Juan RadrigánPor Sonia Cienfuegos B.

Sí, a estas grandes personas y artistas, La Parca oficialmente los hace desaparecer en el Registro de los Muertos. Me refiero al dramaturgo, director de teatro, profesor y persona de vida intensa/marginal como siempre se supo y sintió — aunque fue conocido y reconocido por el ambiente teatral y literario de Chile y allende éste — Juan Radrigán.

Quién — mejor que él — supo y pudo dar voz y rostro a los miles de marginados(as) de nuestro territorio, haciéndolo extensivo a millones de ellos en este Mundo — despojado de su condición de Paraíso terrenal del que pueden gozar a plenitud — (quizás nunca escalen hasta lo esencial) los avaros, codiciosos, perversos como son la Minoría del Planeta.

Recuerdo haber estado en plena Dictadura en salas de teatro a las que llegábamos algo asustados, para reconocernos simbólicamente en los personajes de sus primeras obras, puesto que éramos marginales y marginados; pobres y desamparados.

La pareja que baila en una de sus obras con la canción del folklore: «qué pena siente el alma (cuando la suerte impía…)» cantada genialmente por Violeta Parra, nos hacía llorar. Con mi hermana Mónica alguna vez lo comentamos y nos volvimos a emocionar.

Sus historias dramatizadas eran oscuras, duras, reiteradas, tiernas y a ratos divertidas o muy divertidas.  Escribo y hablo por mí y por mi hermano Miguel —  quien vive en Suiza desde 1974. Él dirigió una de sus obras — que a poco andar abortó. 

Ellos fueron compañeros del teatro y de la vida junto a Hugo Medina, aunque algo lejanos aparentemente en los últimos años.

Dario FoA Juan Radrigán — Premio Nacional — y a Darío Fo — Premio Nobel — se les presta un rato a la Parca para efectos notariales y ritos funerarios. 

Ellos nos sobrevivirán y sobrevolarán para siempre o hasta el Día del Juicio Final, como estaba escrito en la Biblia de su madre (final que a veces aparece tan cercano), porque sus obras, sus vidas humanas fueron coherentes con las del oficio/trabajo/arte: irreverentes, cultores de radiografiar la miseria e hipocresía de los tiranos y poderosos (incluyendo a la Iglesia Católica en Fo), orfandad de los inopes y también de su ternura, desafiantes de lo Establecido, artistas que lo dieron todo por el oficio que los hermanó — pese a la  enorme equidistancia geográfica que los separaba.

Su hija Flavia, hace mucho que sigue sus pasos con voz propia como tanto joven dramaturgo(a) que lo aplaudió y gritó a rabiar en el Teatro Nacional de calle Morandé, reconociendo en él su compromiso personal en alejar de sí la transaca con el establishment y su trayectoria obcecada y prolífica, dando cuenta en sus obras lo política y socialmente incorrecto.

Tanto el maestro Juan Radrigán como el incomparable Darío Fo — cada uno en su estilo y marco histórico — para mí y para mucho(as) que preciamos/amamos sus oficios y sus vidas, nunca dejarán de vivir entre los que somos, estamos o creemos estarlo, observándolo todo e intentando corregir nuestra crónica estupidez humana a escala mínima y planetaria..

Santiago de la Nueva Extremadura — segunda mitad del mes de octubre de 2016