cultura literaria.

Indudablemente debe haber una voluntad política.

La literatura no puede ser únicamente la experiencia de escribir un libro o hacer un poema, tiene que ser un arte acuñado sólidamente por el rigor del trabajo, de ver aquello que los demás no ven y de tener el valor de decirlo.

Literatura y lector tendrán entonces un encuentro lúdico de libertad, el escritor comunicará su visión y el lector enriquecerá su bagaje cultural, entrará al maravilloso mundo de la imaginación compartida, del cultivo de una conciencia más profunda, de la apertura a la creatividad y al espíritu crítico, a la edificación de la personalidad y la extensión de la tradición humanista en la formación de convertirse en una persona más tolerante e innovadora… para finalmente constituir  una sociedad más culta y por lo tanto más justa.

Sólo entonces, producirá un nivel placentero la novela, el cuento, la poesía y el ensayo y sólo entonces sentiremos que se enriquece la visión de nuestro horizonte y nos sumergiremos en la aventura de leer.