Postales de TransilvaniaNovela de Claudio Rojas

Por Antonio Rojas Gómez

Todos sabemos que en Transilvania se domicilia el Conde Drácula, uno de los malvados más perversos de la literatura universal. Pero ninguna de las postales que Claudio Rojas tiene la delicadeza de hacernos llegar en su segunda novela, lleva la firma del dichoso Conde, ni tampoco vienen de tan lejos. Al contrario, son bastante cercanas. Y si bien no aparecen vampiros en ellas -salvo un guiño risueño de unos amigos que festejan en un restaurante en cuyo espejo no se reflejan sus imágenes-, están plagadas de chupasangres de la peor especie, que por desdicha nos resultan bastante conocidos, casi familiares.

Y he ahí el mérito del libro. Porque estas postales, o capítulos, o cuentos, o historias independientes, están escritas con especial talento, y nos revelan un trozo de vida nuestra, del cual no podemos escapar, y que nos determina y nos define en los seres que somos, en el presente que vivimos, herederos de un pasado cercano y constructores de un futuro que ignoramos adonde nos conducirá.

El arte, dicen, copia a la vida. También dicen que la vida copia a la ficción. Pero la literatura, si para algo sirve, es para ayudar a entendernos, para contribuir a darnos cuenta de la clase de seres que somos, y acaso para responder las preguntas esenciales: quienes somos, de dónde venimos y para donde vamos.

Estas postales de Claudio nos permiten eso, acercarnos a responder por nosotros y por nuestras vidas. La Transilvania que el autor nos plantea no queda lejos, se sitúa en nuestra América y es vecina de Chile, de Perú, de la Argentina, de Bolivia y Paraguay. Es un territorio sin nombre, que ya habíamos visitado los lectores de la novela anterior de Claudio Rojas. Un país indeterminado que es un resumen de nuestro propio país. Un país enfermo de vampirismo de la peor especie, en donde los dictadores se entronizan y matan y generan baños de sangre e impiden que la gente viva, crezca, se desarrolle y realice como tienen derecho a hacerlo todos los seres humanos.

Pero esta muestra de un mundo raro está planteada con la belleza exquisita de un lenguaje amable, del que no está ausente la ironía e incluso el sarcasmo, con una elevación de las ideas y el buen decir, con talento literario de la mejor especie. Y el narrador nos conduce por caminos ásperos, rigurosos, pero con cierta amabilidad que los hace tolerables e incluso deseables. Las páginas de la novela se tornan leves, transitamos por ellas con agrado, a pesar de que en el fondo nos estén diciendo verdades dolorosas y amargas.

Está todo el mundo nuestro en estas páginas. Hay episodios diversos, que nos llevan desde una pelea de boxeo en que el campeón expone su título frente a un retador chileno, con el compromiso de dejarse vencer en el noveno asalto. Pero se enardece al ver llegar al ringside a su ex mujer con el tirano de turno. Y la historia cambia, a pesar de que el entrenador argentino le advierte que, si no se duerme en el noveno asalto, son hombres muertos.

Hay un viaje en tren hacia ninguna parte. El conductor deja el convoy estacionado en la vía y parte a comer una cazuela en un restaurante. El restaurante va a reaparecer más adelante. Del boxeador sabremos, por una frase deslizada en otro contexto. Porque estos relatos no tienen solución de continuidad.  Cada postal es una historia diferente. Cada una va configurando el mapa del país dañado, que carece de nombre, pero todos conocemos.

Para contarnos estas historias, el narrador elige la primera persona. Siempre el narrador es el protagonista de la anécdota. Pero no es la misma persona en cada una. Especialmente amable –o siniestro- porque tenemos que admitir que los bandidos nos resultan amistosos, resulta el censor de Correos, que arma uno de los episodios más singulares y atractivos. Un tipo inespecífico, al que no podríamos clasificar, pero termina por encantarnos. ¡Qué paradojas nos deparan estas páginas! Todos somos perversos, todos somos vampiros… Todos vivimos en Transilvania. Todos rechazamos esta forma de vida, pero es la vida que nos tocó.

Claudio Rojas ha escrito una gran novela. Un libro que no termina cuando llegamos a la última página y la cerramos. Un libro que nos acompaña. Nos hace pensar. Nos obliga a interrogarnos. Aborda una temática explorada por muchos escritores, pero lo hace de una manera original, distinta. Aquí, cuando empezamos a leer, no sabemos para donde vamos. Y a medida que avanzamos, página a página, nos encontramos, nos reconocemos, nos juzgamos.

Y cuando llegamos al final, ¿qué queda?

Bueno, cada lector tendrá su propia respuesta…