Saturnino RodríguezPor Saturnino Rodríguez Riverón

Tiempo presente

El sueño del Emperador Amarillo era nítido y consistente: sería el primer emperador, el único. Nadie antes que él, nadie más sabio. Necesitaba controlar el pasado, abolirlo, y la mejor manera de hacerlo era suprimir todo lo escrito. Ordenó a su ejército recorrer las ciudades de estrechas callejuelas, asolar las pagodas, confiscar todos los libros y cremarlos. El resplandor de la inmensa pira se vería más allá de la muralla. Después de la majestuosa incineración quedaría extinguido el pasado: la historia comenzaría con él.

Dos extenuados campesinos de una aldea cercana fueron conducidos a la fuerza para que dieran fe del hecho. Se les pagarían veinte monedas y una inobjetable amenaza de muerte para firmar el testimonio. Entonces, ante la mirada atónita de los aldeanos y junto a los libros que pretendía quemar, el emperador Chi Huang-Ti comenzó a arder de los pies hacia arriba. Cuando las llamas le consumían a nivel de las rodillas, se dio cuenta de que era un gobernador de papel dentro de uno de los libros que él mismo había ordenado quemar. En ese siempre presente, ardería junto al pasado por los siglos de los siglos.

Letra peligrosa

Sócrates (aunque nada escribió) obligado a tragar veneno. Esquilo, el trágico, con la cabeza aplastada por una tortuga voladora. Dante desterrado. Cervantes manco. Pushkin asesinado por un duelista profesional. Nerval pendiendo de una soga. Emilio Salgari abriéndose la barriga como un samurai. Virginia Wolf con los bolsillos llenos de piedra hundiéndose en el río. Celan también ahogado. Stefan Zweig, Maiakovski, Hemingway, disparándose cada uno por su cuenta. Federico fusilado. Pavese y la Pizarnik dormidos con abundancia. Tolkien mordido por una tarántula. Borges, ciego de tanto leer la Enciclopedia Británica. Roland Barthes arrollado por una camioneta. Hijo, te lo imploro. Suelta esas cuartillas. La literatura es muy peligrosa.

La exclusiva

Una a una van saliendo, como desdoblándose. Son aldeanas regordetas y chatas con pañuelos cubriéndoles la cabeza anudados en la barbilla y flores estampadas en los vestidos. A todas se las tengo prometida por apabullarme sin contemplación. Yo, la disminuida; la última de la procesión. Una voz siempre acallada por los mayores. Sin embargo, esperé este momento con paciencia de monje budista. Mi venganza las anulará; pondrá las cosas en el lugar donde deben estar. Nada de ocultarme como apestada. Ahora respiro a pleno pulmón y nunca más me esconderé. Cuando las veo a todas sonrientes y en hilera, satisfechas de sí mismas, una furia avasalladora se apodera de mis manos. Blando un martillo de dimensiones criminales y asesto golpes a diestra y siniestra. En la habitación queda un reguero astillado de aldeanas vacías. Sólo yo permanezco incólume para disfrutar mi exclusividad en solitario. Aunque soy la más pequeña de las matrioshkas, ya no habrá nadie jamás que me contenga.

Enojo libresco

Un libro rebelde y contestatario que al abrirlo cualquier lector desaprensivo en una página determinada- digamos la 53- todas las letras le saltan a la cara y comienzan a entrarle por la nariz, los oídos, mientras otras le aprietan el cuello fuertemente y le gritan enojadas: “¿Por qué, por qué vienes a pasear tus ojos intrusos precisamente aquí en nuestro mundo?” y aprietan, aprietan hasta asfixiarlo. Después ellas mismas se encargan de cerrar el libro y borrar las huellas del crimen.

Palindromo casi

Revés al mundo este para respuesta la descifrar logre que seguramente aparecerá alguien. Arriba patas todo puesto ha que la guerra la es. Derecho anda nada ya. Agonía, sangre, insultos. Babel gran una como, mucho entendía se tampoco mismo él y prójimo su a comprendía nadie. Pelea una esquina cada en. Pie en idea una, sano hueso un, intacta cabeza una quedó no. Coincidencias de remanso un hallar sin dilataba se cadena la, así… Pobreza la a ricos los, ricos los a pobres los, anárquicos los a estoicos los, estoicos los a escépticos los, escépticos los a altruistas los altruistas los a eclécticos los, eclécticos los a incriminaban grupos ambos.  Sí entre luchaban también pensadores los y otros a unos acusaban se soldados los entre aún pero. Soldados los a pensadores los y pensadores los a culparon guerreros los. Vainas sus de salieron aceros los y pronunciadas fueron palabras las y. Sangre la brotar hacen que las espadas las son pero, hieren palabras las

Un poeta recalcitrante

Dejo de pensar en ti, para volver a pensar en ti. Pudiera, con excepción, pensar en mí, pero yo también estaría pensando en ti.

Destino

Llegó corriendo atropelladamente, con temor a perder el barco, que efectivamente, acababa de zarpar. Impulsado por la carrera, tropezó con un bloque de hielo que los cargadores habían dejado indolentemente sobre el muelle y cayó al mar, todavía sosteniendo el equipaje.

Como no sabía nadar y nadie lo auxilió, el hombre murió ahogado. Cuando lo izaron, las ropas chorreando agua, encontraron en el bolsillo de la chaqueta, un pasaje en primera clase para el Titanic, el mismo barco que se alejaba de la costa a todo vapor.

La nada

Yo fui durante mucho tiempo un hombre perfecto. Hasta que conocí a la mujer perfecta, y la desposé. Mutuamente, nos anulamos. Ahora somos un matrimonio de fantasmas que no saben a ciencia cierta de qué cuerpo escaparon.

Duelo sideral

-¡Bang, bang!

-¡Big Bang!

Lepidóptero

Oruga. Crisálida. Chuang-Tzu.

Colegas

Entre escritores, como entre bomberos, es frecuente que alguien le pise la manguera a otro. Máxime si pensamos la literatura como un fuego inextinguible.

Atlas

Tose de continuo por los gases que le obligan a respirar. La esfera le quema las espaldas. En cualquier momento soltará la papa caliente.

Colisión amorosa

Como legado obtuve un deseo vehemente de que fueras mía, desde el primer instante. Tus continuos rechazos, sin embargo, pulverizaron mi corazón. Entonces, decidí emplear la antigua técnica de la reina de Ítaca: esperaría. Hasta esa noche cuando nos encontramos; por accidente. Sin que tú indagaras por mí, o yo te procurara ansioso. Gracias a la negligencia de un guardagujas somnoliento. A fin de cuentas, siempre fuimos pasajeros de dos trenes que viajaban en direcciones opuestas.

Aguada

El fuerte aguacero le borró los tatuajes. Un mural altamirano acumulado por su piel durante años. En su lugar, las gotas de lluvia le grabaron una sinfonía de nubes derramadas, que pronto diluyó su cuerpo, el cual se escurrió presuroso por los desagües de la ciudad.  

Saturnino Rodríguez. (Placetas, Cuba, 1958). Narrador y poeta. Ha obtenido premios y menciones en diversos concursos nacionales e internacionales. En 1999 obtiene el Premio Calendario Narrativa con el cuaderno Manuscritos en papel de cigarro (Ed. Abril, 2001); publicó Cuentos de papel (Letras Cubanas, 2007) y Muchas veces mucho (Letras Cubanas, 2013). Tiene en proceso editorial la recopilación: Tres toques mágicos. Antología de la minificción cubana., y el libro de mincrorrelatos Estimada Lucy.  Ha sido incluido en diferentes antologías, como: Cuentos cubanos contemporáneos. Palabra de sombra difícil (Ed. Letras Cubanas-Ed. Abril, 2001); Certamen Jara Carrillo, Premios 2003-2005, Vol. 8, Premios 2006-2007, Vol.9 (Alcantarilla, 2005, 2007); Karma sensual. Antología de relatos eróticos (El Taller del Poeta, Pontevedra, 2005); Con buenas palabras (Jirones de Azul, Sevilla, 2006), Bendito sea tu cuerpo (Ed. Olandina, Perú, 2008), Más allá de la medida (Museo de la palabra, 2010), Miradas y Letras en el camino de la lengua castellana (Camino de la lengua, 2010, 2011), entre otros.  Trabaja como periodista en la emisora Radio Reloj.